Cultura

Mi audaz amigo Enrique

Conrado Roche Reyes

II y último

En la anterior colaboración sobre Enrique Vidal, comenté que sentía algo de culpa, mas no explique el porqué. Los hechos sucedieron como sigue:

Enrique, a pregunta de varias personas del público y periodistas acerca de qué era lo más relevante que había hecho en su prolífica e interesante vida, en aquel instante expresó que no tenía la menor idea; sin embargo, todavía al día de hoy, 12 de noviembre de 2019, me confesó que después de analizar aquello, en realidad no sabía qué era lo más importante o trascendente que había hecho, que no estaba seguro, pero de lo que sí estaba seguro es que la cuestión que personalmente más lo ha llenado, más le ha causado alegría, había sido su evento de la Coronación de la Reina del Cine Nacional en Yucatán; una idea que le nació de momento, siendo aún muy joven y ya publicando la revista Guía Cinematográfica, hoy Guía de Espectáculos de México. Es decir, que su revista y su actuación como promotor y periodista datan del año 1959; la revista de espectáculos más antigua de México, con 63 años de existencia, y la primera reina fue nada menos que la entonces máxima figura del espectáculo en general de México Ana Berta Lepe, primera mujer mexicana en quedar entre las cinco finalistas del concurso de Miss Universo (quedó como la cuarta belleza del mundo). La última fue Rosa Gloria Chagoyán (Lola la trailera)

En cada una de aquellas fiestas llenas de colorido que se realizaban en el teatro Peón Contreras y era uno de los acontecimientos más relevantes de aquella Mérida un tanto provinciana, acudía toda la sociedad emeritense sin distinción de clases. En lo personal, a mí me encantaba, porque además de tocar en la banda de guerra que encabezaba el desfile de la reina en turno por el centro de Mérida, miraba el espectáculo preliminar en honor de la soberana de Enrique y del Cine Nacional en Yucatán. En cierta ocasión, cuando fue la reina Elvira Quintana, una belleza y de frondoso busto de la que estaba enamorado el adolescente Conrado, él me prometió que la estrella me daría un beso, cosa que Elvira hizo. Un beso tronador, casto, ideal… pero que me mandó al séptimo cielo.

Ahora platicaré, con la venia del propio Enrique Vidal, cierta travesura, cierta “broma estudiantil” –en su momento no lo consideré así, pero hoy veo que fui muy gandalla, aunque con la inocencia de la juventud.

Era principio de la década de los turbulentos años sesenta. Enrique Vidal, entonces mi maestro en la Modelo y amigo de la familia, me comentó que la primera mujer directora de teatro en México se dio aquí en Yucatán y se llamaba Nancy Roche, con la obra Ejercicio para cinco dedos, de Peter Schaeffer. El autor de la laureada Equs apenas acababa de aprender a manejar. Recuerdo que él tenía un “Renauluito” azul.

Previo a uno de sus postineros eventos –la famosa coronación–, Vidal consiguió un carro convertible en el que colocó a la reina y varias de sus damas en la parte más alta del convertible en un paseo promocional por la ciudad. En aquel momento, este acelerado y no muy bien de la cabeza “escribidor” (uay) paseaba con varios condiscípulos en el auto familiar, un Valiant blanco. Miré por el Paseo de Montejo la caravana que encabezaba Vidal manejando (remal) el convertible con su reina y princesas. Es entonces cuando el diablo se me metió en el cuerpo y me coloco justo delante del convertible. De pronto frenaba yo de golpe, haciendo que mi maestro hiciera lo mismo, pero más bruscamente dando con su humanidad al piso de su carro todas las bellezas que transportaba; vestidos vaporoso y de tul flotaban y volaban por los aires. Hice esa tontería –estupidez– en varias ocasiones ante la mirada furiosa de mi mentor.

Al día siguiente, Enrique Vidal, quien se ponía colorado cuando lo invadía el coraje, e imagino así estaba, ya que la cosa fue por teléfono, le habló a mi mamá contándole aquella idiotez que su hijo –o sea, yo– había cometido la noche anterior. Le dijo que yo era un esquizofrénico, paranoico oligofrénico y que me quitaran mi licencia de manejar. Pero el castigo fue peor: durante un mes me prohibieron escuchar y mucho menos tocar música, y para la mamada que hice, creo que se quedó corta. Un mes completamente, X’tonaan e X’ ma ool me pase todo ese mes.

Ahora que soy un rucuchú, pido públicas disculpas a Enrique Vidal por aquello que sucedió hace tantos años. Sin embargo, él dice que le encanta recordar este tipo de situaciones, por lo que el sentimiento de culpa ya no me carcome. Solo tengo que decir que es muy difícil que salga otro personaje de la altura humana y empresarial para Yucatán como Don Enrique J. Vidal Herrera.