Pedro de la Hoz
No ha habido un letón que entendiera mejor el espíritu musical de la Rusia profunda, sin arquetipos y eso pese a que, como se conoce, Letonia, a lo largo del tiempo, ha desarrollado una relación conflictiva con su poderoso vecino, cuya raíz rebasa los compases de la era soviética y su abrupto final.
Desde el podio, y más que todo en el laboreo incesante en ensayos donde comprometió a cada uno de los elementos de las orquestas que dirigió, Mariss Jansons legó para el futuro ejecuciones paradigmáticas de los grandes compositores rusos de los siglos XIX y XX, desde Chaikovski hasta Shostakovich.
El director orquestal letón de mayor renombre internacional falleció, el pasado fin de semana, a los 76 años de edad en su residencia en San Petersburgo. Tenía muy dañado el corazón. El aviso venía de lejos. En 1996 se había derrumbado mientras conducía una función de La Boheme, de Puccini, en Oslo. Así, con todo, prosiguió su actividad.
Fue nombrado en 2003 director principal de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, donde sucedió a Lorin Maazel: ocupó el puesto hasta 2015. Entre tanto, aceptó en 2004 la titularidad? de la Orquesta Real del Concertgebouw de Amsterdam, cargo que dejó en 2015. El mundo lo vio dirigir tres veces el Concierto de Año Nuevo de Viena, y en 2006 su proclamación como Artista del Año del MIDEM en Cannes. En noviembre de 2017, la Royal Philharmonic Society lo premió con su Medalla de Oro.
Jansons nació en Riga en 1943. Iraida, su madre, cantante de origen hebreo, lo parió en un sótano de la ciudad ocupada por los nazis. Pasó gran parte de la infancia en la Opera letona. En su primera juventud, la familia se trasladó a Leningrado (San Petersburgo), pues su padre, director también, comenzó a trabajar como batuta asistente de la Filarmónica. El adolescente Mariss optó por el violín en su formación inicial, mas inevitablemente se orientó pronto hacia la conducción orquestal.
Acreedor de una bolsa de viaje en 1969 para recibir clases en Viena, Herbert von Karajan notó sus cualidades y quiso tomarlo como asistente en la Filarmónica de Berlín. El Ministerio de Cultura de la Unión Soviética torpedeó la petición, guerra fría mediante y ojeriza contra un director que había coqueteado con el nazismo. A Jansons lo recompensaron con la dirección adjunta de la Filarmónica de Leningrado en 1973 y le facilitan que en 1979 califique como director de la Filarmónica de Oslo. Quedó expedita la ruta para su consagración internacional. Entre Oslo y Leningrado fraguó una fama que lo llevó a Londres.
La crítica coincidió en describir el estilo de Jansons como generador de versiones detallistas, matizadas, vibrantes, recubiertas siempre de una calidad sonora excepcional, como un director que funge como un verdadero intermediario entre la partitura y los músicos. Ahora lo recuerdan como un artista que nunca fue un divo de la dirección, que compartía el aplauso con los músicos, reconocía su trabajo y sacaba de ellos lo mejor posible, de manera particular ante el repertorio ruso, el gran sinfonismo de raíz romántica y en muchas obras centradas en las primeras décadas del siglo XX.
Sigue impresionándome su versión de una de las obras más significativas de Dmitri Shostakovich, Lady Macbeth of Mtsensk (1934), una de las óperas más tremendas escritas en la pasada centuria, no sólo por su argumento, la historia de una mujer que en la Rusia zarista se suicida con el estigma de haber sido amante de un siervo, sino por la paleta orquestal expresionista y la exigencia vocal.
El registro audiovisual de la producción de la Ópera Nacional Neerlandesa de Amsterdam en 2006, con motivo del centenario del nacimiento del compositor, con una increíble Eva María Westbroeck en el papel protagónico, clasifica como una de las hazañas de Jansons, que no son pocas, puesto que no puede faltar la integral de las sinfonías de Shostakovich, trece en total, durante quince años y que culminó también en 2006 al frente del organismo de Baviera cuando grabó la número 13: Babi Yar.
Valga la definición de Jansons para dar sentido a su vida: “La música es el arte más poderoso que existe. Es capaz de dar voz al alma y al corazón. Y tiene una enorme influencia sobre los seres humanos, sobre nuestro carácter y nuestra ética. Cada vez que acudes a un gran concierto, éste te termina dejándote en un nivel superior. Y al día siguiente te ayudará a enfrentarte mejor a los problemas, porque tendrás un condicionamiento más positivo tras haber escuchado música maravillosa. Por eso la música debe estar muy presente, especialmente en las escuelas, para entender cómo es nuestra existencia en este mundo”.