Cultura

Negación de la nostalgia estival

Pedro de la Hoz

Algunos recuerdos quedan sepultados definitivamente en el olvido, hasta que alguien, arrimando a su brasa el verso de Jorge Manrique, se encarga de reflotarlos. Sucede que no se debe tomar al pie de la letra lo de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Como no lo fue la banda sonora del verano de 1969, cuando en la radio sonaba con insistencia la María Isabel, de Los Payos, y el sonsonete rítmico era replicado por los altavoces situados en los sitios de recreo, y las fiestas juveniles comenzaban o terminaban con la imagen de la muchacha bañada por el mar en una playa desierta.

Me niego a sucumbir a una operación nostálgica. El pop español era, salvo excepciones, inconsistente y ralo, espejo opaco de lo que en plena decadencia del franquismo llegaba de las costas británicas o del otro lado del Atlántico. Los Fórmula V no superaban la categoría de un grupo para consumo adolescentario, que por aquellos días trataban de empinarse en la lista de éxitos comerciales con Cuéntame, hasta que llegó una fórmula mucho más chata firmada por Los Payos.

Estos eran tres jóvenes sevillanos que en buena lid se ejercitaban en las variantes ibéricas de la rumba. Es decir, la adopción de aires y ritmos llegados de las Antillas que volvieron a fecundarse con la tradición flamenca. Por mucho fuelle que dieran a ese modo de hacer, Eduardo Rodríguez, José (Josele) y Luis Javier Moreno solo serían una referencia folclórica de cierto frescor, de no haber tenido la suerte de hallar a un avispado sello discográfico que los incitó a ser menos rumbosos y más pop si pretendían colarse en el mercado.

María Isabel poseía todos los ingredientes necesarios para gustar. Cuidado, no confundir gusto ni fama con permanencia y calidad. Los Payos escalaron a la fama durante los meses del asueto estival en la península y le dieron la vuelta a Iberoamérica.

En 1979 se acabó el combustible. Vivieron hasta ese momento de los réditos de María Isabel y de ser convocados a plazas pueblerinas veraniegas, boites de medio pelo y programas radiofónicos marginales.

Mejor suerte corrió el hit de los meses más calientes del año en Estados Unidos. Competía con María Isabel en el fervor juvenil, aunque, a decir verdad, la trivialidad del planteo musical empataba a sus intérpretes con los españoles. A su favor, eso sí, el efecto dominó. Sugar sugar se convirtió en un fenómeno epidémico y pegadizo.

Con Wilson Pickett en 1970 consolidó su puesto en los listados de los sencillos de mejor realización comercial del año y resultó una de las piezas claves de Right on, su décimo álbum de estudio. Luminarias como Tom Jones, Bob Marley, Gladys Knight y Tina Turner sucumbieron entre 1970 y 1977 al virus.

De todos modos no deja de ser rocambolesca la historia de cómo Sugar sugar llegó a inundar los oídos aquí, allá y acullá. En julio de 1969 la canción comenzó a radiarse. El grupo que la interpretó se hacía nombrar The Archies. La autoría no guardaba misterio alguno: Jeff Barry y Andy Kim, conocidos por sus frecuentes incursiones en la producción discográfica. Como tampoco el nombre de quien había tenido a su cargo la sesión de estudio, Don Kirshner. A este se atribuía el comando del grupo que registraba, además de la susodicha canción, las que integrarían la totalidad del álbum Everything’s Archie, del catálogo de la RCA.

El numerito subió como la espuma hasta el primer lugar del hit parade, pero cuando hubo que ponerle rostro a los intérpretes, el público asistió atónito a una revelación: The Archies eran los personajes de la serie de dibujos animados que la CBS comenzó a transmitir un año antes en el llamado Show de Archie. Hoy hablaríamos de un grupo virtual.