Cultura

El gran farsante

Manuel Tejada Loría

Notas al margen

Son palabras vacías las de la doble moral, las del cinismo y la hipocresía. La portada del POR ESTO! del pasado domingo 11 de agosto no pudo ser más puntual y certera ante la alarmante situación de odio y discriminación en el mundo, y que en Estados Unidos, con los últimos acontecimientos tan lamentables, pareciera encontrar su pico más alto y visible.

Las condiciones de esta degradación social se han originado a lo largo de la historia. Como se sabe, una de las asociaciones más antiguas de Estados Unidos es la Asociación Nacional del Rifle, que data de finales del siglo XIX, fundada paradójicamente, para la defensa de los derechos civiles a través de la portación de armas.

La asociación que cuenta con más de cinco millones de socios, ha tomado un papel preponderante en la vida política del país, principalmente porque ha servido de “tapadera” de otras agrupaciones dedicadas al cabildeo político y con trato directo en el Congreso y la Casa Blanca. En nombre de la defensa personal dicha asociación ejerce presión para que la Constitución de ese país siga contemplando la libre portación de armas.

La portación de un arma para defensa personal es una causa hasta cierto punto comprensible. No obstante, la falta de regulación o atención a la sensibilidad de los ciudadanos es lo que ha permitido que el objetivo original de usar las armas como defensa, deriven en lo opuesto: su uso para atacar. Esa insensibilidad (o insensibilidades), la de no atender el desarrollo emocional del ser humano al tener como prioridad la venta indiscriminada de armamento, ha costado a Estados Unidos múltiples tiroteos en entornos escolares que han dejado cientos de víctimas.

Y a esta condición se suma el discurso de odio y de violencia de personajes como Donald Trump, nada menos que el presidente de ese país, que lo mismo ofrece sentidas condolencias (palabras de bondad), como intensifica al mismo tiempo el discurso contra los migrantes; que lo mismo luce su espectacular sonrisa para la foto con medios, que golpea el puño rabioso contra la mesa y condena (palabras de odio) a la prensa y a quien que se atreva a cuestionarlo, a disentir con él.

Esta conducta pública, rutinaria, desafortunadamente encuentra su extensión en millones de ciudadanos de Estados Unidos y, estoy seguro, alrededor del mundo. No sé si será nuestra tendencia social a imitar lo que vemos, nuestra incomprensión o la falta de nuevos horizontes y perspectivas, pero sin duda el discurso de odio y de violencia cada día es más viral. Y es este aspecto, el del contagio masivo del odio y la violencia, donde debemos estar más alertas.

Claro: un tiroteo de ese tipo es algo latente que pudiera ocurrir en cualquier lugar. Más bien me refiero a estar atentos a la proliferación y continuidad de esos gérmenes de odio y violencia que penetran lentamente en nuestras relaciones cotidianas. Es ahí, en ese entorno de toxicidad y podredumbre, que se dan las condiciones para el deterioro social e individual, que dan paso (en nombre de muchas causas) a la perversidad y a la ignominia.

En sentido contrario ¿no tendríamos que tomar la responsabilidad de construir prácticas de tolerancia a la diversidad de pensamientos y creencias; optar por la comprensión antes que el enjuiciamiento y condena; forjar relaciones laborales y de amistad con bases firmes en el respeto al otro?

Urge finalizar la doble moral, esa que, como Trump, ve en el otro una moneda de cambio antes que comprenderlo o acompañarlo. O bien, como la de un sistema mercantilista que a pesar de las constantes masacres, tiroteos y devastación social, sigue ofreciendo armamento en sus tiendas. La cadena de Wall Mart en Estados Unidos sigue vendiendo armas bajo la anuencia de Trump.

Hipocresía, así sin más.

Por eso Trump no nos engaña. Detrás de sus egocéntricas pretensiones políticas y económicas, sabemos lo que es, lo que siempre, a pesar de sus múltiples máscaras y poses, será: un gran farsante.