Cultura

Pedro de la Hoz

Es la hora del regreso de los hijos pródigos. Formados por la Escuela Cubana de Ballet, dispersos por el mundo, varias de las figuras más talentosas han vuelto a casa para mostrar lo que han conseguido sino también gratitud a los maestros y, en especial, el irrenunciable sentido de pertenencia a una cultura, a una identidad. Este es quizás uno de los rasgos que distingue, a diferencia de otras citas, el 26 Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso, que se aproxima a su final este martes 6 de noviembre.

Las complejidades de una plaza sitiada, como lo ha sido Cuba por tanto tiempo, hostilizada por un vecino poderoso, hizo difícil para muchos admitir lo que es lógico y natural en tantas partes del mundo: el desplazamiento de artistas de compañías nacionales a extranjeras, en busca de oportunidades de realización personal. En las últimas dos décadas decenas de bailarines han sido contratados por instituciones europeas y latinoamericanas. También cuentan los que en medio de giras internacionales han optado por no regresar, y se han instalado en los Estados Unidos, pero a la mayoría no les han cerrado puertas, máxime cuando el Estado cubano, en muestra de madurez, ha flexibilizado la política migratoria. Lo que en tiempos pretéritos era pasto de incomprensiones e intolerancia, ha quedado felizmente atrás, lo cual es aún más elocuente en momentos de recrudecimiento del cariz agresivo con que la Casa Blanca maneja los asuntos cubanos.

El público agradeció mediante prolongados aplausos el retorno de Rolando Sarabia en el papel de Albrecht de Giselle, de acuerdo con la versión de Alicia Alonso que aprehendió desde la raíz y hoy muestra al mundo. Alguna vez, cuando pertenecía a la tropa del Ballet Nacional de Cuba, de Sarabia se habló como del Baryshnikov insular.

No era para menos; su virtuosismo y elegancia le valieron en 1998 un par de Grand Prix en el Concurso de París y en el de Varna. En 2003, en pleno ascenso, decidió dejar al BNC, y dada su calidad comenzó a ser solicitado por varios colectivos en Estados Unidos e invitado por prestigiosas instituciones europeas. Actualmente, con 36 años de edad, se desempeña como bailarín principal de The Washington Ballet.

Lorna Feijóo y Nelson Madrigal, ella primera figura del Boston Ballet, participaron en las jornadas pedagógicas Fernando Alonso, que en el contexto del Festival rindieron honores a la memoria del maestro fundador de la Escuela Cubana. Lorna dejó en los asistentes a su clase magistral una lección imborrable.

En las funciones de la cita danzaria, los aficionados arropan a otros destacados artistas que defienden y promueven el estilo de la Escuela Cubana en escenarios internacionales. Así reciben la presencia de Hayna Gutiérrez, que ha desarrollado una interesante carrera en el Alberta Ballet, de Canadá, y de Lienz Chang, otrora bailarín de excepcionales resultados y ahora maitre del Ballet del célebre Teatro alla Scala de Milán.

Hubo curiosidad ante el estreno en la isla de la versión de La boheme, que la Milwaukee Ballet Company (MBC) presentó con dos bailarines cubanos, Marizé Fumero y Arionel Vargas. Ambos han devenido primeras figuras de ese colectivo, que trata de demostrar, con el liderazgo del coreógrafo y director artístico norteamericano Michael Pink, que Milwaukee no es solamente la tierra de un famoso equipo de béisbol.

Vargas posee más veteranía. Se formó en las huestes de Laura Alonso, la hija de Alicia, que lleva adelante desde hace muchos años las riendas del Centro Prodanza, proyecto pedagógico complementario de la Escuela Cubana de Ballet. A inicios de este siglo, él se insertó en el English National Ballet y coincidió en espectáculos con el más notable bailarín cubano de estos tiempos, Carlos Acosta. De ahí pasó al Ballet de Winnipeg, en Canadá, y recaló, junto a su compañera, en Milwaukee, cuatro años atrás.

Más joven, Fumero, graduada de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, fue fichada por el English National Ballet en 2012, y dos años después, con Vargas, transitó hacia la estadounidense MBC, donde figura como una de sus estrellas con 26 años de edad.

Fumero y Vargas contribuyeron al sueño de Pink en Milwaukee. Este es un coreógrafo que domina el vocabulario de la danza clásica con un leve toque de modernidad. Pero también posee olfato para atraer al público mediante propuestas irresistibles; de ahí que enfoque su repertorio a la asociación con referentes bien anclados en el imaginario medio popular, como son los casos de la historia de Peter Pan, Drácula y de la Cenicienta.

La boheme apela al gancho indiscutible de la música de la ópera de Puccini y condensa en gestos y acciones el argumento pasional del drama. Fumero y Vargas condensan a su vez los elementos escénicos y transmiten la intensidad original de la pieza pucciniana. Pink no deja de ser convencional y trillado en las soluciones coreográficas, pero estas encuentran resonancias en el espectador justamente por la solvencia técnicas de los protagonistas. De lejos Fumero y Vargas responden a las exigencias de la Escuela Cubana de Ballet.