Cultura

Los historiadores de Yucatán

Por Joed Amílcar Peña Alcocer*

II

En 1976 Luis González y González escribió “La pasión del nido”, un recorrido por el desarrollo del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México y la formación de lo que él llamó “el estilo Colmex de estudios superiores”. Las instituciones académicas adquieren su identidad a través del quehacer de sus profesores, estudiantes y egresados.

Trasladando esto al contexto yucateco, pensando en la institución que forma a los historiadores vale preguntar ¿cuál es el estilo de estudios superiores de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán? También podemos inquirir ¿cuál es el estilo de estudios superiores de los centros de investigación que especializan a los egresados de la licenciatura en historia? y ¿cuál es la pasión por esos nidos?

Responder esas preguntas es un asunto complicado. Nuestra academia no es homogénea, no tiene el suficiente intercambio como para visibilizar esos estilos o reconocerlos. Todos beben de una misma fuente, aunque no lo digan. Dicho sea de paso, cada grupo que participa en la formación y práctica de la historia tiene conocimiento del papel que juega: los formadores, los que abrevan del legado de los forjadores de la academia yucatanense; otros son los que especializan en los asuntos de la investigación, se apropian del discurso de la investigación histórica; otros ven en la historia un motor de cambio, abogan por una práctica de la historia más empática y también están quienes buscan el lugar de la historia en los círculos de poder.

Otro motivo de la invisibilidad del estilo propio del historiador yucateco (obviando la marcada predilección por temas de orden local/regional) se debe a los vaivenes administrativos de los centros de formación o especialización. Por lo general, al menos en el caso de formación en licenciatura, no ha existido un proyecto consensuado entre los académicos del área de historia que refleje la pluralidad de los temas, objetos y sujetos de investigación disponibles. Por lo tanto, la apertura o diversidad temática responde a la orientación administrativa del momento, basta ver las tesis de los últimos diez años para ver cómo unos asuntos de investigación priman sobre otros cada tanto tiempo. Es importante mencionar que las opciones de posgrados en Yucatán son pocas, formalmente sólo el CIESAS oferta posgrados en historia y las demás instituciones permiten desarrollar tesis de historia en contextos de especialización antropológica. No es extraño que una institución tenga mayor exposición que otra, aunque compartan egresados y temas.

Aún así existe una historiografía yucateca, un conjunto de productos de investigación histórica que responden a proyectos e intereses académicos. Pero estos esfuerzos de explorar el pasado yucateco no implican diálogo e intercambio fluido, ¿cuántos directores de tesis externos hay las facultades y centros de investigación? Casi el mismo número de publicaciones y seminarios interinstitucionales o proyectos de investigación financiados por dos o más centros dedicados a los asuntos del pasado de nuestra sociedad.

Visto así nuestra historiografía es aún un archipiélago, habitamos el mismo mar y estamos separados, nos saludamos, pero de lejos. Esta es una situación cómoda para quien quiere conservar privilegios académicos, acaparar y orientar la dirección de tesis conforme a sus intereses, erigirse como la “voz de los historiadores”, publicitar sus relaciones personales con personajes de la vida cultural local, sus comidas y vinos.

Esa falta de comunicación ha individualizado nuestra labor como historiadores, en algunos casos la ha banalizado al grado que el éxito se mide por los comensales que te acompañan en la mesa y no por la producción de conocimiento histórico.

La lógica de esto la hallamos en los círculos académicos y la burocracia que existe al interior de las instituciones donde trabajan los historiadores. Existe poca memoria institucional de los egresados, se recuerda sólo a los que colaboraron con tal o cual cuerpo académico, a los que visiblemente cultivan relaciones y tienen ya un trayecto a considerar, pero que de ninguna forma representan toda la pluralidad del oficio de historiar.

Ese archipiélago nos hace vernos de lejos, no prestar la ayuda a todos y crear márgenes que para unos sin insalvables, mata la confianza en la academia perpetuando la imagen elitista que se tiene de ella.

Los historiadores necesitamos practicar más la solidaridad que tanto predicamos. Dejemos de excusarnos en el método, la teoría o la reputación institucional y reconozcamos las fronteras que imponemos por puro ego. Nuevamente falta dar el primer paso. No fomentemos relaciones de poder o la dispersión de nuestro gremio en un inmenso archipiélago ¿no que muy humanistas?

Continuará

*Integrante del Colectivo Disyuntivas