Manuel Tejada Loría
En pleno siglo XXI no se comprende del todo lo que implica ser un servidor público. Una dependencia pública no es una empresa privada, aunque en ocasiones se maneje como tal. Sin embargo, es sintomático, sobre todo en los últimos años, la actitud casi monárquica que adquieren los nuevos funcionarios y funcionarias al cambio de sexenio. Sobre todo quienes no han tenido experiencia previa.
Aunque también son ciudadanos, al momento de obtener el nombramiento oficial para formar parte de un gabinete o de alguna dependencia de gobierno, pareciera que son ungidos por la divinidad haciéndolos elevar unos centímetros por encima del suelo. Y así transitan, como almas etéreas, sacramentadas y flotantes, cuya digna atención y mirada condescendiente no será obsequiada a cualquier lacayo.
¿Qué reglamento o normatividad regirá la conducta de los servidores públicos en Yucatán? El servidor público, desde luego, tiene que garantizar aspectos tan elementales como eficacia, eficiencia, economía y profesionalidad en la encomienda, pero también (y sobre todo) equidad, honradez, imparcialidad, igualdad de trato y oportunidades, entre otros. Existe entonces, un doble deber en el servidor público: hacia el gobierno mismo, pero ante todo, hacia los gobernados, es decir, la sociedad y sus ciudadanos.
Es sintomático, decía, que al cambio de sexenio, se den extraños desplantes de funcionarios y funcionarias. Pienso que en ocasiones se trata de un reacomodo, de una adaptación al nuevo estatus laboral y político. Cuestión de tablas, pues. Pero después de tres meses ya no sé bien qué pensar.
Recordemos al inicio del año a las diputadas de Movimiento Ciudadano Silvia López Escoffié y Milagros Romero Bastarrachea, dando la nota luego de ausentarse a sesiones consecutivas del Congreso Estatal, una de esas sesiones, de relevancia, porque se discutió el proyecto fiscal del año en curso. Estuvieron ausentes (para mala coincidencia en vacaciones decembrinas). Más allá de las justificaciones que tardíamente ofrecieron, ¿qué pensarán sus votantes, todas esas personas que vieron una buena opción de representación en el Congreso? Así es como se crea un halo de desconfianza, una distancia insoslayable con el electorado y, por supuesto, una desconfianza hacia el trabajo legislativo por parte de la sociedad.
Recientemente, las declaraciones de Michelle Fridman Hirsch, secretaria de Fomento Turístico en Yucatán, quien, al referirse a la promoción del turismo en Progreso, señaló que “es más fácil borrarlo del mapa y volverlo a construir”. Quizá es comprensible el trasfondo de lo que quiso decir la funcionaria estatal, aunque no eran las palabras adecuadas, porque incluso resultan ofensivas y contradictorias al discurso oficial.
Fridman ya había cometido yerros verbales similares. En el Festival de la Trova de diciembre pasado se refirió a la Orquesta Típica de Yucalpetén, como la “Orquesta Sinfónica de Yucalpetén”, error mínimo pero que de algún modo, y ante la repetición, refiere el desconocimiento de los procesos culturales y artísticos de nuestra entidad (lamentablemente dicho error se replicó en varias notas de prensa).
Y bueno, apenas días atrás, el Gobierno estatal emprendió una campaña de apoyo a los pescadores yucatecos, el llamado Festival de la Veda. Ante la prohibición de pesca para especies como el mero y el pulpo, se intenta impulsar la economía de la zona costera a través de diversas actividades. Suena bien, veremos las propuestas y resultados durante el período.
En el marco de este esfuerzo del gobierno estatal, irrumpe en escena la diputada local Kathia Bolio, quien en sus redes sociales subió una fotografía de ella con un pulpo recién capturado este fin de semana. Ya hubo una carta de disculpa e intento de justificación. Creo que también es comprensible: lo que no puede pasarse por alto, es que no haya comunicación y se trabaje de manera coordinada e integral. Apenas días atrás comenzó una Festival de la Veda, no se pueden pasar por algo programas de este tipo.
En general, es evidente: existe una fragmentación corrosiva entre los servidores públicos, ya sea desde el ejecutivo, legislativo o judicial, o desde el primer nivel hasta el último de los subordinados. Hay que sacudirse esos aires monárquicos, poner los pies sobre la tierra, dejar de flotar.
Debería ser un honor servir a la sociedad, pero hoy parece que no lo es. Y eso a nadie le importa.