Ivi May Dzib
Ficciones de un escribidor
Versión para teatro estudiantil a partir de un texto de Elisa
Ramírez Castañeda
II y última
GRAN DIOS: Bien, Juan Conejo, qué es lo que deseas.
JUAN: Quiero ser más grande, los demás animales y los hombres no me respetan debido a mi estatura. Ya me cansé que todos me vean y se rían de mí, quiero crecer.
GRAN DIOS: Bueno, eso será fácil, pero no creas que va a ser así porque sí, no. Tienes que traer noventa pieles de mono para mañana. Si las traes, te agrandamos; si no, pues no se va a poder.
JUAN: ¿90 pieles…? Bueno, voy por ellas.
NIÑO 1: Entonces Juan agarró su camino. No sabía todavía qué hacer. Cómo podría él siendo tan pequeño conseguir las 90 pieles de monos. Llegó a una casa vieja y vio tirado un costal.
JUAN: Esto me va a servir.
NIÑO 2: Lo agarró y siguió caminando. Al rato se encontró una lata vieja que parecía un tambor.
JUAN: Esto también me va a servir
NIÑO 1: También la metió a su costal y siguió caminando. Al rato llegó a un platanar, había plátanos maduros. Comenzó a cortarlos y a meterlos en el costal.
NIÑO 2: Siguió caminando y llegó al monte. Comenzó a tocar con la lata tambor.
JUAN: (Tocando) Traca, traca, traca, ta.
NIÑO 1: Como los monos son muy curiosos, varios de ellos comenzaron a asomarse, a ver qué cosa era lo que sonaba.
Juan Conejo sigue con su lata: traca, traca, traca, traca, ta.
NIÑO 2: Y entonces los monos se acercaron más.
JUAN: Vengan, miren, miren, les traje unos plátanos para que coman.
NIÑO 1: Los changos se acercaron a comer.
JUAN: Traje bastantes, no se los van a terminar ustedes solitos, vayan a invitar a otros compañeros para que coman todos.
NIÑO 1: Los monos se fueron a traer más monos. Regresaron haciendo mucho ruido.
Los monos se reparten los plátanos, se los pelean.
JUAN: Ahí vienen otros changos; métanse en el costal, escóndanse para que les toquen más plátanos.
NIÑO 1: Los monitos se metieron al costal y ya dentro, Juan Conejo los apaleó y les quitó la piel.
NIÑO 2: Y siguió así, con esa trampa, engañando a más monos hasta juntar las noventa pieles que le habían pedido para hacerlo más grande.
JUAN: Ya tengo lo que me pidieron, iré a la casa del Gran Dios.
En casa del Gran Dios.
AYUDANTE: Señor, allá afuera está Juan Conejo y trae las pieles que le pidió para hacerlo más grande.
GRAN DIOS: ¿Trajo las 90 pieles?
AYUDANTE: Sí.
GRAN DIOS: ¿Cómo lo hizo?
AYUDANTE: Nadie lo sabe, señor, pero ¿qué hará usted ahora?
GRAN DIOS: Pues cumplir mi palabra.
AYUDANTE: ¿Lo hará más grande?
GRAN DIOS: Digamos que, de alguna manera, sí. Dile a Juan Conejo que entre.
Entra Juan Conejo.
JUAN: Aquí está lo que me pidieron (deja las pieles).
GRAN DIOS: Muy bien hecho Juan Conejo, ¿cómo lo lograste?
JUAN CONEJO: Pues usted debe de saber, se supone que es un Gran Dios.
NIÑO 1: Pero el Gran Dios se había enojado por la forma de hablar de Juan Conejo, así que guardó silencio por un minuto y decidió darle una lección, pero también cumplir su palabra, ya que Juan Conejo había traído las 90 pieles que le pidió.
GRAN DIOS: Está bien, Ayudante, agárrale las orejas y yo le agarraré la cola.
NIÑO 1: Y lo jalaron, y lo jalaron, y lo jalaron... La cola se le trozó y las orejas se le alargaron. Al soltarlo, el conejo se paró delante del sol y vio que su sombra era más larga.
JUAN: (Sorprendido y alegre) Así estoy bien, Gran Dios, ya no estoy tan chiquito como estaba antes. Aunque me duelen mucho las orejas.
GRAN DIOS: Era necesario para que crecieras.
NIÑO 1: Y así fue la historia de cómo le crecieron las orejas al conejo.
NIÑO 2: Y fin.
NIÑA 1: Estuvo muy bien. Aunque no por eso le crecieron las orejas a los conejos.
NIÑO 1: Es un cuento, de vez en cuando es bueno imaginar.
NIÑO 2: Entonces, ¿nos vamos a nuestras casas?
NIÑA 2: Sí, por cierto, la calle está muy oscura, creo que no sirve una lámpara.
NIÑO 2: Pero hay luna llena y mucha luz.
NIÑA 1: Y se puede ver muy claro…
NIÑO 2: ¿Qué se puede ver?
NIÑA 1: El conejo en la luna.
Salen, música…