Ivi May Dzib
Ficciones de un escribidor
II
Toso, siento la garganta raspada y entonces me pongo mucho más triste, no es posible que esto esté pasando ahora, a veces la garganta se cierra tan rápido que en cuestión de horas ya no puedes beber ni fumar, y es que una cosa me lleva irremediablemente a otra. Recuerdo la vez que fui a una fiesta y bebí más de la cuenta, estábamos en la casa de un amigo periodista que vivía muy lejos de cualquier establecimiento que vendiera cigarros las 24 horas del día, era ya de madrugada y nadie traía cigarros en sus bolsillos, pero eso parecía no inquietarlos, en cambio yo me la pasé mirando todos los rincones de la casa por si encontraba en el piso algún cigarrillo a medio fumar, pero nada, mi ansiedad iba en aumento y lo peor de todo es que no tenía dinero para poder resolver el problema.
Una hora después, cuando estaba a punto de irme caminando a mi casa para mendigar un cigarro a la primera persona que se topara en mi camino, nuestro anfitrión preguntó si alguien quería fumar, el alma me regresó al cuerpo, pero entonces mi desilusión fue muy notoria, ya que sacó unos puros, está de más decir que lo puros no producen ni de cerca la misma sensación que un cigarro. Pude calmarme un poco, pero después de ese día, que me la pasé tan mal, juré no empezar a beber hasta asegurarme que había cigarros suficientes para no caer de nuevo en esa perturbadora ansiedad. Así que si se me cerraba la garganta no podría fumar y por lo mismo beber, pero cuando uno está verdaderamente desesperado, fuerza el cuerpo hasta puntos desesperados, no me iba a permitir pasar una Navidad en la sobriedad, haría todo lo que fuera posible para evitarlo.
Ya en casa subo los escalones que me llevan a mi cuarto, no me di cuenta, pero mi madre me había estado mirando desde que entré, porque la escalera que da acceso al segundo piso se encuentra dentro de la casa; estaba triste por mí, incluso se veía más desesperada que yo, cuando nuestras miradas se cruzaron fue imposible decir algo que la calmara, que la hiciera sentir mejor. Solo subí con el ánimo aún más por los suelos, ella dijo algo, pero preferí no escucharla, bastante tenía con lo mío como para que además tuviera que soportar lo suyo, aunque lo suyo, más bien, tenía que ver con lo que me pasaba. Odio estar ligado a alguien y que me amen de esa manera. La palabra amar tenía días como hoy demasiado peso.
Ya en mi cuarto prendí la computadora, puse música, más que por estar de ánimo era para no escuchar lo que sucedía dentro de casa, porque desde arriba se podía oír lo que hablaban mis padres, siempre el tema era yo, ese ambiente que había generado donde el miedo era que en cualquier momento pudiera matarme. Incluso tuvieron llamadas para mis primos y primas que, más o menos eran de mi edad, para que me hicieran compañía en estas fechas, pero todos tenían cosas que hacer, con quiénes salir, porque querían divertirse y sabían que yo no era una opción para pasar un buen rato. Hablaron a alguno de mis tíos, al que se le hizo extraña la petición de que pasara la Navidad con ellos, ya que nunca nos hablábamos. A mí, en lo particular, la situación ya me estaba disgustando y sentía que en cualquier momento podía estallar; si de algo estaba seguro es de que no iba a matarme, aunque el alcohol te hiciera malas jugadas, estaba seguro de que no iba a sucumbir.
Me senté en la cama intentando poner en orden mis ideas cuando el teléfono sonó, era un mensaje de texto, vi la pantalla, tenía 5 mensajes sin leer, me extrañó ver el nombre de quien me mensajeaba, hace tiempo que no oía hablar de él, pensaba incluso que ya no vivía en la ciudad, era Néstor. La Navidad se estaba poniendo extraña.
Continuará.