Cultura

Para qué sirve el registro documental

El cine documental marcha casi siempre en segundo plano en las premiaciones anuales de la industria. En los Oscar, las categorías más mediáticas pasan por el terreno de la ficción, particularmente los largometrajes. Ello obedece a una matriz cultural que la propia industria ha alentado desde que el cine es cine, aunque, a decir verdad, en los últimos tiempos los documentalistas y sus producciones han tenido más de un día de gloria.

Veamos la más reciente entrega de las codiciadas estatuillas. Desde antes de darse a conocer los resultados, las apuestas se inclinaban por Free Solo y así fue. Ahora la obra ha levantado expectativas ante su anunciada proyección en el canal de National Geographic y no sería extraño que más temprano que tarde alcance los circuitos comerciales de exhibición.

La película de los norteamericanos Elizabeth Chai Vasarhelyi y el fotógrafo Jimmy Chin poseía todos los ingredientes para el estrellato en la categoría de documentales de largometraje. Su protagonista, Alex Honnold, llevó adelante una hazaña espectacular: escalar, sin auxilio de cuerdas ni accesorios, una elevación perpendicular de 914 metros en el valle Yosemite. El reflejo paso a paso de la ascensión le pone los pelos de punta a cualquiera; al llegar a la cima, el espectador respira junto a Honnold y siente la satisfacción de haber vencido el desafío.

No fuera esto más que un corriente documental de corte épico deportivo si no incluyera otros elementos significativos, como la historia de vida de Honnold, los traumas de la infancia, las relaciones sentimentales y la idea de la felicidad. Free solo es un canto al espíritu de superación de un individuo. Y al self made man típicamente norteamericano. En contra, su excesivo metraje.

En ese acápite se hallaba nominado un filme realmente perturbador, De padres e hijos, del realizador sirio Talal Derki. Si bien no va a la raíz del asunto –no podía ir dadas las limitaciones del proyecto en sí mismo y las propias del director en cuanto a su percepción de la realidad–, lo que cuenta no deja indiferente a nadie.

Derki nació y creció en Siria y completó su formación como cineasta en Alemania. Tiene dudas –algunas legítimas, otras aprendidas del patrón con que la gran prensa europea ha venido tratando el conflicto de su patria de origen– acerca de la pertinencia o no del gobierno de Bashar Al Assad, líder con el cual no simpatiza en lo absoluto.

Pero el terrorismo le revuelve el alma. Nunca pensó que sus compatriotas estuvieran a merced de fanáticos terroristas. Un día conoció a un joven que le abrió las puertas a la convivencia temporal con un núcleo de la organización Al Nusra, brazo sirio de Al Qaeda. Allá se fue, con un mínimo equipo fílmico, y se metió de lleno en la vida familiar y paramilitar de Abu Osama.

Este lo introdujo en los entresijos del adoctrinamiento ideológico, en el fundamentalismo distorsionador de los preceptos del Corán, en la naturalización del crimen como piedra sillar de la jihad. Pero también en la tremenda paradoja de un hombre que ama a sus hijos, especialmente al más pequeño, y es capaz de conmoverse con los pequeños gestos consuetudinarios. Abu ilustra, como pocos, aquel concepto acuñado por Hanna Arendt acerca de la banalización del mal. Todo ello contado con implacable rigor y sobriedad, con el pulso de un maestro.

Derki demuestra cómo el cine documental puede y debe ser un ejercicio revelador de los misterios del alma humana en tiempos difíciles como los que vivimos.