Joaquín Tamayo
Están la lluvia, los patios, la casa sitiada por su propia sombra; el río en súbita pelea con sus márgenes, la cerrada tempestad de las cosas que revelan el grave peso de una ausencia. No falta el silencio y la desgracia, el nudo en el corazón, el mar separando para siempre a los ahogados. La muerte atrapada entre las páginas. La muerte, de eso trata la vida… ¿Qué más se le puede pedir a la poesía si no que quepa toda en un poema? Así es en Oscura Palabra, del tabasqueño José Carlos Becerra. En sus siete capítulos de largo aliento se cumplen la nostalgia y la profecía, la plegaria y el reclamo. La elegía por el ser querido que se ha marchado de pronto.
De su breve obra, de sus libros señeros, Relación de los hechos, La Venta, Cómo retrasar la aparición de las hormigas, Fotografía junto a un tulipán y El otoño recorre las islas, compilación póstuma, es el canto desgarrador de Oscura palabra el que habrá de trascender por su conmovedor poderío, sin demeritar el valor de muchos de sus otros textos de alto impacto. Escrito en 1964 tras la muerte de Mélida Ramos de Becerra, su madre, el poema fue publicado por vez primera un año más tarde en la colección Los Presentes, dirigida por Juan José Arreola.
El poeta Becerra murió en San Vito de los Normandos, frente al mar Adriático, cuando pretendía cruzarlo para conocer Grecia, donde pensaba encontrarse con los ecos de sus autores fundacionales. Un accidente automovilístico el 27 de mayo de 1970 le impidió acercarse a los paisajes de sus primeros héroes: Páladas, Calímaco, Sófocles y Homero. Viéndolo en perspectiva, pareciera que su existencia estaba destinada a un conjunto de grandes poemas y para emprender ese largo viaje por Europa, producto de la beca Guggenheim que había empezado a ejercer en 1969.
En su libro La ceiba en llamas. Vida y obra de José Carlos Becerra, el escritor e investigador Álvaro Ruiz Abreu destaca que su biografiado tenía avidez por el conocimiento y una compulsiva curiosidad por las distintas expresiones del arte: la arquitectura (se tituló como arquitecto), la pintura, el cine, el teatro, el cómic, la música pop, la narrativa, pero finalmente fue ocupado por la poesía. Sus anhelos representaron el alma de los años sesenta del siglo pasado. Todos estos elementos figuran en su bibliografía, en sus versos amorosos, en su pormenorizada reconstrucción de mitos, en sus metáforas de carácter social, en su melancólica introspección. La inspiración para su poema El halcón maltés provino del cine; Batman, del cómic, y Blues de la música rock, solo por poner una muestra.
Afortunadamente la Embajada de México en Italia recuperó, entre sus efectos personales, los últimos borradores que Becerra trabajó y corrigió antes de partir por aquella fatídica carretera. Octavio Paz escribió que, a diferencia de sus extensos versículos de los poemarios iniciales, la obra del tabasqueño evolucionaba hacia la contención y, en simultáneo, hacia un temperamento más experimental, cuyo fondo se centraba en la estremecedora voracidad de la modernidad, en el gobierno de las máquinas y en las consecuencias de convivir en un mundo efímero y materialista, codicioso y epidérmico.
En La mañana debe seguir gris, una de las más hermosas autoficciones jamás escritas en México, la escritora Silvia Molina retrató los intensos días del poeta en Londres; también describió la generosidad de su ternura, la vehemencia de su amor, la implosión que lo orillaba al verbo y a descubrir en Inglaterra las huellas de los bardos y novelistas que más lo habían influenciado.
Como autor, su método creativo fue peculiar. Becerra escribía historias, relatos de mediana dimensión, prosas dispersas, que luego convertía en poemas de líneas prolongadas. De ese rigor nació su estilo, forjó su voz y dio pie a la edificación de uno de los tributos más emotivos a la madre en lengua castellana. Fue un escritor discursivo, de abundante cauda verbal. Apostó por una lírica proclive a generar atmósferas, tonos y ritmos. Sus imágenes lograron fusionar con pertinencia el lenguaje literario y el acento del coloquialismo. En su universo elocuente y cálido hay una preocupación constante: transmitir la honda sensación de que estamos en perpetuo deterioro. Dicen que los lectores siempre terminan por encontrar sus libros tutelares. En el caso de la poesía, son los poemas los que hallan a sus interlocutores. Se trata, desde luego, de obras necesarias, indispensables no como composición estética, sino como una suerte de la ardiente sintaxis que todos llevamos dentro. En el siguiente fragmento, están la madre y la muerte… La muerte, de eso trata la vida.
madre, madre,nada nos une ahora, más que tu muerte,tu inmensa fotografía como una noche en el pecho, el único retrato tuyo que tengo ahora es esta oscuridad, tu única voz es el silencio de tantas voces juntas,nada nos tiene ahora reunidos, nada nos separa ahora, ni mi edad ni ninguna otra distancia,y tampoco soy el niño que tú quisiste, no pactamos ni convenimos nada,nuestras melancolías gemelas no caminaban tomadas de la mano,pero desde lejos algunas veces se volvían a mirarse y entonces sonreían,ahora un poco de flores para mí de las que te llevan,también en mí hay algo tuyo a lo que deberían llevarle floresese algo es el niño que fui, ya nada nos une a los tres,a ti, a mí, a ese niño,