Cultura

Una fiesta de Navidad

Ivi May DzibFicciones de un escribidor

IV

A las ocho de la noche empezamos a beber en una cantina, el horario de cierre por ser un día especial era alrededor de las 10 de la noche y, por lo general, a las 9:30 ya empezaban a correr a los parroquianos porque una cosa era que los clientes no tuvieran consideración por la familia y otra que los empleados estuvieran en la misma condición, aunque el día especial no exentaba a los meseros de aprovecharse de los borrachos que ya no podían ponerse de pie a tan temprana hora y robarles lo que había en su cartera; si hubiera estado con un poco más de ánimo habría intervenido, lo que provocaría una acalorada discussion, en la que intervendría la policía y los nobles trabajadores lo hubieran pensado mejor, ya que lo último que se puede querer hoy es pasar su noche de paz y de amor encerrados en una celda lejos de su familia.

Néstor me contaba que estuvo en el norte del país, hospedado con una familia que tenía un laboratorio clandestino donde se preparaba piedra y coca, además de cristal y otras drogas sintéticas, y que ahí había aprendido a preparar, por si un día se quedaba sin empleo, aunque en realidad le asqueaba la idea de envenenar a otros porque una cosa es envenenarse a sí mismo y otra hacerlo contra la gente que un día era enganchada por pura ignorancia; en algún momento, sentí un dejo de reproche en sus palabra porque recuerdo que fui yo quien lo invitó a darle sus primeros jales hace alguno años. El ánimo de Néstor estaba por las nubes, hablaba con entusiasmo de todo lo ocurrido en el norte, ya eran las 9:20 cuando me preguntó cómo estaba yo, hubo un silencio, miré el televisor y fingí que miraba un video, que luego me empezó a interesar, donde una mujer bailaba una coreografía sensual de una canción que por años venía escuchando en la radio cada vez que viajaba en el transporte público, me concentré en grabarme el rostro de la mujer, ya que por primera vez le ponía cara a una canción que me era conocida desde hace años. Néstor rompió el silencio diciendo: “No es necesario que me cuentes nada, entiendo que te sientas de ese modo, alguna vez tú me salvaste de mí mismo, es por eso que yo quiero hacer lo mismo por ti”.

No recuerdo haber salvado a Néstor de nada, básicamente nuestra relación se resumía en estar resentidos contra el mismo sistema, contra las mismas personas que nos odiaban y contra las mismas situaciones en que fuimos tratados de manera injusta, pero fuera de eso no es que hubiéramos formado una alianza para luchar contra la opresión y lo prejuicios de la gente que creían en lo que les dictaba el televisor y sus principios morales, de por sí cuestionables ante su manera de actuar contra otras personas. Aunque fueron sus palabras, además de las dos cubetas de cerveza, las que me animaron a ser sincero con él, ya que si algo me aprisionaba el corazón era que a mis 25 años no pudiera saber lo que era pasar una Navidad en familia, abrir los regalos, gozar de una cena y yo me abrazara con alguien que no fuera un familiar y que me quisiera... y es que decir esas palabras me costaban un trabajo enorme, sobre todo porque estaba aceptando que lo que más me dolía de aquello que pasó no había sido perder a una persona, sino lo que conceptualmente significaba esa persona, la idea de estabilidad.

“Te repito, tú alguna vez me salvaste de mí mismo y yo quiero devolverte ese favor, vámonos de aquí, te llevaré a que conozcas un lugar donde seguiremos la fiesta, es una fiesta donde van personas que no se preocupan por tener a alguien en sus vidas como si eso fuera algo especial, el deseo de amarrarse a alguien que sientas que te da cierta estabilidad es solo un constructo con el que nos han engañado para hacernos creer que el control está en huir de los excesos, la ausencia de alguien sólo te hace pensar en ti y lo último que pretende este sistema es que pienses en ti, vamos a esa fiesta, verás cómo es pasársela increíble sin necesidad de nadie más que de ti mismo”. No sé si ése era el tipo de ayuda que necesitaba en ese momento, pero digamos que me dejé llevar, porque un día como hoy no sólo era la nostalgia la que me hacía sentir desesperado, sino también el deseo de que ocurriera algo más que me diera una respuesta, un regalo de navidad…

Continuará.