Verónica García RodríguezI
A Cuba se le conoce en todo el mundo por sus ritmos caribeños, los mojitos, su mar intenso y su cultura, en la que se mezclan el arte y la historia de una forma contundente. La Revolución cubana nos dejó grandes personajes como Fidel Castro, Armando Hart y Ernesto Che Guevara, pero también a mujeres verdaderamente extraordinarias como Haydeé Santa María y Vilma Espín, entre otras que resultan un modelo de fuerza y voluntad para toda América Latina.
De la misma manera, en la historia anterior de Cuba, en el siglo XIX, donde encontramos la figura de José Martí que inspiraría a generaciones enteras durante el siglo XX, aparece en la literatura una mujer singular: Gertrudis Gómez de Avellaneda, que sin ser revolucionaria enfrentó grandes batallas a lo largo de su vida y su obra.
Pero ¿quién es esta mujer cuyo eco de su nombre se ha perdido en el tiempo para resonar únicamente en los oídos de expertos literarios?
Breve acercamiento a La Peregrina
Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una cubana que se rebeló a las condiciones tradicionales de su época; no se rindió ante los infortunios que la vida le impuso y se convirtió en una de las más importantes escritoras del romanticismo latinoamericano, así como en una de las iniciadoras del movimiento feminista en España.
Nació el 23 de marzo de 1814 en la antigua ciudad de Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba). Hija de doña Francisca de Arteaga y Betancourt, perteneciente a una acaudalada familia cubana, y del comandante español Manuel Gómez de Avellaneda. Muy temprano, a los catorce años, cometió su primer acto de rebeldía: rechazó el matrimonio que su familia le había concertado, decisión que le costó en consecuencia, perder la herencia de su abuelo.
En 1836 se traslada a España donde viviría los veintitrés años más importantes de su vida. Su familia se estableció en La Coruña, pero al poco tiempo, Gertrudis se trasladó a la ciudad de Sevilla, que para ese entonces gozaba de un gran ambiente cultural. Es ahí donde comienza a dar a conocer sus primeros versos en 1938, bajo el seudónimo de La Peregrina. Publicó en algunos periódicos y revistas sevillanas, y, posteriormente, en algunos de Cádiz. En 1840 estrenó su primera obra dramática: Leoncia.
Así, Gertrudis Gómez de Avellaneda, “La Peregrina” o “Tula”, como también la llamaban, comenzó su peregrinaje –como ella misma lo sugiere con su seudónimo–, el cual sería una constante en su vida personal, “es una desarraigada y no por propio deseo, de la familia, de la patria nativa, del amor conyugal, de la estabilidad”.1
El amor en la Avellaneda, una dura inspiración
Durante esta primera etapa en Sevilla, Gertrudis conocerá al hombre que despertó en ella un amor que mantuvo durante casi toda su vida, pero que, a pesar de varios intentos, no le fue correspondido con la misma pasión. Este incansable amor por Ignacio de Cepeda, puede leerse en su Autobiografía y cartas, publicadas por Lorenzo Cruz en 1837.2
Lamentablemente, este amor no correspondido no fue el único infortunio de la escritora. El éxito literario que sus dramas iban cobrando en Sevilla coincide con la relación amorosa que sostuvo con el poeta Gabriel García Tassara, un hombre engreído, vanidoso y egoísta, con quien tendría una hija que este jamás reconocería. La niña, María o Brenhilde, como ella prefería llamarla, nació en abril de 1845 y falleció siete meses después sin que su padre la conociera, pese a las dolorosas cartas que Gertrudis le escribió pidiéndole que lo hiciera.
Paradójicamente, después de haber enfrentado la experiencia de ser madre soltera en el siglo XIX y de sufrir la terrible perdida de Brenhilde, en ese mismo año, Gertrudis obtuvo los dos primeros premios de un certamen poético organizado por el Liceo Artístico y Literario de Madrid, lo que la hizo figurar entre los escritores de mayor renombre de su época, algunos afirman, incluso, que se convirtió en la mujer más importante de todo Madrid, después de Isabel II.
Un año más tarde, Gertrudis aceptó contraer matrimonio con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid en aquel entonces, pero esta unión apenas duró cerca de seis meses, pues el Gobernador, a causa de una enfermedad en la laringe, murió en brazos de su esposa, en la ciudad de Burdeos, en agosto de 1846. Desesperada, Gertrudis se internó algunos meses en el convento de La Solitude de Martillac, perteneciente a la congregación de La Sagrada Familia de Burdeos, donde escribió Manual del buen cristiano,3 dos elegías y los poemas A él.
De regreso a Madrid, reanuda, luego de un tiempo, su relación con Ignacio de Cepeda para decepcionarse como la primera vez.
En 1855, Gertrudis se casa de nuevo, esta vez con Domingo Verdugo y Massieu, coronel y diputado a Cortes. Durante esta época, Gertrudis escribe Los tres amores y Baltasar, ambas de gran trascendencia en su vida. Esta última fue una de sus mejores obras; pero, al presentarse la primera, resultó ser un completo fracaso, al grado de que alguien, durante el estreno, tiró un gato entre las butacas del teatro, lo que causó un gran revuelo.
Domingo Verdugo acusó de tal incidente a Antonio Rivera, con quien se enfrentó saliendo muy mal herido. En 1859 el matrimonio se trasladó a Cuba, donde el coronel Verdugo, a causa de aquella herida, falleció en 1863.4
En Cuba, la Avellaneda, fue cálidamente recibida por sus compatriotas, después de veintitrés años de ausencia, incluso en una fiesta en el Liceo de la Habana fue proclamada poetisa nacional. Allí continuará su trabajo literario. En 1860 dirigió la revista Álbum Cubano de lo Bueno y Bello, donde publicará sus discutidos artículos sobre “La mujer”, además de sus leyendas “La montaña maldita”, “La dama de Amboto”, y “La flor del ángel”.
