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Pedro de la Hoz

Las imágenes de Tommy Dorsey y Glenn Miller devinieron íconos del papel del trombón en el jazz en la época dorada de las grandes bandas, cuando el swing campeaba a sus anchas. Desde que el jazz es jazz, el trombón estaba allí, en las bandas seminales de Nueva Orleáns, con sus cobres templados y el bullicio callejero antes, durante y después del Mardi Gras.

Los seguidores del género sitúan en un altar a Benny Green y Frank Rosolino, y todavía más a J. J. Johnson, el hombre que abrazó el bebop cuando hacerlo significaba trasgresión.

Duke Ellington contaba en su banda con un cuarteto de incondicionales trombonistas: Joseph Tricky, Sam Nanton, Lawrence Brown y el inefable puertorriqueño Juan Tizol, autor del popular estándar Caravana. Count Basie nunca quiso prescindir de la calidez de la emisión de Al Grey. Y cuando se habla de trombonistas de primera línea en activo, aparece inevitablemente Steve Turre.

A todos estos nombres ilustres debe sumarse con plenos derechos Leopoldo “Pucho” Escalante, un cubano que el pasado sábado cumplió cien años de edad –nació el 14 de diciembre de 1919 en Yateras, cerca de Guantánamo, en el extremo oriental de la isla– , y lo supimos vivito y coleando, en su pequeño apartamento de Manhattan. Es una leyenda en la historia del jazz latino y el jazz cubano en particular, que hasta hace pocos años se mantuvo en activo.

A propósito de su cumpleaños, sabiendo que en Cuba varias generaciones recuerdan su magisterio, por intermedio de su compañero de mil faenas, el saxofonista Braulio “Babín” Hernández, transmitió desde Manhattan un “saludo a todos los que en la isla y otros países de la región donde actué se acuerdan y creyeron en mí”.

Que se haya decidido por el trombón fue cosa de su padre, pintor con estudios en Europa, quien estimuló su formación musical, al igual que hizo con su hermano Luis, cuatro años mayor y con una trayectoria rutilante en la música cubana.

Instalada la familia en La Habana, “Pucho” se había consagrado al aprendizaje del saxofón, quizá por la capacidad de lucimiento de los tenoristas en las orquestas de la época. Pero papá le puso en sus manos un trombón, instrumento que el muchachón no había siquiera visto hasta ese momento, y le dijo: “Prueba y verás que puedes sacarle todos los sonidos que desees y no te vas a arrepentir”.

“Pucho” comenzó a labrar su propio destino. En 1937 inició su carrera profesional con la orquesta de René Touzet, compositor y pianista, autor de memorable boleros como Te beso y te regaño, La noche de anoche y Conversación en tiempo de bolero. Ya con Touzet, más tarde casado con la cancionera Olga Guillot, trabajaba Luis Escalante.

Tres años después, “Pucho” se enganchó en una aventura musical decisiva, la orquesta Bellamar, que animaba las noches habaneras de Sans Souci. Esta orquesta había sido fundada por Luis y el saxofonista y extraordinario arreglista Armando Romeu, nombre clave en la articulación del jazz afroestadounidense y la música popular cubana. “Pucho” estaría varias veces bajo la égida de Armando, hasta finales de los años 60 al calor de la afamada Orquesta Cubana de Música Moderna. De “Pucho” dejó un valioso testimonio Armando: “Yo confiaba en su liderazgo en los trombones, en su dicción exacta y en eso que llamamos swing y es mucho más que un estilo. Hasta el mambo, el bebop y las fantasías afrocubanas si no tienen swing, mejor olvidar. A “Pucho” le daba los papeles y bastaba una lectura para que descifrara lo que yo quería decir. Es el mejor trombonista que he tenido ante mí”.

Por años, Pucho vino y fue de Caracas a La Habana, de La Habana a Panamá. En Venezuela integró la Billo’s Caracas Boys, que a imagen y semejanza de la banda de Armando Oréfiche, Havana Cuban Boys (antes Lecuona’s Cuban Boys), pretendía consolidar una big band de amplio espectro y dúctil para cualquier espectáculo. En la capital venezolana, vinculado al Septeto del Club de Jazz de Caracas, mereció ser reconocido en 1955 como el trombonista del año.

Como se verá, además de cimentar su fama como sideman en orquestas cubanas y extranjeras, Pucho era dado a las jam sesion, que entre nosotros llamamos descargas. En una de éstas, en el Club 21, a cien metros del Hotel Nacional de Cuba, se encontró con los músicos animadores del Club Cubano de Jazz.

Al entrar los barbudos del Ejército Rebelde a La Habana, Pucho dejó Venezuela, donde residía su familia, para trasladarse a la isla, invitado por su amigo el trompetista Leonardo Timor para integrar su orquesta. Otro amigo, el maestro Rafael Somavilla, lo fichó para la Orquesta de CMQ, embrión de la Orquesta de la Radio y la TV Cubanas. Como ya señalamos, Romeu lo involucró en 1967, en la Orquesta Cubana de Música Moderna, constelación de estrellas que reunió, entre otros, al pianista Chucho Valdés, los trompetistas Andrés Castro y Luis Escalante, el baterista Guillermo Barreto, el saxofonista Paquito D’ Rivera, y el contrabajista Orlando López (Cachaíto).

Pero antes, en el camino a la elaboración tímbrica más refinada, y consciente de las potencialidades del jazz latino, “Pucho” creó en 1964 el Noneto Cubano de Jazz. La primera presentación tuvo lugar en el salón de actos del Ministerio de Industrias –el ministro era el comandante Ernesto Che Guevara– bajo el nombre de Grupo Cubano de Jazz. Casi de inmediato, obedeciendo al número de integrantes, pasó a ser conocido como Noneto Cubano de Jazz. En su nómina estaban: Eddy Martínez, trompeta; Luis Toledo, fliscornio; Braulio “Babín” Hernández, saxofón tenor; Osvaldo Urrutia, saxofón barítono; Rubén González (que llegó a ser mítica figura de Buena Vista Social Club), piano; Héctor Rodríguez, contrabajo; Salvador Admirall, batería; Oscar Valdés II (luego fundador de Irakere junto a Chucho Valdés), congas o, como se dice en buen cubano, tumbadoras. Trombón, compositor, arreglista y líder, “Pucho” Escalante.

En 1971, “Pucho” regresó a Venezuela, al seno familiar. Ese año falleció su hermano Luis. En Caracas, el trombonista recibió llamados de varias orquestas, aunque prefería descargar en un club singularísimo: el Juan Sebastian Bar.

El disco del Noneto, grabado en 1964 por la Egrem, es objeto de culto entre los melómanos.

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