Pedro de la Hoz
Nunca pensé escuchar un día que alguien osara calificar de “energúmeno” al pedagogo brasileño Paulo Freire. Menos que la invectiva fuese proferida por el presidente de esa nación. Probablemente, Jair Bolsonaro no sepa a ciencia cierta quién fue Freire y es casi seguro que no haya leído tan siquiera una línea escrita por el padre de la Educación Popular.
El intento de descalificación salió de labios del mandatario al encontrarse con la prensa la pasada semana, en el exterior del Palacio da Alvorada, y ser interpelado acerca de la cancelación del contrato estatal para el funcionamiento de TV Escola, canal público de 24 horas fundado en 1995 –es decir, en tiempos de Fernando Henrique Cardoso, antes de los gobiernos del Partido de los Trabajadores– con una programación educativa variada destinada tanto a estudiantes y profesores, como a audiencias generales.
Bolsonaro trató de justificar la cancelación del contrato a TV Escola con estas palabras: “Era una programación totalmente de izquierda, ideología de género, dinero público para la ideología de género; así que tiene que cambiar… los tipos están desde hace 30 años en esa TV, hay muchos formados en base a la filosofía de vida de Paulo Freire, ese energúmeno, ídolo de la izquierda”.
No sé qué tiene que ver con la izquierda producir documentales sobre la flora y la fauna, programas que estimulan el desarrollo de habilidades manuales en niños y adolescentes, o la reproducción de materiales adquiridos a los estadounidenses Discovery Channel y Films & Arts.
Quizás Bolsonaro tenía en mente la reacción provocada por la aparición en TV Escola, días antes de que el Ministerio de Educación anunciara el fin del apoyo al canal, del presunto filósofo e ideólogo cavernario Olavo do Carvalho, gurú del clan presidencial.
La sarta de sandeces y el lenguaje incendiario de este sujeto provocaron que unas cuantas personas cercanas a los círculos gubernamentales expresaran su desacuerdo acerca de la irrupción de Carvalho en el canal, entendida esta como una baza prejudicial al presidente.
Carvalho es absolutamente impresentable, mas no viene a cuento ahora mismo poner al desnudo al personaje. Lo haremos en otro momento, en tanto merecen los lectores conocer la calaña del individuo. Por lo pronto, vale decir que la mano ejecutora del hachazo contra el canal fue el ministro de Educación, Abraham Weintraub, obsecuente servidor de Bolsonaro y discípulo de Carvalho. Nombrado en la cartera el 8 de abril de este año, luego de la marginación de otro carvalhista convicto y confeso, Ricardo Veles, en apenas unos meses su gestión ha resultado nefasta. De entrada recordó que será en un 30 por ciento la asignación presupuestaria para las universidades federales. Y cuando los estudiantes iniciaron protestas en mayo, instó a profesores y funcionarios a que denunciaran a los “cabecillas” y cesa a los docentes que mirasen con simpatías al estudiantado.
Proclamado como Patrono de la Educación Brasileña en 2012 por el Congreso, una estatua de Paulo Freire fue erigida en el jardín delantero de la sede del Ministerio de Educación en Brasilia. Weintraub, con la anuencia de Bolsonaro, anunció que demolería la escultura. El ministro y su patrón en más de una ocasión han culpado a la “cultura marxista” y a Freire de la mala calidad del sistema educativo en el país.
La invectiva contra Freire halló respuestas rápidas y contundentes. La viuda de Freire, la pedagoga Ana María Araújo Freire, sostuvo que las expresiones de Bolsonaro “no son propias de un presidente”. Precisó que Bolsonaro “tiene un poco de envidia a Paulo, quisiera ser como él pero no puede, y está todo el tiempo con su arma cargada para tirarle a alguien”. Recordó que su marido promovió el humanismo, nunca profesó el marxismo e incluso criticó aspectos de la política educacional en la Unión Soviética y los países socialistas del Este europeo antes de la caída del Muro de Berlín.
La hija de Freire, Cristina, residente en Ginebra, Suiza, se pronunció con mayor dureza: “Él (Bolsonaro) es, a mi modo de ver, analfabeto; no ve la realidad tal cual es. La prueba está en que hoy, cuando usted dice ser brasileño en Europa, pasa vergüenza. Paulo Freire nunca quiso ser presidente, pero como educador resultó mucho mejor que aquel en el que se desempeña”.
Por su parte el escritor Paulo Coelho, autor de libros de ventas masivas dentro y fuera de Brasil, dijo parece que el presidente se ha propuesto cada día pronunciar “una frase absurda” y la de ahora “fue sobre Paulo Freire”. Eso sí, Coelho es de los que piensan que no son dichas al azar, sino “planeadas en los subterráneos de Planalto” (sede del gobierno).
La vida da razones a Coelho. Los desplantes de Bolsonaro con la prensa –cómo se parece a su adorado Trump– afloran casi a diario. Unas horas después de su catilinaria contra Freire, explotó cuando un periodista, también a las puertas del Palacio da Alvorada, quiso saber su opinión sobre la trama de corrupción que parece envolver a Eduardo, vástago del presidente. En lugar de responder, espetó: “Usted tiene una cara de homosexual terrible, mas no por eso te acusan de homosexual, si bien ser homosexual no es un crimen”.
Hasta un aliado poderoso que contribuyó al empoderamiento de Bolsonaro, la televisora Globo, en el noticiero estelar, se desmarcó del comentario y difundió comunicados de protesta de dos de las más pujantes organizaciones profesionales de periodistas que condenaron la agresión verbal del mandatario.