Pedro de la Hoz
Cada vez que anuncia una función el francés Philippe Jaroussky, alguien se encarga de comparar su emisión vocal con la de un ángel, aunque nadie haya escuchado jamás cantar a esa criatura mítica. Será por el timbre insólito, su tesitura de contratenor. En verdad ese registro vocal no abunda, exige arduos sacrificios y demanda una técnica depurada si se quiere cumplir. Pero Jaroussky no es solo una voz; es un intérprete; no reproduce partituras, sino las recrea. Para muchos canta como los ángeles; para mí como uno de esos artistas que ensancha en quien lo escucha el goce espiritual.
Desde Salzburgo nos llegan noticias suyas. De la mano de esa mezzo fuera de serie que se llama Cecilia Bartoli, causó sensación en el Festival de Pentecostés. Ella lo dirigió en la puesta en escena de Alcina, de Georg Friedrich Händel, y contó con él para la gala Farinelli y amigos, donde interpretó el aria “Alto Giove”, de Polifemo, de Nicolo Porpora.
Su intervención en Alcina fue favorablemente comentada por la crítica. Ópera de las que se clasificaban como “serias”, por su contenido dramático, fue estrenada en Londres en 1735, sobre la base de un argumento en parte extraído del Orlando furioso, de Ariosto. Jaroussky asumió el papel de Ruggiero, escrito originalmente para un castrato.
Jaroussky ha estudiado la técnica de los castrati, de ahí que hable con propiedad sobre ellos: “La particularidad del castrato era la respiración, que era mucho más profunda que la media y le daba una agilidad increíble. Eran capaces de cantar versos extremadamente largos con una sola respiración, algo que formaba parte de la magia de estas voces. En sus voces se podía escuchar parte del drama de su vida personal. Probablemente sintieron una gran injusticia al verse privados de su propia integridad física. Creo que la emoción en la voz de un castrato está conectada con la técnica que usaron, pero también con su historia personal especial. Para ellos, cantar era la forma de sobrevivir”.
Mas lo importante para él no es remedar el canto de aquellos. En el centro de su interpretación se halla el compromiso con la música y su autor: “Händel tenía una personalidad severa, bastante difícil de manejar (…), un poco malhumorada. Sabemos que incluso una vez amenazó con tirar a una soprano por la ventana. No era buena idea molestarle. Pero su música tiene tanta sensualidad y humanidad... La obra de Händel es probablemente de las más conmovedoras de la historia de la música clásica”.
Su repertorio resulta amplio dentro de la escuela barroca, desde los refinamientos de Monteverdi, Sances y Rossi, hasta el virtuosismo de Händel y Vivaldi, este último, sin duda, el compositor que ha interpretado con mayor frecuencia en los últimos años.
Entre los premios recibidos destacan los Victoires de la Musique (Artista Lírico Revelación en el 2004; Artista Lírico del Año en el 2007 y en el 2010, CD del año, en 2009) y los premios Echo Klassik, uno en 2008 (Cantante del Año) y en 2009 (con L’ Arpeggiata).
Sin embargo, Jaroussky nunca ha quedado atrapado en las hermosas redes del barroquismo preclásico. De ello dio testimonio hace tres años en La Habana, cuando el maestro Leo Brouwer lo invitó a ofrecer en concierto las obras incluidas en el álbum Green, canciones compuestas a partir de la obra poética del francés Paul Verlaine (1844-1896), figura icónica del simbolismo. Secundado por su compatriota, el pianista Jerome Ducros, el disco había salido al mercado en febrero de 2015.
Los versos de Verlaine inspiraron tempranamente a Claude Debussy, pero también a Gabriel Fauré, Enmanuel Chabrier, Ernest Chausson y a los autores de canciones populares Charles Trenet y Leo Ferré.
La clave de su éxito está en las siguientes palabras: “Es un error forzar la voz. Se debe cantar relajado y preocupado más en cómo construyes el sonido en el interior de tu cuerpo que en proyectarlo al exterior”.