Cultura

Fernando Muñoz Castillo

Si algo cimbró a la escena frívola del teatro mexicano fue la llegada de Madame Rasimi y su revista ¡Voila le Ba-ta-clan!, en 1925. Esta compañía era una de las grandes atracciones teatrales de París, sus bellas muchachas escasas de ropa –pero lo poco que se ponían de muy buen gusto–, la música y las coreografías enloquecieron no sólo a México, sino a todos los países de Latinoamérica donde se habían presentado, esto lo podemos constatar revisando periódicos y revistas dedicados al espectáculo en cada país.

En México, el relajo que nos caracteriza creó una parodia de este espectáculo al que se le llamó Mexican Rataplán. El furor que causó esta idea y dirección del Panzón Soto, con una producción de José Campillo y Gonzalo R. de la Gala, dio pauta para que el Teatro Mexicano de Revista, se “rataplanizara” por un buen tiempo.

En 1928, la influencia del Bataclán comienza a decaer en el gusto del espectador mexicano. El siguiente texto escrito por Fradique y publicado en Revista de Revistas el 13 de mayo de 1928, nos da una visión bastante amplia del fenómeno.

Bataclán y procacidad,

la vergüenza de nuestro

teatro frívolo

“El teatro metropolitano ha adquirido un carácter degradante, una pestilencia moral. Rota la contención del diálogo teatral, los autores (y el público) han ido cayendo en el “sabotaje” de la industria palabrera, entre desnudos de rojo hollín de las farándulas pueblerinas. Autores y actores refríen viejas carnes y chistes de ayer, que están sembrando la degradación espiritual en las clases medias. So pretexto de modernizar el teatro y de acabar con todo género de tradiciones, los “escritores” de Bataclán y revista urden sus tramas con el áspero hilo de aventurillas callejeras, en que los héroes son siempre figuras patibularias, entes de la cárcel y donjuanes de pulquería. El nacionalismo teatral de que se hace gala no nos presenta el incidente cotidiano de la urbe, convertido por gracia del ingenio y del gusto en lección provechosa, se contenta con darnos desnudo de toda decencia; el es parte roñoso de la disputa entre “pelados”, lo más vil del pueblo y lo más bajo de la vida. México no carece de estos tipos (que integran los bajos fondos de la existencia pública), y con un poco de comprensión, de finura o de sinceridad, los escritores de revista y sainetes podían entretenernos largos años en el recuento de todas las comicidades y ambientes.

”El termómetro de toda la cultura es el teatro…sólo cuando la decadencia moral es muy pronunciada, aparecen en el teatro estas libertades que son verdaderos liberticios. Porque estos excesos del chiste agrio minan la salud mental del público, lo acostumbran a ver la vida sin esa veladura fina que constituye precisamente el pliegue airoso del manto cultural, le envilecen y echan por los senderos de una equívoca degradación. No importa que los autores de folletos escriban uno o dos por semana, …en cualquier noche…se ve lo mismo. Dos o tres tipos maleantes con sus “cuatezonas” y un decorado que desde lejos huele “y no a ámbar”. De los diálogos ni hablemos.

”¿A qué se debe el relajamiento absurdo del género chico?...a la complacencia de la censura oficial…, y al escaso respeto de los autores para el público decente.

”En estos autores…Noche a noche se repite el desfile de mujeres gursas y semidesnudas que, con blandas cadencias y mal estudiadas sonrisas, desfilan por una olla de “calambures” de taberna, de ademanes de presidio, de caracterizaciones de marihuanos y de criminales…Hace poco, José F. Elizondo tuvo la valentía de llevar a la escena una revista que nos trajo algo de emoción culta…de alguna parte debe surgir el grito de rebelión y de reacción”.

Comenzaba la batalla entre el verdadero teatro de revista y el teatro frívolo que luego se mal llamaría o designaría como burlesque, ese que el Regente de Hierro quiso desaparecer y no pudo…

Todo esto sucedió en el siglo pasado, así que a nosotros qué, dirá alguno, aquí eso no sucede en ningún teatro.