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Cultura

Deconstruyendo la Navidad

José Díaz Cervera

La propuesta está allí: tiempo de paz, tiempo de compartir… El orden implícito, sin embargo, se organiza alrededor del consumo compulsivo y sus efectos: calles repletas, embotellamientos, caos generalizado, lucha en sus modalidades más diversas que no son sino versiones de la más extrema forma de la lucha de clases.

Paso a comprar un poco de fruta al supermercado, supero con facilidad y suerte el problema de estacionamiento, desciendo rápidamente de mi auto y veo una fila razonable para pagar en las cajas. Decido seguir.

Voy directamente al departamento de abarrotes; tomo vinagre, mantequilla y un frasco de aceitunas. Llego al departamento de frutas y verduras, donde tomo unas manzanas. El asunto va tramitándose con agilidad.

Me acerco a buscar un ramo de espinacas y camino dos metros hacia donde están los pimientos verdes. Una señora obstruía con su carrito buena parte del anaquel (la costumbre local es siempre la de la arbitrariedad y la prepotencia). Yo, que quería salir cuanto antes de allí, le pedí permiso para acercarme y la señora accedió de muy mala gana empujando el carro. Después me empujó para alcanzar los champiñones. (Seguramente tomó como patanería el ejercicio de mi derecho al espacio que ella ocupaba de manera abusiva).

Lo que me molesta de los festejos por costumbre es que en ellos aparece siempre el espectro de nuestras fobias, de nuestros males socioculturales y de nuestras frustraciones, más allá de que se nulifica la espontaneidad que, en teoría, es el fundamento de la sana celebración.

Lejos de su origen, la Navidad religiosa es cada vez menos entusiasta (el entusiasmo es soplo divino) y cada vez más ritualista. Cerca del consumismo, la Navidad laica es un frenesí de dispendio, glotonería y melcocha sensiblera, donde imperan la superficialidad y una afectividad de plástico.

Desde mi punto de vista, la única solución para la Navidad vendrá del universo laico, pues solo desde allí será una celebración cuyo espíritu responda a la espontaneidad de la convivencia y no al de un festejo verificado coercitivamente, en el que se deben cumplir una serie de rituales que el tiempo ha vaciado de significado.

¿Podríamos celebrar con una cena sencilla, frugal y sin ostentaciones? ¿Podríamos celebrar sin alcohol y bebiendo solo agua o jugos? ¿Podríamos celebrar sin la parafernalia y la cursilería de la alegría impostada?

Finalmente, la Navidad es un voto sencillo para seguir adelante; lo importante de ella no está sobre las mesas ni en el oropel de las cajas con regalos ni en las luces de colores que sangran nuestros bolsillos (en todo caso, la versión cristiana de la Navidad refiere un prodigio acontecido en un pesebre humilde). Lo importante –creo yo– está en esa pequeña tregua que nos permite, como diría Sor Juana, pagar en perlas lo que en perlas recibimos de los demás…

De la más fragante Rosa

nació la Abeja más bella,

a quien el limpio rocío

dio purísima materia.

Nace, pues, y apenas nace,

cuando en la misma moneda,

lo que en perlas recibió,

empieza a pagar en perlas…

¿Con qué moneda pagó usted, amigo lector, su Nochebuena?

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De limpieza, flojera y vida…