Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Jesús Orta Ruiz

VI

856

Canción de lo no cantado

Con sed nueva de cantar

entro al corazón del monte,

y, con celos del sinsonte,

y del río, y del palmar,

y de la aurora, y del mar,

y del cielo, y las cascadas,

como de las madrugadas

de luna y blanca ilusión,

viene a mí la procesión

de bellezas no cantadas.

Viene el camaleón sin ruido

sobre sus patas de raso,

tan de raso como el paso

del silencio y el olvido.

Es –cazador sorprendido–

una hoja viva y delgada

que se le fue a la enramada;

y bajo el solar destello,

anda luciendo en el cuello

una rosa sofocada.

Viene el majá, insinuación

de relámpago y camino,

harto del símil mezquino

y de la superstición.

Viene a girar su razón,

a decir que no es malvado,

que si atrapa un cuerpo alado

no es por intenciones malas:

¡es para nutrir con alas

el dolor de ir arrastrado!

Viene la insomne lechuza

cuando la noche se explaya.

Alguien dice: ¡Sola vaya!

y sola los aires cruza.

Su graznido desmenuza

sobre la campestre alfombra;

y el hombre injusto se asombra

de su fantasmagoría,

mas yo sé que es la alegría

de verle el fondo a la sombra.

En su desnudez sin pelo

vienen las ranas saltantes,

y abren sus bocas jadeantes

como bebiéndose el cielo.

Suenan, suenan el desvelo

de su contrabajo frío;

y son, allá en el macío,

entre el junco y en el vado,

un teléfono ocupado

por la palabra del río.

Viene el cerdo –miniatura

de elefante, y alcancía–:

rojo grito de agonía

que es heraldo de ventura.

Viene el grillo, tesitura

fragante de la sabana,

rumor de fina campana,

pequeña y verde aeronave

que en la noche es una clave

de canturía lejana.

Viene el chivo saltarín,

ese amasijo cornudo

de filósofo barbudo,

de sátiro y bailarín.

Enemigo del jardín

más que el otoño de gualda,

alpinista de la falda,

Don Juan de ritos nasales

y unas pupilas rurales

codiciosas de esmeralda.

Viene la araña, y con ella,

la prehistoria del telar,

el propósito de estar

arriba, como la estrella.

Se calumnia que no es bella

y yo la sé encantadora:

pacífica tejedora,

silenciosa equilibrista,

fusión de Arácnida artista

y de Diana cazadora.

Viene la astuta jutía

hecha de fuga y salero,

acróbata manigüero,

cuadrúpeda simpatía.

Viene con olor a umbría

en el áspero color,

con su rabo trepador

y su aliento de espesura:

indígena travesura

con la muerte en el sabor.

La jicotea paciente

viene con su casa encima,

piedra fluvial que se anima

y salta de la corriente.

¡Qué satisfactoriamente

escucha la caravana!

Y a la luz de la mañana

una pobre mujer fea

me comprende… y palmotea

desde próxima ventana.