Cultura

Ecos de mi tierra

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Viaje que hizo de la Havana a Vera-cruz y Reyno de México el P. Fr. Gregorio Uscarrel (o Uscarres)

Ahí van para tus delicias

esas décimas jocosas,

pues que de mi Musa gozas

las décimas y primicias,

y si acaso me codicias

de haber venido el destino

escucha sin desatino

la caminata que traje,

y vayan pintando el viaje

esos versos de camino.

Después que el alma rendida,

siempre de tí enamorada,

aún antes de la jornada

quedó del pesar partida:

dudosa en la despedida,

tan sin consuelo barrunta,

que estaba casi difunta,

mirando que sin despecho

llevaba el Morro en el pecho

y el corazón en la Punta.

En fin, al rayar la luz

a Veracruz arribamos,

y para morir hallamos

en ella una Vera- Cruz:

todos diciendo: Jesús;

fuimos saltando en su puerto,

y yo más que todos muerto,

sin ser esto frenesí,

pues de cierto para mí

era Veracruz de-cierto.

Al instante mi partida

se previno acelerada,

porque en Veracruz mi entrada

fue entrada, por la salida:

allí su gente lucida

vino luego a visitarme

y también a convidarme;

por si quedarme quería,

pues en sus casas había

si me quedaba, qué darme.

Un chocolate estupendo

me hicieron de sabor tal,

que hasta el calor natural

me fue embebiendo, en-bebiendo:

no porque a lo que yo entiendo

no lo había bueno en la villa,

sino que su gentecilla

es de condición tan dura

que nunca lo dan, si el cura

no lo pone en la tablilla.

Habas, Agustín, enteras

comía por las mañanas,

porque mis entrañas sanas

no salieran de Habaneras:

gasto las tardes enteras,

porque mi afecto se alabe,

por un prado fresco y suave,

cazando aves a porfía,

y así en mi mesa tenía,

a falta de mi caza-ave.

A la Puebla a puro andar

arribé una tarde, en fin,

sin que llevara Agustín

el rabo por desollar:

allí me dio sin pensar

un tabardillo veloz,

que a su violencia feroz

con rigores inhumanos,

sin ver a Dios en mis manos,

me vi en las manos de Dios.

La cabeza me atraviesa

una pena tan notoria,

que la aprendí de memoria

por tenerla de cabeza:

tal fue la aguda fiereza,

y del dolor el vaivén,

que me daba sin desdén,

afligiéndome sutil,

punzadas de mil en mil,

latidos de sien, en sien.

A México por curarme

vine, pero tan suspenso,

que me busco, Hermano, y pienso,

que es imposible el hallarme:

muchos para consolarme,

por sus deleitables senos,

me llevan de gusto llenos

más mis pesares batallan

tanto que no es dable vayan

aún en sus Campos-Amenos.

En tanto con alegría

para irte, Agustín, a ver

me estoy aviando, con ser

que nada hay de lo que había:

en tu dulce compañía,

espero, hermano, en verdad

sanar de mi enfermedad,

pues no habrá (cosa es sabida)

mal que me robe la vida,

a vista de tu hermandad.

En fin, para que confirme

tu amor, que no he de mudarme,

si aquí hubiera de quedarme,

fuera cosa de partirme:

Siempre te he querido firme

de tus honras obligado,

y así puedes sin cuidado

mandarme de cualquier suerte,

pues que, para obedecerte,

ya sabes, soy tu criado.

José Rodríguez Ucres (El Capacho)