Cultura

Homenaje al pintor Ermilo Torre Gamboa con motivo de su trayectoria en Prohispen

Conrado Roche Reyes

El martes 27 de noviembre de este año, en punto de las 19.00 horas, se llevó a efecto uno de los homenajes más merecidos que se han hecho a artista alguno en nuestra tierra, como fue el caso del realizado en honor al enorme pintor, referencia obligada en toda la plástica yucateca y por su larga trayectoria, Ermilo Torre Gamboa, en el Centro Cultural Prohispen.

El acto se efectúo ante una de las más nutridas audiencias, que yo recuerde, en el recinto “José Díaz Bolio” de dicho centro cultural.

Y es que el hermoso viejo don Ermilo Torre Gamboa es la bondad y personalidad unificadas en un ser humano de excepción.

Se comentó que don Ermilo comenzó a dibujar desde pequeño, cuando trabajaba en la empresa familiar El Paje. Dibujaba por puro gusto cuanta persona o situación se le presentase a sus ávidos ojos y los transmitía, sin él darse cabal cuenta, a su cerebro y su alma, que estaban plenos de colores.

Esto no pasó inadvertido a sus mayores, quienes buscaron la manera de alentar las inclinaciones artísticas del niño Ermilo, encontrándolo en la persona del señor Alejandro Gomory, verdadero mecenas, quien se decide a apoyar al ya adolescente Torre Gamboa.

Fue de esta manera que viaja a la capital, en donde estudia en la afamada academia de artes plásticas de la Ciudad de México, la de San Carlos, alma máter de la mayoría de nuestros más grandes pintores nacionales y locales.

Dada su valía como artista, se embarca entonces hacia Europa, en donde va perfeccionando su arte en la Academia de San Fernando de la capital española. Viaja entonces a París y Florencia, dos de las ciudades en las que más se respira en arte en el aire, aun en la calles, empapándose de los grandes maestros universales en los museos del Prado o el Louvre.

A su regreso a México se engancha con otro yucateco ilustre que residía en la capital, Alvar Carrillo Gil, con quien al alimón va perfeccionando su pintura. Torre Gamboa, como todo gran artista, se puede decir que es un ingeniero del alma humana, siempre un perseguidor de la belleza. A él lo impresiona sobre todo David Alfaro Sequeiros, de quien tiene fuertes influencias.

De vuelta a Mérida se consolida primordialmente como un fascinante y espectacular retratista. Llega un momento en que no hubo hogar yucateco que se preciara que no tuviese un cuadro de Torre Gamboa. Ya fuese un retrato o algún paisaje o algo que recordase a la familia poseedora de alguna obra del homenajeado.

A estas alturas ya ha expuesto en varias ciudades del país y del extranjero. Sin temor a equivocarnos, podemos aseverar que es quien más ha influenciado a los pintores de la entidad, géneros o técnicas aparte, siempre habrá algo, una brizna de Torre Gamboa, aun en los cuadros de más difícil digestión artística. Es, además, un gran maestro de generaciones de artistas. A pesar de que su obra más conocida es el retrato, el Maestro tiene en su poder una pintura que podemos llamar más íntima. Es decir, en su guarida tiene infinidad de pinturas muy opuestas al figurativo. De éstas, casi no se desprende fácilmente, prefiere atesorarlas para gozo de él mismo y unos cuantos privilegiados.

Uno de sus presentadores, el también pintor y alumno de Torre Gamboa, Fernando Palma, comentó que de pequeño visitó el estudio de Torre Gamboa, por entonces situado en el barrio de Santa Ana, y desde entonces quedó prendado de este arte, que hasta el día de hoy es su gran pasión, continuó diciendo Fernando Palma.

“Posteriormente –prosigue– tuve el honor de exponer junto a mi maestro”. A pesar de que Torre Gamboa está casi ciego, al parecer no necesita del sentido de la vista, ya que hace arte con el alma, pinta con el espíritu.

El señor Palma lanzó la iniciativa de hacerle una estatua, un monumento o ponerle el nombre de Ermilo Torre Gamboa a una calle, “ya que en otras ciudades del país existen calles con nombres de artistas y próceres yucatecos que aquí no tenemos, lo que es una pena –continuó–, y, por tanto, insisto en que se debería y vamos a formar un comité para que alguna de nuestras calles o avenidas lleve el nombre del Maestro”.

Su nieto, Jorge Espinosa, a su vez dijo que de niño no se daba cuenta de la trascendencia de su abuelo. Sabía que era pintor, mas no de la magnitud de éste. Comenta que siempre fue un abuelo muy amable, muy consentidor. Que jugaba fútbol (portero) con él y los demás chamacos del barrio: “Era un niño más”, comentó.

Y su vez, él comenzó a dibujar y sintió el llamado del arte. Del deleite de la pintura, siempre bajo la égida de su abuelo, quien esa noche del homenaje, a sus más de noventa años, mostró una lucidez y calidez dignas de aplauso. Entero el hombre.

Con sus numerosos alumnos nunca fue un duro y severo sinodal –lo contrario a ciertos maestros de los talleres literarios yucatecos que se solazan en humillar a sus alumnos–, sino que con palabras cariñosas corregía los errores de aquellos.

En su turno de tomar la palabra, el maestro Torre Gamboa dijo que se sentía abrumado de tantas palabras y honores y emociones que estaba recibiendo esa noche. Recalcó entre risas que “están abusando de mí”.

Para rematar con más emoción el acto, al finalizar, el gran artista hizo un anuncio inesperado. Una sorpresa mayúscula y en especial para Margarita Díaz Rubio, promotora de este homenaje y coordinadora de Prohispen.

Don Ermilo Torre Gamboa le regaló un cuadro de su padre, el poeta y bohemio don José Díaz Bolio, que pintó cuando este último aún estaba en vida.

Margarita, visiblemente emocionada, en ese instante colgó el retrato de su papá en el auditorio que lleva su nombre.

Noche de espiritualidad, amabilidad –del homenajeado, que a leguas se nota es un hombre muy humano y cariñoso– y de sabrosas anécdotas con varios amigos y amigas intelectuales, artistas y gente del común de los mortales, todos comentando lo bonito del homenaje y alabando al Maestro que más ha influido en la plástica yucateca.