Pedro de la Hoz
Después de sonreír al ser presentados, el rostro de Sislej Xhafa se ensombreció. Todo porque le dije que los parlamentarios de su país estaban pugnando por establecer un ejército propio. Pienso que a Xhafa la noticia le supo a guerra y las guerras lo habían hastiado. Apenas musitó: “No hablemos de política”. Dio media vuelta mientras yo quedé contemplando las obras suyas desplegadas este octubre en las salas universales del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, con la certeza de que, a fin de cuentas, la política permeaba inevitablemente las producciones de uno de los creadores visuales más conspicuos de la hora actual.
Xhafa nació hace 48 años en Kosovo, cuando ese territorio balcánico pertenecía a la federación yugoslava. En su juventud asistió, primero como testigo directo y más tarde desde Italia, adonde emigró en la década de los 90, a las turbulencias de una confrontación que comenzó en el plano doméstico y pasó a ser manipulada por los intereses geopolíticos de Estados Unidos y sus aliados en la OTAN.
En 1997 protagonizó un suceso singular en la 47 Bienal de Venecia. Ni Albania, ni por supuesto Kosovo, contaban como otras naciones con una representación institucional. Xhafa deambuló entre las exposiciones vestido con ropa de futbolista y lanzaba a los paseantes un balón. Dio a su performance el título Pabellón clandestino. No puedo dejar de asociar aquel gesto al de Granit Xhaka y Xherdan Shaqiri, ambos jugadores de la selección suiza, hicieron para festejar goles ante el once serbio en el Mundial de Rusia 2018: el vuelo del águila simulado con sus manos aludió al más entrañable símbolo albanokosovar.
Meses antes de la acción plástica en Venecia, había irrumpido en la escena kosovar la milicia del Ejército de Liberación Albanés. Sus miembros se mostraron con capuchas. También encapuchados se presentan los músicos de las orquestas de cuerdas convocados por Xhafa desde el 2000 a fin de intervenir en la performance Again and again en varias ciudades del mundo –Solistas de La Habana, bajo la dirección de Iván Valiente, asumió ese papel al inaugurar la exposición del artista en la capital cubana– para interpretar el Adagio, del compositor norteamericano Samuel Barber. Contraste inequívoco: de una parte la placidez de una partitura conmovedora; de otra, las máscaras de quienes ejercen la violencia.
Xhafa va de un lado a otro con sus vivencias, heridas y esperanzas. Del no lugar de donde partió a los lugares en que halla recepción. Algo del Duchamp del ready-made pervive en sus procedimientos, pero los objetos que recicla no se constriñen a la especulación lúdica. Cada realización suya implica un desafío conceptual.
Sobre este menester, Jorge Fernández Torres, director del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, ha hecho notar cómo “Sislej despoja los objetos de comentarios banales para recolocarlos en los nuevos contextos en que les corresponde dialogar; aborda problemáticas universales como la emigración y los desplazamientos e interroga patrones establecidos de la moralidad para dar riendas a formas diversas de asumir la espiritualidad”.
El año pasado volvió a la Bienal de Venecia, en su edición 57, con la instalación Lost and Found, en el Arsenale: una caseta de madera remedaba los despachos de las terminales de viajeros para tramitar objetos perdidos y encontrados. Las pérdidas, en ese caso, eran los nombres de las 1667 personas que los familiares dieron por desaparecidos tras el final de la guerra de Kosovo. Un teléfono mudo coronó la acción.
Menuda polémica levantó el último verano con la exposición personal organizada por la Galería Nacional de Arte, en Prístina, la capital de Kosovo, debido a la utilización de vacas vivas estabuladas en una instalación.
Una buena parte de los espectadores habaneros se detuvieron ante la obra Monumento al Deseo: una bicicleta que en el manubrio portaba un ruinoso aparato de aire acondicionado. Otros reflexionaron sobre la incomunicación en las sociedades contemporáneas a partir de la contemplación de la instalación Esta llamada puede ser grabada para un servicio de calidad, armada con cientos de viejos teléfonos celulares.
“No me interesa hacer arte local –expresó Xhafa–, sino aspiro a que lo hecho para cada lugar alcance un valor universal. Esta sensibilidad es la que quiero compartir con todo el mundo”.