221
La carta
La novia mía nació
en la finca Los Mameyes,
y allí, entre vacas y bueyes
y palmas reales creció.
Hasta Los Mameyes yo
me fui a visitarla un día,
pero el padre de Sofía
me recibió como a un cerdo;
de Los Mameyes me acuerdo
y me erizo todavía.
Juró no dejarme entrar
jamás a la finca aquella,
y así yo, loco por ella,
me fui sin poderle hablar.
Ya no hallaba qué inventar
para vulnerar sus leyes;
gracias al lechero Reyes,
que de intermediario fue,
le escribí una carta y se
la mandé hasta Los Mameyes.
Y cuando la carta había
llegado hasta Los Mameyes,
el viejo presionó a Reyes;
Reyes se volvió jutía:
le dijo la hora y el día
en que yo escribí la carta;
él juró por Santa Marta
que iba a hacerme picadillo
y salió con un cuchillo
que, si me agarra, me ensarta.
Pero yo me le escurrí
por aquella sitiería,
y, aunque temblando,
a Sofía otra carta le escribí.
No sé cuántas vueltas di
para hacérsela llegar:
diez veces quise enviar
la carta y fallé las diez
y aquella segunda vez
no se la pude mandar.
No había con quien no hablara
de la nueva carta escrita,
y Sofía igual, loquita
porque yo se la mandara;
hasta que me dije: Para,
que el viejo te va a pelar.
El no hacía más que gritar:
¡Tendrá que acatar mis leyes,
porque aquí, por mis Mameyes,
no quiero verlo pasar!
Miren si me arratoné
tanto, que me arrepentí
del día que le escribí
la carta y se la mandé.
El susto que yo pasé
con ese viejo fue grande,
y como no hay quien lo ablande
y el miedo afloja y aflige,
rompí la carta y me dije:
“Un burro que se la mande”.
Ramón Espinosa
222¡Yo también quiero!
Adorable Magdalena,
eres una sensación,
por tu trapiche campeón
en fantástica faena.
Eres famosa por buena
en lo que sabes hacer,
y ardo en deseos de ver
en vivo y a todo color,
la eficiencia del mejor
aparato de moler.
Tu fama ya ha provocado
que te ofrezcan a montones
cañas de muchos plantones,
como nunca había pasado.
Yo que no estoy preparado,
pues no soy azucarero,
de envidia juro que muero
y quiero estar en tu lista,
mas, como soy humorista
aspiro a ser el primero.
De cañaveral, ni hablar;
solo una caña, algo añosa,
pero te aclaro una cosa:
que no te va a defraudar.
Vas a poder comprobar
que no se vuelve bagazo,
ni con ficha yo me paso,
que más que caña es ¡cañón!
que no la tumba un ciclón
y molerla es un gustazo.
Da poco jugo, eso es cierto,
y caña brava parece
de tanto que crece y crece
sin conocer “tiempo muerto”.
Y no te engaño, te advierto,
que es caña de gran cuidado
a la cual he abonado
con algo que es maravilla:
cierto tipo de pastilla
que de afuera me han mandado.
Cajín
Manuel de Zequeira y Arango
Poeta, periodista, militar y funcionario público. Es considerado como el primer poeta cubano.
Nació en La Habana el 28 de agosto de 1764, en el seno de una familia que poseía riquezas y abolengo.
Aprendió las primeras letras en su propio hogar. En 1774 ingresó en el Seminario San Carlos, donde fue condiscípulo y amigo de Félix Varela. Allí estudió historia y literatura y se puso en contacto con la cultura latina.
Es visto como el primer autor de plenitud en la tradición lírica cubana. Su cultivo de la décima, ya para entonces muy popular en la Isla, y de variados temas vernáculos, está en la raíz del proceso de cubanización de la poesía.
Está considerado como el primer poeta cubano, no en el sentido cronológico (honor reservado a Silvestre de Balboa), sino en el simbólico, por su calidad y vocación líricas, y por el conocimiento consciente de su instrumento poético.
Recrea la décima dándole un tratamiento más culto, sin perder su gracia natural.
Los últimos años de su vida los pasó sumido en estado de locura.
Murió el 19 de abril de 1846 en La Habana.