Cultura

Desde hace algunos años, nuestra ciudad se ha caracterizado por ser una ciudad tranquila en donde antaño se podía dormir con las ventanas y puertas abiertas. Desde el sismo ocurrido en México en 1985, Mérida fue la ciudad que muchas personas eligieron para trasladar sus hogares y trabajo, siendo que era entre las demás que conforman nuestro país una de las más tranquilas y seguras. Eso permitió que nuestra ciudad creciera de manera geométrica y numérica, propiciando la construcción de nuevos centros y fraccionamientos de casas habitación

Desde el sexenio pasado, en nuestra ciudad se ha venido diciendo hasta desgañitarnos que Mérida se erige como la ciudad más segura del país. Esto sin lugar a dudas es de llamar la atención y cuando las encuestas (yo tengo otros datos) así lo refieren, no nos queda más que aceptar esta premisa. De esta manera desde hace aproximadamente siete años o más, nuestra blanca ciudad ha presumido en foros locales, nacionales e internacionales que en esta nuestra Mérida, se puede pasear y vivir tranquilamente porque aquí no pasa nada y nuestra gloriosa policía solamente está presente para desfiles, fiestas, retenes u otro evento y eso de la vigilancia hay que dejarlo a empresas privadas, ya que como nuestra ciudad es muy segura, no es la más segura.

Cuando una persona como el de la letra escucha que robaron en tal o cual casa, eso lo vemos de manera tan lejana que decimos que nunca nos pasará a nosotros o a algún integrante de nuestra familia. Y esta seguridad la dejamos a nuestra gloriosa policía y no nos queda más que acostarnos en nuestra hamaca y patear la pared, ya que nada ocurrirá. Y cuando creemos que ocurre, pensamos que de seguro la policía con toda su infraestructura en donde se han invertido millones de pesos entrará en acción y el problema se solucionará. Pero esto, mis caros y caras lectoras, no es más que una utopía.

Para que la cuña apriete tiene que ser de la misma madera, dicen. Pues tomando lo anterior como un antecedente, he de contarles que el de la letra ha vivido en estos últimos días la experiencia de lo que es ser víctima de la delincuencia de nuestra ciudad y ver y estar impotente ante la dejadez, menosprecio de lo que ocurre, burocratismo y falta de seriedad de nuestra policía y de la Fiscalía de nuestro Estado. En líneas abajo he de contarles lo que el miércoles pasado (28 de agosto) ocurrió en casa de la primogénita del de la nota que vive, porque así lo dictaminó su destino, en una de las muchas etapas de Ciudad Caucel, para ser más exacto en Sian Kan III.

Sucedió que hace un mes, aproximadamente, mi hija Paola, en este caso una víctima más de la delincuencia de esta nuestra ciudad más segura del país, se fue a vivir a una casa de ese fraccionamiento y como muchas parejas jóvenes y modernas, comenzó a “vestirla” de poco a poco con esfuerzo y dedicación para tener un hogar en donde pudiese formar una familia en el futuro. Casa nueva que implica casi todo nuevo en cuanto a muebles se refiere, refrigerador, televisores, estufa, sala, recámaras, cortinas, miriñaques, todo lo relacionado con poner una casa como debe de ser, y también hay que mencionar que toda la casa contaba con la “protección” que puede asegurar la casa, es decir con los protectores que la empresa puso.

Hay que mencionar que Paola, como toda mujer joven, posee también o mejor dicho poseía, ya que las ratas se lo llevaron todo, lo que muchas féminas usan, relojes de marca, perfumes, alhajas, dinero, zapatos tanto de ella como de su esposo, adornos ya de fantasía y de oro y de su instrumento valioso para poder trabajar, ya que ella es Psicóloga y se dedica a la investigación y la docencia, su laptop que contenía la información de todo lo relacionado a su área de trabajo.

