Cultura

Pedro de la Hoz

Algunos lectores de habla inglesa se divierten con Quijote, la más reciente novela del escritor indio Salman Rushdie. Digo algunos, porque otros sienten que el novelista los estafa, y no faltan los que se miran en el espejo de sus palabras como nunca antes se habían visto. Ya el solo hecho de que tome como modelo a un clásico de la literatura universal, la extraordinaria novela de Cervantes, levanta salpullido. El diario The Irish Times publicó una crítica titulada: Rushdie, tú no eres Cervantes”.

La trama puede resumirse del siguiente modo. Sam DuChamp, un autor que no se distingue entre otros que cultivan la literatura de espionaje, un buen día decide dar vida a Quijote, un vendedor cortés y confuso obsesionado con la televisión que se enamora de una estrella de la televisión. En compañía de un hijo que solo existe en su imaginación, -el infaltable Sancho- Quijote recorre los Estados Unidos a la caza de aventuras que lo hagan un digno pretendiente de la mujer. Entretanto, Sam debe afrontar urgentes desafíos. Ambos se ubican en un contexto donde “cualquier cosa puede suceder”. La editorial Random House, al promover la obra, destacan que “DuChamp y Quichotte se entrelazan en una búsqueda profundamente humana del amor y un retrato perversamente entretenido de una época en la que los hechos a menudo son imperceptibles para la ficción”.

El crítico Jason Sheehan admite que no hay una buena manera de comenzar una reseña de Quijote, pues depende de las respuestas a estas interrogantes. ¿Es un libro que necesita ser examinado a la luz de la existencia de su autor? ¿De su propia vida como novelista indio que se asume como británico, su pasado, familia, vida amorosa y diversas y bastante reales aventuras? ¿O debe ignorarse todo?

¿Debería considerarse las otras obras de Rushdie? ¿Los estantes cargados de premios? ¿Este es un producto exclusivo del condenado y condenable momento de su creación?

Al final opta por proponer una lectura poliédrica de Quijote porque la novela funciona, en sí misma, como un poliedro: sátira despiadada de los Estados Unidos de ahora mismo, pastiche cervantino que se establece entre las comunidades de inmigrantes de Estados Unidos, viaje por carretera que sigue una dieta constante de referencias de la cultura pop que pasa por series de televisión, ídolos de la canción, reality shows y competencias de recetas de cocina. Y concluye: “Es una historia de Donald Trump y la inmigración y el fentanilo y el perdón. Una fantasía que falta a todos los significantes de la fantasía”.

Rushdie reconoció que su trama es un poco desordenada, algo así como las piezas de un rompecabezas en la cuestra trabajo encajar los elementos. Pero a la vez insiste en que el caos es necesario, “”porque ha tenido lugar una especie de fisión nuclear en las vidas y relaciones humanas, y esas familias rotas pueden ser nuestros mejores lentes disponibles para ver este mundo roto”.

Este mundo no es otro que el de los valores de una cultura disfuncional. El Quijote y el creador de este Quijote están seriamente intoxicados por los productos mediáticos. No hay novelas de caballería, sino mitos de la cultura de masas. Lo que se venden como historias reales son tan abundantes que ya no tiene sentido venderlas como historias reales.

Rushdie se divierte con sus posturas iconoclastas. Sus personajes son de origen indio como él, incluso la presentadora de televisión que el Quijote de Sam imagina es una india que quiere parecerse a Oprah. Más que a Cervantes, Rushdie se parodia a sí mismo.

Y tiene suerte el muy maldito. Ahora mismo es finalista del codiciado premio Booker, en fiera disputa con la canadiense Margaret Atwood. Ya él sabe lo que significa conquistar ese reconocimiento. Y lo que es casi llegar nuevamente a la cima, como sucedió con Los versos satánicos, que le valió una condena a muerte por parte de una alta autoridad islámica, bajo la acusación de blasfemia.

A ver si a alguien se le ocurre que Rushdie le ha faltado el respeto al american way of life y espera que salga del escondite para pegarle una bofetada. O a un loco, con la anuencia del lobby de las armas tan cercano a Trump, le da por cazarlo.