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Cultura

Contra las cuerdas: Cuentos de boxeo

Joaquín Tamayo

Desde su publicación en 1981, Cuentos de boxeo siempre ha ganado por nocaut al lector. Quien sube al ring de estas páginas suele terminar contra las cuerdas, impactado por el dramático gancho al hígado de la buena literatura.

La selección de textos, a cargo del escritor Omelio Ramos Mederos, y puesto en circulación por Ediciones Huracán, de Cuba, dio por resultado una singular antología sobre algunos de los relatos representativos de la historia de este deporte.

El libro reúne un vasto repertorio de autores, contenidos, campeones y derrotados mediante escritos procedentes tanto de la más fantástica realidad como de la más auténtica ficción. De este modo cuentos, crónicas, poemas y testimonios se reparten el cartel de la función estelar.

La lista va de Jack Dempsey, Gene Tuney, Ring Lardner, Ernest Hemingway, Norman Mailer y Julio Cortázar, pasando por Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Nat Fleischer y Dashiell Hammett, hasta Ricardo Piglia, Kid Chocolate, Bernardo Kordon, Poli Délano e incluso Guillermo Murray, actor metido a escritor por su amor al encordado.

Sin duda, Cuentos de boxeo no se limita a reseñar las trayectorias de peleadores, sino a examinar el combate de sus vidas debajo de las doce cuerdas. Los estados de gracia y desgracia de púgiles, entrenadores, héroes y timadores, empresarios y aficionados. Verismo y ficción sueltan los puños con el objeto de golpear la fibra humana.

En la crónica El noble arte, Cortázar rememora una noche de 1923 cuando Luis Ángel Firpo, también llamado “El toro de las pampas”, logró sacar del cuadrilátero en el primer asalto a Jack Dempsey, ante el asombro de la muchedumbre de la arena del Polo Grounds en Nueva York. Dempsey escupió un poco de sangre y fijó la mirada en Firpo, quien se mantenía bailando una lenta calistenia desde su esquina. Parecía eufórico, confiado en su inminente triunfo.

El argentino estuvo a punto de alcanzar la gloria, estuvo a cosa de nada de fajarse el cinturón de los pesos pesados. Sin embargo, Dempsey regresó con mayor poderío para aniquilarlo en el round siguiente. Así, Julio Cortázar une en su estampa dos instantes inolvidables para él: “el nacimiento de la radio y la muerte del boxeo” y seduce al lector cuando explica cómo el deporte es alegoría del espectáculo de la vida: de sus cimas y de sus abismos, de sus rounds de sombra y de sus trompadas contundentes.

Asunto literario por su inherente carga trágica, el boxeo también indujo a Hemingway –ferviente practicante de esta disciplina–, a crear dos de sus cuentos más notables: Cincuenta de mil y El boxeador, piezas de potente tensión y cuyos desenlaces siempre amargos, tristes, a ratos patéticos, revelan el desencanto sobre el cual el Nobel de Literatura 1954 construyó a sus héroes principales.

“¿Qué sé yo de boxeo, yo, que confundo el jab con el upper cut? Y, sin embargo, a veces sube desde mi infancia como una nube inmensa desde el fondo de un valle, sube, me llega, Johnson, el negro montañoso, el dandy atlético, magnético de betún (…)”.

Con este poema, “Los míos, mis campeones”, Nicolás Guillén nos habla no solo de su gusto por el deporte, sino de su eterna pelea con la nostalgia, con el deseo irrefrenable de recuperar al niño hechizado por su pretérito tan colmado de titanes, de ídolos y de mitos. “Busco palabras, las robo a los cronistas deportivos y grito entonces: ¡salud, músculo y sangre, victoria vuestra y nuestra!”, nos dice en el momento álgido de su texto.

Nat Fleischer, el legendario fundador de la revista “The Ring”, subió también al cuadrilátero de esta antología para entregarnos uno registros minucioso en torno a las peleas que, según su criterio, habían sido las más memorables desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX.

Con Cuentos de Boxeo, uno tiene la impresión de que está en primera fila, en el atalaya del ringside, viendo bajo el embrujo que envuelve a todo aficionado, una épica pelea por un título del mundo, donde cada round –es decir, cada relato– supera en emoción al anterior episodio.

Norman Mailer, quien a la larga se convirtió en el biógrafo clásico de Mohamed Alí, está representado en el libro por una velocísima crónica, salpicada de suspenso y de las ocurrencias y extravagancias que solían ser naturales en el boxeador autoproclamado “el más grande”, y cuyo ímpetu político había rebasado los ámbitos deportivos para colocarlo en la escena de los derechos civiles a partir de su resistencia a ir a la guerra de Vietnam.

En su prosa, Mailer describe el ambiente previo que rodeó la segunda pelea entre Alí y Joe Frazier: el gobierno del gimnasio y del mánager, Ángelo Dundee; las supersticiones de Bundini, su consejero; no lejos de ahí estaban el séquito de parásitos que acompañaba a Ali en cada uno de sus encuentros; también sus mujeres, los periodistas y sus diatribas para denigrar al oponente, buscando amedrentarlo antes del enfrentamiento.

La más larga noche es una aproximación a la guerra intestina que se libra en las altas cúpulas del boxeo, sobre todo invita a un viaje al corazón de un atleta destruido y redimido; es, además, un testimonio en clave de paseo por los demoledores puños del hombre que “volaba como mariposa y picaba como abeja”.

Los buenos libros se parecen mucho a las grandes peleas: no dan reposo, no hay tiempo para el respiro; el minuto entre asalto y asalto es apenas perceptible. Al darse cuenta, uno ya está otra vez solo contra el adversario; choca los guantes y prosigue la lucha. Cuentos de boxeo crea esa adicción al drama de las doce cuerdas, a los efectos fulminantes de un recto a la mandíbula y, como dice el poeta Eduardo Casar, cuando usted despierte recordará el golpe.

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