Cultura

Una tumba grande para tan poco difunto

Pedro de la Hoz

No tengo que insistir sobre lo que muchos saben: Chico Buarque de Hollanda (Río de Janeiro, 1944) es una de las grandes voces de la canción latinoamericana de nuestra época desde que dio a conocer en los años 60 sus primeras obras, decisivas en la fragua del movimiento tropicalista brasileño.

Con mirada larga volvió la vista hacia sus raíces y en ese paneo observó, como también lo hicieron los cineastas Glauber Rocha, Nelson Pereira dos Santos y Ruy Guerra, cuánto le debía al país al nordeste, una de las regiones más empobrecidas del enorme territorio sudamericano.

Bajo ese compromiso, Chico, quien con su primer disco, titulado con su nombre por el sello RGE, había conseguido que decenas de miles de brasileños tararearan los temas A banda y Pedro pedreiro, se impuso la tarea de musicalizar el poema Morte e vida severina (1955), de Joao Cabral de Melo Neto (1920 -1999).

Creador con inquietudes intelectuales y en contacto con las vanguardias artísticas de otras manifestaciones, Chico cumplía también un encargo del director escénico Roberto Freire, director del grupo Tuca, de la Universidad Católica de Sao Paulo, que se anotó un éxito internacional al representar la versión del poema de Cabral en el Festival de Teatro Universitario de la ciudad francesa de Nancy en 1966. Debe recordarse que el golpe militar contra la democracia brasileña había relanzado la imagen de la nación en los medios estudiantiles europeos solidarios con las angustias y las luchas de sus colegas al otro lado del Atlántico.

El cantautor, con el sello Phillips, sacó al mercado a finales de 1966 un álbum con el resultado de aquella labor original. La canción más conocida de la serie fue y sigue siendo Funeral do lavrador, la cual en su día trascendió las fronteras brasileñas para erguirse como uno de los temas emblemáticos de la nueva canción latinoamericana.

La carga dramática del texto y el soporte musical, apropiado para transmitir el mensaje, favorecieron la identificación de vastos públicos sensibilizados con las terribles condiciones sociales de los desplazados que buscan desesperadamente sobrevivir en lugares a distancia de sus orígenes.

En Cuba Funeral do lavrador, en la voz de Chico, se introdujo en el gusto de los universitarios habaneros y del público seguidor de la nueva trova en los años 70. Pero la definitiva consagración del tema y del poema dramático de Cabral sobrevino cuando en 1982 el Teatro Musical de La Habana, entonces bajo la dirección de Héctor Quintero, encomendó al teatrista Jesús Gregorio una versión actualizada con la música de Chico y una inversión en el título general: Vida y muerte severina. La puesta en escena mereció el Premio Especial del Jurado del Festival Internacional de Teatro de La Habana ese año.

Aunque las canciones de la obra sumen trece, el público salía con la rotunda letanía de Funeral do lavrador en la memoria, en especial el momento de mayor vuelo: “É uma cova grande pra teu pouco defunto / Mas estarás mais ancho que estavas no mundo” (Es una tumba grande para tan poco difunto / pero estarás más amplio de lo que estabas en el mundo).

Subtitulado como Auto navideño pernambucano, de acuerdo con la tradición ibérica medieval incorporada a la cultura popular nordestina, el poema se desarrolla en dos partes: la muerte y la vida. En la primera presenta los percances que sufre Severino en el camino hacia Recife; él es un retirante (migrante forzado a la ciudad, víctima de la sequía que arruina el paraje donde mora). En la segunda, Severino termina lanzándose a las aguas para renacer, con lo cual el autor expresa su confianza en el hombre.

Por estos días, Cabral de Melo Neto ha sido evocado en su país, con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento el 9 de enero de 1920. Su obra más conocida es, precisamente, Morte e vida severina, pero su legado abarca otros muchos hitos.

Junto a Mario de Andrade y Carlos Drummond, Cabral configuró la triada de poetas de mayor relieve en la poesía brasileña del siglo XX. Su trabajo literario comenzó en 1942, cuando tenía veintidós años de edad, y lo agrupó más tarde en el volumen Poemas reunidos. Perteneció a la llamada Generación del 45, cuyo principal órgano de expresión fue la revista carioca Orfeu. Además de poeta, Cabral desempeñó tareas diplomáticas viajando por todo el mundo.

Fuese en Brasil o el extranjero, Cabral nunca dejó de producir. Fue galardonado con el Premio de Poesía del IV Centenario de São Paulo (1954); el Premio Olavo Bilac, de la Academia Brasileña de Letras (1955); el Premio de Poesía del Instituto Nacional del Libro; y el Premio Jabuti, de la Cámara Brasileña del Libro. Ingresó a la Academia Brasileña de Letras en 1968.

En su poesía, João Cabral se declaraba un perfeccionista. Testimonios de amigos refieren que en el proceso de creación de sus obras, nada escapaba al control del pernambucano, quien confesó sentirse ajeno a la inspiración. Planeaba los poemas en cada detalle y, a veces, como lo hizo en al menos dos libros, uno llamado Serial y el otro La educación de las piedras, no contento con trabajar en la arquitectura del poema, trabajó en la arquitectura del libro en su conjunto. Ideó esquemas totalmente rigurosos para que los poemas encajaran como módulos en la edición.

Hay que creer en lo que dijo alguna vez: “Escribo como quien construye una casa ladrillo por ladrillo”.