Cultura

Luis Carlos Coto Mederos

Eliseo Diego

940

La consola

Consola que tantas cosas

sostienes en el olvido,

madre del reloj dormido,

protectora de las rosas;

en estas noches tediosas

en que el silencio nos duele,

déjame que te consuele,

vieja de piedad sencilla.

Si toco el tiempo en tu orilla,

qué importa que octubre vuele.

941

La enredadera

Esa fragancia tan pura

que llena toda la sombra

de la sala, que nos nombra

con un dejo de amargura,

como recuerdo que apura

el desdén; esa fragancia

que viene de una distancia

inmemorial a la sala,

será tu aliento, picuala,

será la luz de la infancia.

942

Las telas

Te miro tocar las telas

que silenciosa guardabas

en aquel cofre que amabas

como un secreto. ¿No velas

tú con las blancas abuelas

los oscuros sacramentos

de la familia? ¡Oh momentos

en que, inmóvil, nos ha herido

el árbol ígneo, escondido

en la costumbre del viento!

943

El espejo

Está dormido el espejo

en la noche de verano.

Las sillas, la mesa, el piano

dan un lívido reflejo

como en los sueños de un viejo

las memorias de otros años.

Y el hilo que va en los paños

iluminando el misterio,

es el rojo farol serio

del tren distante y extraño.

944

La luceta

Entra el blanco mediodía

por las abiertas persianas

y huyen las sombras livianas

al interior de los días.

Desciende a las losas frías

el arcoíris violento:

el amarillo sediento

y el violeta que lo acuna,

y el limpio añil de la luna

como un hondo pensamiento.

945

El retrato

Tu seca barba en la mano

me convence de una vez.

Si en la penumbra te ves

un poco en sueños, lejano,

si el amarillo malsano

del tiempo mágico empaña

la realidad que te baña

en su luz parda, qué importa.

Entre tus dedos la corta

barba de nieva acompaña.

946

Virgo

Muchacha extraña, lejana,

la que cuida de las rosas,

tú que vas entre las cosas

como luz de la mañana;

tan familiar y cercana

y a la vez tan desasida,

entre cipreses perdida

como en graves pensamientos:

tú iluminas los momentos

en que es más honda la vida.

947

A Ismael, mi primer nieto

Ismael, entre la sombra

tu personita aparece.

Es la vida que amanece,

y mi amor así te nombra.

Pero mucho más me asombra

que quepan en sólo un verso,

de modo rico y diverso,

tus mágicas aventuras:

en ellas percibo, a oscuras,

la razón de universo.

948

A María José, mi primera nieta

Mi pequeñita, tú tienes

muy poquito de nacida.

Eres sólo pura vida.

El alba roza tus sienes.

Pienso en los dones y bienes

que abrigan tu cada día:

buen corazón, niña mía,

y clara luz y entereza,

y ser con delicadeza

tu ser, el tuyo, María.

Rafaela Chacón Nardi

I

Poetisa y destacada pedagoga cubana, merecedora por su quehacer de la Medalla Alejo Carpentier, además de otras distinciones.

El 24 de febrero de 1926 vio la luz en La Habana esta personalidad descollante dentro del mundo de las letras en Cuba.

Estudió magisterio y luego Licenciatura en Pedagogía con resultados sobresalientes. Ello la llevó a ejercer como profesora en la Escuela Normal para Maestros y en los cursos de verano de las universidades de La Habana y Las Villas.

Además de la enseñanza, tenía el don de la creación literaria, motivo por el cual sus primeras producciones aparecieron en las páginas de la Gaceta del Caribe, Noticias de Hoy, El Mundo, El País y en las revistas Lyceum y Bohemia.

En 1948, a los 22 años, publicó su primer poemario. Recibe una carta de Gabriela Mistral, donde la chilena elogiaba la obra y expresaba que era la mejor colección de poemas femeninos que le había llegado en años. “Su calidad y su feminidad me han prendido de él”, comentó la premio Nobel de Literatura en aquella misiva, cuyo texto íntegro fue reproducido en la segunda edición del cuaderno, en 1957.

El quehacer en el mundo lírico de la “Rafaela de Cuba”, tal la nombrara la Mistral, llegó a acumular más de 30 títulos, los cuales fueron traducidos al inglés, francés, italiano, checo, ruso, rumano, portugués, sueco, esperanto y al Sistema Braille.

Falleció el 11 de marzo de 2001.

949

Agil ser

Ay amor, si yo pudiera

recién nacer de mi sombra,

mientras la pena te nombra

desde mi voz prisionera.

Ay amor, yo bien quisiera

volver a vivir, moverme,

transitar, estremecerme,

ágil ser de pie y cadera

y rescatar de esta espera

la cruz de mi cuerpo inerme.