La infraestructura cultural en Yucatán ha sido un creciente dolor de cabeza desde hace unos 125 años. Poco a poco fuimos cayendo en la tendencia a construir o adaptar recintos públicos para actividades artísticas sin pensar en su futuro mantenimiento hasta llegar a nuestros días con edificios con carencias funcionales y en un estado físico de riesgo para los usuarios.
A fines del siglo XIX ya se trataba el tema de las condiciones de los recintos, que en general tenían deficiencias, aunque muchísimo más leves que en la actualidad. Se habla de sillas sucias en el anterior edificio del Peón Contreras o de la variación climática en el interior de los teatros, que en 1897 hace decir a un autor: “He renegado más del cambio de temperatura, que ciertos hombres de los reveses políticos. La voz de los cantantes es el barómetro más seguro para conocer las alteraciones atmosféricas y los cambios rudos de estación”. Otra lamentación por el clima, en este caso por el excesivo calor, se debía a la falta de abanicos eléctricos en el recién inaugurado Teatro Peón Contreras en 1908, cuya construcción había llevado más tiempo de lo esperado inicialmente.
Otro tipo de quejas eran los problemas de acústica en las últimas filas de los recintos teatrales o la indebida conducta de quienes se levantaban de sus asientos obstruyendo ver la función. Como muestra de la relatividad de las circunstancias según las épocas, una molestia expresada entre otros por Pedro Escalante Palma “Pierrot” se debía a que se prohibiera fumar en el interior de los teatros.
En cuanto a espacios abiertos, se formaron bandas de música con financiamiento de gobierno y que tocaban en la plaza principal de manera gratuita para el público. Los jueves se daban las audiciones semanales de música escogida en Plaza Grande y, en lo que ahora podría verse como un choque de derechos ciudadanos, se procuró en algún momento interrumpir “el tránsito de las calles del jardín, para que el ruido de las pisadas no haga perder los efectos de la música”.
Los únicos recintos culturales financiados gubernamentalmente eran el Museo Yucateco y la Biblioteca Cepeda Peraza. Aunque no me he encontrado con ninguna queja de la época al respecto, cabe señalar que sus horarios de acceso eran muy limitados. De acuerdo con El Noticioso, en 1897, el Museo Yucateco estaba abierto al público diariamente de 4 a 6 de la tarde y los domingos de 8 a 10 de la mañana. La Biblioteca Cepeda tenía sus “horas de lectura” en tres bloques: de 7 a 10 de la mañana, de 12 a 3 de la tarde y de 5 a 7 p.m. En comparación, el gobernador del Estado daba audiencia diaria en Palacio, excepto sábados y domingos de 1 a 3 de la tarde.
El teatro y la música acaparan la mayor parte del tema artístico de esos tiempos. La presencia de notas informativas, reseñas, semblanzas y chistes sobre estas dos disciplinas, además de anuncios, fotos y partituras es significativa. Algo había también de diferencia de clases sociales en la asistencia a los espectáculos, como cuando en 1894 El Eco del Comercio pide cambiar el día de las retretas públicas para no afectar a los abonados al teatro. Cuestión de conveniencias para públicos privilegiados.