Cultura

Una trampa abortada por un acomplejado y malvado sujeto

Conrado Roche Reyes

Estamos ya cerca de los exámenes finales en todas las escuelas de la entidad. Obviamente, la mayoría de los estudiantes se mata a machacar las diferentes materias con ahínco porque el tiempo vuela y a la escuela vamos a estudiar y pasar el año. Pero también están las y los escolapios, a los que les vale y se esperanzan en los diferentes trucos que desde que existe la educación tienen a mano para hacer trampa. Copiar, llevar el famoso “acordeón” y otras trampuchetas por el estilo (las chicas llevan el acordeón escrito en las piernas).

Cierta ocasión, para estas fechas, pero hace 2679 años , como en todas las escuelas existen los alumnos llamados “aplicados”, los “consentidos”, “los flojos”, los “flojísimos”, ¡ y los brutos!, amén de los que simplemente le tiran a “pasar el año”, entre estos últimos se encontraba un servidor.

En una de esas noches tenebrosas, un grupo de alumnos de tercero de secundaria, los más flojos del salón, urdieron un plan para robarse las pruebas. La cosa parecía fácil, ya que los exámenes se encontraban en una especie de buhardilla en el segundo piso de la escuela.

Con todo sigilo y a las sombras nada más entre tu vida y la mía, de la noche, penetramos a la escuela saltando la pequeña barda que la separaba de la calle. Fácilmente abrimos el salón del primer piso (el de talleres), donde el maestro era “El Waracataca”, oscuridad total. Con cerillos nos alumbrábamos para subir al segundo piso, donde en un alambre se encontraba el oscuro objeto de nuestro deseo: las pruebas para el examen final. Un tesoro. Comenzábamos todavía a tomar las de cualquier materia, cuando de pronto la luz cegadora de una linterna se paseó por todo el recinto. Olvidamos que el hijo del director de la escuela vivía justo al lado; nuestro ruido lo despertó y subió a averiguar. Lo peor es que además de ser hijo del director, era nuestro maestro en varias materias y… un salvaje.

Sin pensarlo dos veces, todos saltamos del lado opuesto al que entramos, cayendo entre una tupida y alta hierba, que amortiguó la caída, además de que era un edificio muy bajito de techos. Corrimos como alma que lleva el diablo con vestido azul, hasta llegar al Paseo Montejo, de donde nos dirigimos a Bancarios, a una cuadra. Ahí rumiábamos nuestro fracaso, pero al mirar la prueba que habíamos logrado sacar, en algo se nos bajó la rabia. Y es que se trataba del examen de Química, el más difícil de todos, ya que en Matemáticas, tomando clases particulares, era seguro el “pasar año” (hoy le llaman “asesorías”).

Cada uno tomó su decisión con compañeros estudiantes de la Facultad de Química para más o menos la calificación de cada quien, y que no despertara sospechas. Éramos cinco los malvados de Yuma del robo del siglo.

Por fin llegó el día del examen. El maestro Erales repartió las pruebas. Los que estábamos en el secreto hacíamos la finta de que estábamos pensando, resolviendo eso que para todos era más raro que un marciano. Hacíamos tiempo. Pero… hete aquí que un imbécil, el más flojo e ignorante del salón, en dos minutos devolvió su examen. Obviamente, el maestro pensó que había hecho ese acto ya de rapidez porque no pudo resolver ninguna pregunta. Pasado el tiempo, se fueron recogiendo los exámenes de los chavos. Iba a desechar el del imbestúpido, cuando el maestro puso cara de asombro. Este animal había devuelto su examen con todas las respuestas perfectamente correctas. Como para sacar cien, y el mentor sabía que era un bruto.

Ahí ardió Roma, a quienes sospechaba habían hecho el robo, nos hizo efectuar otro examen. Y atinó en los cinco y otros cuatro que eran inocentes de ese delito de lesa humanidad. Yo tomé clases particulares con mi maestro Enrique Vidal Herrera y entré bien preparado, pero al retrasado mental lo sentó en un mesabanco en la mancha que señala el saque inicial en la cancha de fútbol. Ahí no le podía copiar ni a los x’kuklines. Obviamente sacó cero. Esta vez devolvió con la misma rapidez su hoja, pero con ninguna respuesta. En blanco. Y es que cuando se es burro y mala leche además, Dios castiga. Y él era un ser muy acomplejado que se aprovechaba de los más débiles o le hacía imposible a quien envidiaba.