Cultura

Pedro de la Hoz

Para muchos será Carmen o Giselle, porque a la primera aportó todo el fuego de su carácter y a la segunda la dimensión áurea de la leyenda. Una Carmen que llegó luego de que Alberto, hermano de su esposo Fernando Alonso, hubiera concebido personaje y ballet para otra mítica bailarina, Maya Plisétskaya, auxiliada en la banda sonora por la recreación que su cónyuge Rodion Schedrin hizo de la partitura original de George Bizet. Una Giselle que interpretó por primera vez a los 22 años de edad el 2 de noviembre de 1943 en Nueva York y que al bailarlo por última vez en la misma fecha de 1993 selló una marca única e irrepetible.

Sin embargo, ante su partida, no pocos evocan una página también única e irrepetible en la trayectoria profesional de Alicia Alonso. Aconteció el 31 de julio de 1990. Ese día, en una jornada del Primer Festival Internacional de Música y Danza, de Palma de Mallorca, Alicia, el gran bailarín ruso Rudolf Nureyev y la extraordinaria soprano española Victoria de los Angeles, se unieron en escena para interpretar la versión coreográfica del cubano Alberto Méndez sobre Poema del amor y del mar, del compositor francés Ernest Chausson (1855 -1899). La obra data de 1893; partitura para voz y orquesta, sobre textos del poeta francés Maurice Bouchor (1855-1829).

A esas alturas Nureyev era desde hacía rato uno de los bailarines más célebres del siglo XX y la primera superestrella masculina del mundo del ballet desde los tiempos de Vaslav Nijinsky. Hechizó al público con saltos y giros espectaculares, pero fue su temperamento apasionado dentro y fuera del escenario lo que lo convirtió en un fenómeno. Descendiente de tártaros, criado en Moscú y Ufa, donde estudió danza y aprendió con el Ballet de esa ciudad, fue un estudiante sobresaliente pero rebelde en la Escuela de Ballet de Leningrado desde 1955 hasta 1958, cuando pasó por alto el cuerpo de ballet y se graduó directamente en roles solistas con el Ballet Kirov.

Tres años después, el 17 de junio de 1961, mientras estaba de gira con el Kirov en París solicitó asilo a los funcionarios en el aeropuerto de Le Bourget. En los siguientes meses actuó en París, Nueva York, Londres y Chicago, pero llegó a un punto de inflexión en 1962 cuando se asoció con la aclamada bailarina del Royal Ballet británico Margot Fonteyn, quien tenía 19 años más que él. El feroz virtuosismo de Nureyev demostró ser un contrapunto perfecto para la elegante madurez de Fonteyn, y su larga asociación rejuveneció su carrera y estableció la suya. A pesar de su asociación con el Royal Ballet como “artista invitado permanente” durante 20 años, Nureyev no estaba formalmente afiliado a la compañía de danza. Trabajó como artista invitado en todo el mundo, tanto como bailarín y más tarde como coreógrafo. En la década de 1970, Nureyev se ramificó en otras artes escénicas. Apareció en televisión y en películas, también recorrió los Estados Unidos en un renacimiento del musical de Broadway, El Rey y yo, e incluso probó suerte en la dirección.

Aunque se convirtió en ciudadano austriaco en 1982, vivió principalmente en París, donde fue director y coreógrafo principal del Ballet de la Opera de París. En 1989 bailó en la Unión Soviética por primera vez desde su partida. Nureyev llegó a confesar que ver a Alicia Alonso bailar en su adolescencia alentó sus motivaciones artísticas, y persiguiendo ese recuerdo, y luego de vencer múltiples obstáculos, invitó a la diva cubana a participar en un proyecto conjunto.

Se pusieron de acuerdo para involucrar a un coreógrafo que gozaba de toda la confianza de las partes, el cubano Alberto Méndez, considerado como uno de los más imaginativos creadores contemporáneos, autor de varias piezas destinadas exclusivamente a Alicia, como Nos veremos ayer noche, Margarita; Canción para la extraña flor, una pequeña joya con música de Scriabin; La Péri y Roberto el Diablo, exquisitas reconstrucciones de la era romántica; y La Diva, evocación de María Callas.

Por tres días, antes de llegar a Mallorca, Nureyev y Alonso montaron la pieza en la isla Li Galli, cerca de Capri, donde residía el ruso. A pesar de que éste se hallaba en baja condición física –la inmunodeficiencia adquirida que le causaría poco después la muerte minaba su salud–, se empinó para lograr una hermosa relación con su pareja. Alicia, a su vez, siempre agradeció la magia de los ensayos, más que la propia función. Dijo que había reinado un clima de compenetración poética, más tarde realzado con la intervención vocal de Victoria de los Angeles, cuyo delicado fraseo redondeó la entrega, arropada por bailarines cubanos de primerísimo nivel como Loipa Araújo, Marta García, Ofelia González, Dagmar Moradillo, Orlando Salgado, Lienz Chang, Jorge Vega y Rafael Padilla.

A aquella función única en Mallorca sólo asistieron dos mil espectadores. Afortunadamente quedó registrado un documental, producido por el Museo Nacional de la Danza, de Cuba, y el realizador Ioshinobu Navarro Sanler, con textos de Pedro Simón, director de dicha institución y esposo de Alicia.