Cultura

Las pulgas de Steinbeck

Pedro de la Hoz

Un John Steinbeck poco conocido tocó a las puertas del lector norteamericano a principios de este verano de 2019 en las páginas de la revista Strand. El recio narrador de Las viñas de la ira y De ratones y hombres escribió una pieza breve, ambientada en la capital francesa, con aires de fábula y algún que otro toque filosófico. Les puces sympathiques (Las pulgas simpáticas) vio la luz en francés en el diario Le Figaro el 31 de julio de 1954, en la columna que el autor norteamericano sostenía por esos años durante su estancia en París. Hasta hoy no había estado disponible en lengua inglesa, por lo que resultó a estas alturas una revelación inesperada en el panorama literario estadounidense.

Los protagonistas de la historia son el cocinero Monsieur Amité y su gato Apolo. El chef está obsesionado con añadir a su palmarés de la Guía Michelin una estrella más. El día de la visita del evaluador las cosas salen mal y Amité la emprende con el felino, que ofendido abandona a su dueño. Arrepentido de su acción intempestiva y al advertir que Apolo no tenía intención de regresar, el chef decide cocinar un plato especial.

El narrador cuenta: “Cuando lo probó, sabía que había tenido éxito; que cualquier gato que se resistiera, tenía que estar muy loco. El secreto estaba en un ingrediente casi mágico con el que debía recuperar al amigo. (…) El plato fue al horno, salió con un tono ligeramente marrón y oliendo a aliento de dioses”.

Al introducir la historia, la voz del autor se torna reflexiva: “Como especie, hemos estado en problemas desde que bajamos de los árboles y nos instalamos en cuevas, pero también, como especie, hemos sobrevivido. Y no en grandes cosas, sino en pequeñas, como una pequeña historia que he escuchado, probablemente una vieja, muy vieja historia. Pero así es como la escuché”.

El editor de Strand, Andrew Gulli, tropezó con el relato al hurgar en la papelería y recortería de Steinbeck, atesorada por el Centro Ransom de la Universidad de Texas, en Austin. El escritor tributaba una vez a la semana una crónica, a veces un cuento, para la columna Un americano en París (An American in Paris), evidente apropiación de la famosa obra musical de su compatriota George Gershwin.

Steinbeck se animó a ser colaborador fijo de Le Figaro no sólo para ganar dinero, sino también con el objetivo de desembarazarse de periodistas que lo acosaban con preguntas y aspirantes a escritores que solicitaban leyera manuscritos y juzgara proyectos, lo cual, en su opinión, le restaba tiempo.

A esto se refirió en carta a su agente literaria Elizabeth Otis: “Aquí en Francia me entrevistan todo el tiempo. Paso horas con los periodistas ayudándolos a hacer algún tipo de historia y luego, cuando sale, es confusa, sesgada y pésima. (…) ¿Por qué no escribir 800 palabras por semana para un periódico francés, simplemente llamado algo así como un estadounidense en París: observaciones, ensayos, preguntas, pero inequívocamente estadounidense?”.

Andaba por el medio siglo de vida y acumulaba una experiencia considerable en asuntos de escritura y también de vida. Recaló en París para distanciarse de unos Estados Unidos en plena guerra fría y en el apogeo de la histeria anticomunista. Con Steinbeck, veterano como corresponsal y combatiente de la Segunda Guerra Mundial, con una presencia en la industria fílmica de Hollywood, y reconocido por la excelencia de Las viñas de la ira, era difícil meterse, pero si otros habían sido sindicados por el macarthysmo, nada impedía que los dardos cayeran sobre el escritor, más cuando en 1947 viajó extensamente por la Unión Soviética en compañía del célebre fotógrafo Robert Capa.

París tenía ventajas y desventajas; unas, por la atmósfera cultural y la distancia de los sitios donde podría ser blanco de conflicto; otras por la actividad social irrefrenable que amenazaba con frustrar sus ímpetus literarios.

Por demás, se sentía atraído por entonces hacia las formas más breves de la narrativa. Había actuado presentador del filme de la 20th Century Fox, La casa llena de O. Henry, donde comentaba con agudeza las adaptaciones cinematográficas de los cuentos del legendario escritor. Casi al mismo tiempo, Steinbeck grabó lecturas de varios de sus relatos para la Columbia Records. Las grabaciones proporcionan un registro de la voz profunda y resonante de Steinbeck.

Se reencontraría con la novela en 1961 con El invierno de nuestro descontento. No tuvo buena salida; quizá por el exceso retórico en su composición, aún cuando el tema era prometedor, al abordar el declive moral de Estados Unidos. Desistió de escribir nuevas novelas, pero vivió la gloria de recibir el Nobel de Literatura en 1962.

Este hubiera sido un buen final para él y no el de sus últimos días, cuando fue a Vietnam, cómplice de la agresión, enviado por Newsday. Crónicas como para olvidar y no ser rescatadas como sucedió ahora con el brevísimo cuento Las pulgas simpáticas.