Edgar Rodríguez Cimé
Las diferentes respuestas del pueblo de México ante la masiva llegada de la caravana migrante proveniente de Honduras fue “clasista”, diría el viejo Marx: los ricos, el “Bronco” dixit, igualándose a la barbarie trumpiana amenazándoles con desalojarlos; la clase media, inundando las redes sociales con sus temores a ultranza ante los extranjeros; y, lo increíble, los más pobres entre los pobres del sureste: campesinos, indígenas y trabajadores, mostrando el “oro” de nuestro país: donando agua, comida, medicinas y ropa, para nuestros hermanos centroamericanos.
Pero ¿cómo entender esta solidaridad tan necesaria de los pobres de Chiapas hacia los más pobres de Honduras, Guatemala y El Salvador? Esto tiene una explicación histórica y cultural. Sencillamente porque antes que llegaran los invasores europeos a América, los ciudadanos de los países centroamericanos eran del mismo origen histórico: Mesoamérica. Y, más aún, con el paso del tiempo también devenimos del mismo tronco cultural: el antiguo pueblo maya, desarrollado tanto en el sureste de México como en Honduras, Guatemala, El Salvador y Belice.
Pero, además, porque sabemos que la “solidaridad”, la ancestral ayuda mutua, no la “caridad”, se da entre “iguales”: de los pobres de Chiapas, entre estos “la luz de la esperanza” del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), a los hermanos más pobres de los países centroamericanos, porque, a fin de cuentas, somos, culturalmente hablando, “centroamericanos” y no “norteamericanos”, como estadounidenses y canadienses.
La llamada “caravana migrante” se organiza cada año para migrar hasta la “tierra prometida del capitalismo”: Estados Unidos, pasando por territorio mexicano, pero este año, por el aumento de la crisis laboral y la violencia social en Centroamérica, creció increíblemente de, inicialmente, 160 hasta casi 7 mil personas, incluyendo niños y bebés.
Ante esta dramática situación, el gobierno de Trump intentó contar con la complicidad del gobierno mexicano para impedir el paso de los migrantes en el sureste, pero la “necesidad de vivir” pudo más y la muchedumbre rompió el cerco impuesto, internándose a nuestro país donde los pobladores del estado de Chiapas los apoyaron obsequiándoles agua, comida, medicinas y ropa, sobre todo para los deshidratados y exhaustos niños y bebés que lo requerían más.
De esta forma, la xenofobia (odio a los extranjeros pobres, porque a los ricos se les recibe muy bien) y racismo que inundó las redes de Internet en las primeras horas que la caravana migrante ingresó a México, fueron derrotados por el enorme caudal de gestos solidarios de los de Abajo, incluyendo apoyos de congregaciones religiosas.
Miles de migrantes con niños y bebés cargados, con el sol cayendo “a plomo”, que caminaron de Ciudad Hidalgo a Tapachula y luego a Huixtla, fueron acompañados por la solidaridad de las comunidades indígenas chiapanecas que atravesaron.
Y, como es la costumbre, el gran ausente fue el gobierno mexicano. Como si las autoridades esperaran “se cansen los miles de incansables” que huyen de los saqueados territorios del sur por los ambiciosos países del norte en el capitalismo expoliador.
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Colectivo cultural Felipa Poot Tzuc