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27 de Feb de 2019
2 min
Escrito por Redacción Por Esto!
Luis Carlos Coto Mederos
223
El gago Mamerto Triana
El gago Mamerto Triana,
que no se expresa muy bien,
una tarde tomó el tren
de Santa Clara a La Habana.
Elegante, a la cubana,
se sentó el gago en primera
y su gran emoción era
¡que iba con avidez
a ver por primera vez
la gran ciudad habanera!
El tren demoró en Colón
–era la hora de comer–
y el gago sin descender
se comió un pan con lechón.
Como que en su digestión
el gago no andaba bien
y, además, al pan también
mucha pimienta le echaron
al momento le empezaron
los dolores en el tren.
El pobre gago ignoraba
que hay un servicio en el tren
para el que no está muy bien
y ahora lo necesitaba.
Aguantaba y aguantaba
hasta que el tren triunfador
entraba con su calor
a Matanzas por la noche
y el gago bajó del coche
ágil como un volador.
Temiendo que se le fuera
el mismo tren en que vino,
al restaurante de un chino
fue Mamerto a la carrera.
Y al chino, que estaba afuera,
le dijo: –Miiiiira, pai-sano,
veeeeengo apu-rado, mi her-mano
porque es que el tre-tren se meeee va,
diiiiime prooooonto dooooonde es-tá
el servicio maaaaaas cer-cano.
Pero ocurrió un accidente
por cierto, bastante aciago,
porque también era gago
el chinito dependiente.
El pobre gago impaciente
por su mala situación,
esperaba la ocasión
de largar pronto el macuto
en el último minuto
de su desesperación.
Y el chino le contestó:
–Sí, hay selvicio pala uté,
hay ternera pa bisté
y carne coooon quimbombó.
Potaje ya si cabó,
pero sooopa mucha hay:
aló blanco de Shan-ghái,
buñuelo a la cati-bía;
mucho huevo pa tu tía
y tasajo pa tu mai.
El gago se retorcía
y para el cuarto miró
y el chinito comprendió
lo que el gago requería.
Entonces con simpatía,
le dijo: –Epela poquito,
tú busca cualto chiquito,
sigue patio hasta la leja…
y el gago le dijo: Deeeeeja
que ya no lo neeecesito.
Chanito Isidrón
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Amor en los tiempos de Windows
Llegaste a mí en un disquete
barato, de tres y media,
dando inicio a mi tragedia
que para ti fue sainete.
Embullado con el brete,
hasta te escribí un poema.
Y allí empezó mi problema,
pues con tu amor prematuro
me diste en el disco duro
y me bloqueaste el sistema.
Inocente de tu treta
maligna, que hoy nos aparta,
te escribí en Word una carta
que salvé en una carpeta.
Con mi ilusión de poeta
en pos de un amor perfecto,
por tener cerca tu afecto
–hoy lejano e ilusorio–,
con tu nombre, en mi escritorio
hice un acceso directo.
Al ver la gota de amor
que, tacaña, me brindaste,
la carpeta en que quedaste
busqué en el explorador.
La marqué con el cursor,
seleccioné “eliminar”,
hice clic en “aceptar”
y, sin dudarlo siquiera,
la metí en la papelera
que ahorita voy a limpiar.
Gilfredo Boán Pina
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