Cultura

El condenado a muerte

Fernando Muñoz Castillo

IV

CONDENADO.- Los blancos desembarcan. ¡El cañón! Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar.

He recibido el golpe de la gracia en pleno corazón. ¡Ah! ¡No lo había previsto!

Yo no hice el mal. Los días me serán leves, se me ahorrará el arrepentimiento.

No habré padecido los tormentos del alma casi muerta para el bien, por la

Asciende la luz severa como los cirios funerarios. El destino del hijo de

familia, féretro prematuro cubierto de límpidas lágrimas. Sin duda el

libertinaje es estúpido, el vino es estúpido: hay que dejar a un lado la

podredumbre. ¡Pero el reloj no habrá llegado a dar más que la hora del puro

dolor! ¡Me raptarán como a un niño para jugar al Paraíso en el olvido de toda

desdicha.

ENAMORADO.- Se arropan con la aurora los pétreos asesinos

en mi prisión abierta a un rumor de pinares

que la mecen, sujeta a delgadas maromas

trenzadas por marinos que dora la mañana.

¿Quién dibuja en el techo la Rosa de los Vientos?

¿Quién en mi casa sueña, al fondo de su Hungría?

¿Qué muchacho ha robado en mi podrida paja

pensando en sus amigos al mismo despertar?

Divaga, ¡oh, mi locura!, para mi gozo alumbra

un lenitivo infierno repleto de soldados

con el torso desnudo y gualdos pantalones;

lanza esas densas flores cuyo olor me fulmina.

De cualquier parte arranca las hazañas más locas.

Desnuda a los chiquillos, invéntate torturas,

mutila a la Belleza, desfigura los rostros

y ofrece la Guyana como lugar de encuentro.

CONDENADO.- Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas.

–Y la encontré amarga–. Y la injurié.

Me armé contra la justicia.

Hui. ¡Oh, hechiceras; oh, miseria, oh, cólera; oh, cólera, a vosotras

os he confiado mi tesoro!

Logré desvanecer de mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda alegría

para estrangularla di el salto sordo de la bestia feroz.

ENAMORADO.-¡Oh mi viejo Maroni!, ¡oh Cayena la dulce!

Veo los volcados cuerpos de quince a veinte cigarros

en torno al crío rubio que apura las colillas

que escupen los guardianes entre el musgo y las flores.

Una toba mojada basta para afligirnos

solitario y erguido entre yertos helechos

el más joven se apoya en sus lisas caderas

inmóvil y esperando ser consagrado esposo.

Los viejos asesinos se apiñan para el rito.

En la tarde agachados prenden de un leño seco

una llama que roba, rápido, el jovencito

más emotivo y puro que un emotivo pene.

El más duro bandido, de charolados músculos,

con respeto se inclina ante el frágil mancebo.

Sube la luna al cielo. Una disputa amiana.

Tiemblan los enlutados pliegues de una bandera.

Te arropan con tal gracia tus mohines de encaje

con un hombro apoyado en la palmera cárdena

fumas y la humareda desciende a tu garganta

mientras los galeotes, en danza ritual,

silenciosos y graves, por riguroso turno

aspiran de tu boca una pizca fragante,

una pizca y no dos, del anillo de humo

que empujas con la lengua. ¡Oh, campadre triunfal!

Divinidad terrible, invisible y malvada,

tú quedas impasible, tenso, de metal claro,

solo a ti mismo atento, dispensador fatal

recogido en las cuerdas de tu crujiente hamaca.

Elévate en el aire de la luna, mi vida.

En mi boca derrama el consistente semen

que pasa de tus labios a mis dientes, mi Amor,

A fin de fecundar nuestras nupcias dichosas.

Junta tu hermoso cuerpo contra el mío que muere

por darle por el culo a la golfa más tierna,

sopesando extasiado tus rotundas pelotas

mi pinga de obsidiana te enfila el corazón.

¡Mírala perfilada en su poniente que arde

y me va a consumir! Me queda poco tiempo,

llégate si te atreves, surge de tus estanques,

tus marismas, tu fango donde lanzas burbujas.

¡Oh, quemadme, matadme, almas que yo maté!

Miguel Angel exhausto, en la vida esculpí,

mas la belleza siempre, Señor, yo la he servido:

mi vientre, mis rodillas, mis anhelantes manos.

Continuará.