Cultura

Un retorno a la infancia: Circo Atayde

Mauricio Cervantes Cámara

Mientras tanto, en la fila, a pesar de estar cerca de los cuarenta, volví a sentir como si tuviera diez, había comprado los asientos ubicados en el balcón del Teatro Armando Manzanero con la finalidad de tener una mayor perspectiva del espectáculo hecho por el Circo Atayde Hermanos. Recordé cómo, muchos años antes, tuve la oportunidad de ver al Tihany y sus fuentes danzantes.

Han pasado más de treinta años después de aquella vez y hace un lustro que no iba al circo, pero lo más representativo del momento fue nuevamente estar acompañado de mis padres. El boleto mostraba el horario programado para las 16:30 horas, pero inició quince minutos después. Al fondo veía la pintura de la entrada a una carpa. Posteriormente, a un costado de las puertas que dan a los camerinos del teatro, emergió la figura de un payaso que marcaba el inicio de un acontecimiento totalmente diferente a los presenciados en diversos festivales de la ciudad, al menos mi corazón así lo sintió.

Subió el bufón al escenario para acercarse a un perchero y hacer un número de pantomima visto con anterioridad en una obra de teatro local, sólo que la atmósfera era distinta. Luego noté cómo entró en escena una bastonera acompañada de un elefante: bueno, no estrictamente uno, pero sí alguien de la compañía disfrazado, pues como se sabe, existe desde 2015 una prohibición de animales.

Sin embargo, eso no mermó mi interés porque la carpa se abrió ante los ojos de un teatro totalmente lleno para dar paso al presentador cuya vestimenta recordaba al traje clásico que recientemente se popularizó en la cinta “The Greatest Showman”, con Hugh Jackman. Lo increíble de esos precisos instantes fue cómo la música se conjugó con la emoción in crescendo y con un cuerpo de baile que recordaba aquellos espectáculos mostrados por televisión al estilo Las Vegas.

Mientras tanto, el presentador comenzó a cantar sobre ese universo circense porque, a través de dicha narrativa, en cada número se darían los nombres y nacionalidades de los distintos artistas. En seguida se escuchó el intro de Incantation (empleado por la compañía del Circo Du soleil) para acompañar el inicio de uno de los números que tanta expectativa despierta, la Cyr Whee. Su ejecutante no dejó de asombrar por el equilibrio demostrado. Se había desatado el inicio de todo un repertorio fantástico.

Prosiguió el espectáculo con un hombre cuyas habilidades le permitían sostenerse con cadenas a una altura mayor a cinco metros, haciendo gala de una gran fortaleza física; una equilibrista que a ritmo del jarabe tapatío iba recorriendo la delgada línea sobre la cual nunca mostró titubeo alguno; una rubia suiza que, a ritmo de tango, era levantada por medio de un aro desde el cual se sostenía con las piernas para ejecutar diferentes figuras; un malabarista traído de Uruguay, acompañado de una hermosa pieza musical, que hacía a un pequeño saltar de su asiento.

Una pareja de pulsadores, hombre y mujer, dando no sólo muestras de fuerza, sino de gracia, elegancia y magia con las distintas poses; el payaso que abrió el espectáculo con un acróbata se enfrascaron en un juego de maromas; una patinadora daba vueltas hasta sujetarse en un barra en posición de bandera; una trapecista, con dotes casi sobrenaturales al ejecutar vueltas en el aíre para balancearse, lo suficiente para provocarme palpitaciones.

Aunado a los diversos números, se intercalaron los actos de Rulo Clown, payaso mexicano, quien rápidamente conectó con el público por la interacción que estableció con grandes y chicos. La primera mitad invitó a un pequeño a participar en sus acrobacias, pero para la segunda, mientras llevaba a cabo su acto con los diábolos lanzándolos a gran altura, empleó a un adulto como su asistente para bailar sosteniendo una caja.

Justo cuando parecía todo concluido el escenario volvió abrirse, el acto de Rulo sirvió para preparar el final dando paso a la rueda de la muerte. Tres motociclistas al interior de una esfera de hierro girando a gran velocidad, desafiando las leyes de la gravedad en un reducido espacio, el cual resaltaba por todo el juego de luces reflejadas en el escenario.

La sensación de satisfacción había alcanzado a mi mente, trayendo una vez más una serie de recuerdos porque muy dentro de mí me decía: “Han pasado ciento treinta y un años de existencia del Atayde y continúa una gira por distintas partes de la República reinventándose y no deja de asombrarme”.

Después de breve desconexión, vi cómo el presentador daba las gracias a todo el público presente, todo el elenco salió en lo que el cuerpo de baile daba muestra de sus bien ensayadas coreografías. Sí, espectacular, tal vez si fuera ese niño probablemente estaría saltando de emoción, porque a pesar de las arrugas y la caída del pelo, me sentí, una vez más, como aquel infante que todavía cuenta con esa capacidad de asombro.