Todo esto se lo llevaron los ladrones, las ratas, los sinvergüenzas que sin mediar más que su enfermiza mentalidad de apropiarse de lo ajeno, hicieron suyo esos bienes que si bien es cierto se pudo lograr con mucho trabajo, al igual que lo hacen las parejas que comienzan una vida nueva. Los ladrones, las ratas, penetraron en la casa, violaron la intimidad y la seguridad de la misma aproximadamente en un lapso de 6 a 8 de la noche, cuando aún está claro y la noche aún no deja caer su manto. Un día normal y claro en donde gracias a la nula vigilancia policial entraron como Pedro por su casa y se apropiaron de lo ajeno. Se llevaron cosas, muchas, pero lo más valioso que se pudieron llevar estos sinvergüenzas es la tranquilidad.

Penetraron, violaron la intimidad del hogar por la puerta trasera, por detrás, como lo hacen los rateros y ladrones, con la tranquilidad y la parsimonia que les proporciona la nula vigilancia, arrancaron el protector, rompieron la tela de miriñaque y entraron y en un lapso de tiempo se llevaron sueños, esfuerzo, trabajo de una persona que asentó su hogar en ese rumbo. Todo se quedó tirado, las cajas de los relojes, los cajones de la cómoda, la ropa en el suelo, todo quedó desordenado y sobre todo dejó la inseguridad en la casa.

De manera inmediata se habló al 911 para denunciar el delito de allanamiento, robo de casa habitación y enseguida llegaron dos patrullas con su tripulación, quienes solamente proporcionaron pretextos y se quedaron más de dos horas viéndose las caras los integrantes de dichas patrullas sin instalar o proveer de manera inmediata un esquema de rápido recorrido de las calles aledañas para ver si se encontraban algo sospechoso. Su pretexto fue que no podían hacer algo hasta que llegara su jefe o supervisor de sector, mismo que llegó dos horas después y ya pasadas las 11 de la noche comenzaron “su recorrido de vigilancia”. Se pretextó que no llegan a esa área porque su sector es otro, que no tienen la obligación de pasar por calles que no son su “responsabilidad” y que ellos sólo vigilan donde les dicen.

Cabe mencionar, caros y caras lectoras, que la llegada del jefe de sector (prepotente como aquel que tiene el poder en las manos) solamente sirvió para informar que ellos no podían hacer nada más que recomendar que se acudiera a la Fiscalía para levantar la denuncia. Hágame usted el favor. ¿Y dónde queda la seguridad que la policía proporciona? El ir a la Fiscalía sólo sirvió para que se esperara más de 15 horas para que sus técnicos enviaran personas para levantar huellas y demás. O sea, más de 12 horas para comenzar una investigación en donde según ellos no hay seguridad de resolverlo. No hay que dejar de mencionar que la prepotencia y el mal trato de los empleados de la Fiscalía propicia que en lugar de que la víctima o denunciante se sienta segura y sin temor, es todo lo contrario.

Sería adecuado regresar al pasado cuando no se necesitaba de una gran infraestructura policíaca, ni tampoco de patrullas y motociclistas, sólo con la instalación de grupos que hagan el papel de serenos que vigilaran las áreas donde no hay policías para que de esta manera se pueda hacer frente a esta situación de inseguridad en los nuevos y viejos fraccionamientos.

Hasta que uno experimenta en carne propia un problema no sabe lo que le espera, el saber cuánta azúcar lleva el dulce solamente se puede asegurar cuando se tiene la mala fortuna de ser víctima de la delincuencia que ha sentado sus raíces en nuestra ciudad ante el beneplácito de nuestra millonaria infraestructura policial, ante la nula vigilancia y ante la dejadez de hacer cumplir la justicia de manera inmediata. ¿Será que hay que esperar más de 12 horas para recibir la respuesta para recoger evidencias de un robo? ¿Será necesario ser “pan grande” o amigo de algún influyente para que el trato sea diferente? ¿Será que nuestra ciudad, la más tranquila del país, realmente no lo es? En nosotros queda la tarea de evaluar qué está pasando con la seguridad de nuestra ciudad, de nuestra familia y de nuestros bienes.