Después de la muerte de su esposo, Gertrudis acrecienta su espiritualidad y fervor religioso. En 1864 regresa a Madrid para preparar sus Obras completas, donde finalmente muere el 1 de febrero de 1873 a los 58 años de edad. Sus restos reposan en el cementerio de San Fernando de Sevilla, junto a los de su esposo y su hermano Manuel.5
Su obra literaria y sus influencias
Desde niña, la pequeña Tula mostró su afición por la literatura, ya que por pertenecer a una clase acomodada, recibió una educación que le permitió leer a temprana edad a Lord Byron, Víctor Hugo, Lamartine, Chateaubriand, Madame de Staël, George Sand, entre otros autores, cuya influencia se vería reflejada más tarde en su obra. Así lo menciona la misma Gertrudis en su autobiografía:
“Desde muy niña hacía versos, y aún novelas, que tenían por protagonistas gigantes y vampiros, pero mi pasión era el teatro. En vano mi madre empleaba hasta el rigor para hacerme aprender el dibujo y la música a que era ella muy aficionada”.6
Rafael Marquina la describe de la siguiente manera: “fue la suya una precocidad tan indiscutible como melancólica. Y hubo en ella, desde los primeros años, en torno al pimpinante agrado de su belleza gentil, ese halo triste que rodea a las criaturas de predestinación”.7 En sus diversiones estaba representar comedias, redactar cuentos, lectura de novelas, poesías y comedias, lo que muestra su pronta inclinación por la literatura, como ella misma narra:
“Desde entonces mi amor al teatro se hizo una pasión absoluta [...] No teniendo tragedias que leer, yo comencé a crearlas. Improvisaba con mis amigas tremendas escenas de pasión, de muerte, y más de una vez, me posesionaba de tal modo, que después de uno de aquellos ecsabruptos poéticos caía en cama con calentura”.8
A partir de su llegada a España, con el movimiento cultural de Sevilla y la buena aceptación de sus primeros trabajos, la Avellaneda comienza su camino de ascenso en la literatura, que se consolida en Madrid, a partir de 1840, tiempo en el que publica Poesías (1841); sus novelas Sab (841), Dos mujeres (1842-1843); Espatolino (1844) y Guatimozín (1845); los artículos de costumbres La dama de gran tono (1843) y la leyenda La baronesa de Joux (1844). Estrena en 1844 los dramas titulados Alfonso Munio y El príncipe de Viana y en 1846, Egilona.9
Participó en las veladas literarias del reconocido Liceo Artístico y Literario de Madrid, donde se relacionó con los grandes escritores e intelectuales de la época: Alberto Lista, Juan Nicasio Gallego, Manuel Quintana, Bernardino Fernández de Velasco, duque de Frías, Nicomedes Pastor Díaz, José Zorilla, Francisco de Paula y Mellado, entre otros, se convertirán en sus protectores y amigos.10 Aunque esto no fue suficiente para evitar que las críticas de personajes como Marcelino Menéndez Pelayo le impidieran su entrada a la Real Academia de la Lengua en 1853.
Entre 1849 y 1853 estrena siete obras dramáticas: Saúl (1849), tragedia bíblica calurosamente acogida por el público; Flavio Recadero (1851); La verdad vence apariencias (1852); Errores del corazón (1852); El donativo del diablo (1852); La hija de las flores (1852) y La Aventurera (1853). En 1851 reedita sus Poesías y publica un relato de tema histórico, Dolores. Asimismo, en el Semanario Pintoresco Español aparecen dos nuevas leyendas:“La velada del helecho” (1849) y “La montaña maldita” (1851). Escribe varias leyendas que recogerá más tarde en sus Obras literarias y estrena Simpatía y antipatía (1855), La hija del rey René (1855), Oráculos de Talía o los duendes de palacio (1855), Los tres amores (1858) y Baltasar (1858).11
Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una rebelde del movimiento romántico latinoamericano y precursora del feminismo en España, que desde Cuba nos trae su recuerdo a la memoria, como “una rebelde incorregible y romántica”.
Notas
1 Rosario Rexach: Estudios sobre Gertrudis Gómez Avellaneda, la reina mora del Camagüey, Editorial Verbum, Madrid, 1996, p. 47.
2 Veáse Lorenzo Cruz de Fuentes: La Avellaneda (autobiografía y cartas), 2da., Imprenta Helénica, Pasaje de la Alhambra, Madrid, 1914. [Para este trabajo se consultó la versión online].
3 Teodosio Fernández Rodríguez: Gertrudis Gómez de Avellaneda en Madrid, Anales de la literatura hispanoamericana, Universidad Complutense, Madrid, 1993, p. 115.
4 Ibídem, p. 118
5 Ibídem, p. 115.
6 “Gertrudis Gómez Avellaneda, Fragmento de Autobiografías y cartas (1914)”, en Montserrat Galí Boadella, Historias del bello sexo. Introducción del romanticismo en México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 2002, p. 351.
7 Rafael Marquina: Gertrudis Gómez Avellaneda: La Peregrina, Biografía, La Habana, 1939, p. 16.
8 Ídem.
9 María Ángeles Ayala Aracil: La autora: Apunte biográfico, Biblioteca Virtual Cervantes [On line]
10 Ídem.
11 Ídem
Continuará.
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