Luis Carlos Coto Mederos
Francisco Otero
1124
Glosa
Bien estará en la pintura
el hijo que amo y bendigo,
mejor en la ceja oscura,
cara a cara al enemigo.
José Martí
Bajó de la sierra erguida
más animoso y más fuerte,
y supo azorar la muerte
dándole cuerpo a la vida.
Su sonrisa repartida
en un canto de ternura,
hizo inmortal su figura
de fusil y verdeolivo,
bien estará siempre vivo,
bien estará en la pintura.
Su barba de dignidad,
húmeda de serranía,
en cada pelo tenía
pólvora de libertad.
Era su dulce humildad
universal como el trigo,
amigo para el amigo,
sol de pueblo en la pelea,
como él yo quiero que sea
el hijo que amo y bendigo.
No le gustaba la guerra,
pero peleaba tenaz
para que tuviera paz
definitiva su tierra.
Alto rival de la sierra
en firmeza y estatura,
era de acero su hechura,
era capitán-soldado,
valiente en el descampado,
mejor en la ceja oscura.
Era la prolongación
del bronce de Punta Brava,
era un torrente de lava
del volcán de la razón.
Era la Revolución
eterna en el pecho amigo,
era un inmenso postigo
para mirar el futuro,
era persistente y duro
cara a cara al enemigo.
1125
Realidad
Donde estuvo mi aposento
quedan mustios clavelones,
la tierra herida de horcones
y un cuadrado de cemento.
Al camino polvoriento
se lo tragó la maleza,
y los mangos sin belleza
que los brisotes desnudan,
son esqueletos que sudan
resina por la corteza.
1126
Mi padre
Poeta con la agonía
de no atrapar la expresión.
Jesús Orta Ruiz
Era un semblante arrugado
detrás de los espejuelos,
¡cómo lloró sin pañuelos
su dolor acumulado!
De tanto verlo callado
en la misma posición,
me daba la sensación
que su cuerpo también fuera
una sombra de madera
en la sombra de un sillón.
Era un árbol malherido
del tronco al último gajo,
que por encima del tajo
sintió punzones de olvido.
Era un sinsonte perdido
entre torturas de jía,
y su mejor poesía
–agua de fuente remota–
era una garganta rota
cómplice de su agonía.
1127
Madre
Y nada alumbra como ella
los caminos de la cruz.
Manuel Navarro Luna
Madre, vuelvo a tus mañanas
de juventud y ternura,
para engañar mi amargura
con alegrías lejanas.
Vuelvo a tus manos hermanas
de botones y dedales,
cuando con ritmos iguales
tu dolor de lavandera
quedaba en la tendedera
prendido de mis pañales.
Viuda, con los ojos fijos
en aquella vida fea,
le sacaste a la batea
el sustento de tus hijos.
Con qué internos regocijos
empinaste a tus pichones,
ocultando lagrimones
entre sollozos tremendos,
y empatando con remiendos
sus primeros pantalones.
Punzadoras agonías
llegaban en un enjambre,
porque el cartero del hambre
llamaba todos los días.
Cuantas calderas vacías
se olvidaron de la tienda,
en la soledad tremenda
que supo al fogón desierto,
diez meses de tiempo muerto
y sólo dos de molienda.
1128
Carretero
Ibas con una tonada
húmeda por la dulzura,
partiendo en dos la negrura
fugaz de la madrugada.
La carreta bien cargada
hasta el tope del varal,
perdía su peso real
cuando al fin el pesador,
era el otro cortador
con un brazo de metal.
1129
Carbonero
Carbonero desvelado
con el semblante zurcido,
¡el horno siempre encendido
y tu fogón apagado!
Eras un tronco injertado
a tantas cenizas muertas,
y en cuántas noches desiertas
sin un rato de sosiego,
cerrabas bocas de fuego
por otras bocas abiertas.