Jorge Cortés Ancona
–Yo puedo ver en el alma de las personas. En seguida, capto cómo son. Tengo ese poder. Y lo protejo.
Estaba sentada a la entrada del bar. Con orejas de gato negro, blusa también negra, muy ajustada, y un escote calculado para dejar ver mucho pero cubriendo también buena parte. Sus labios eran gruesos y su dentadura impecable.
–No necesito mucho para vivir. A veces con una sola tortilla puedo alimentarme todo un día. O con un sorbo de agua no tener sed en horas. Tengo el poder de multiplicar las cosas en mí misma.
Bebía con descuido el vaso de té que sirven como ficha de 45 pesos, un poco lenta para la no menos lenta ingestión que el hombre hacía de su caguama de Súper.
–¿Que dónde vivo? Donde me toque. Tengo dos novios que están compitiendo para ver quién se queda conmigo. El que me prohíba menos cosas, el que me deje hacer lo que quiero hacer, es el que se llevará este hermoso premio. De ellos, uno tiene mucho dinero y nada hace. El otro está trabajando fuerte y ya tiene muchas cosas. Pero a los dos les he prohibido que vengan aquí. Lo saben muy bien. Si uno de ellos llega a entrar, pierde. ¿Y si son los dos los que entran? Pues los dos pierden. Se fregaron. Yo quiero ser libre. Volar sin que me impongan límites.
Fue a servirse otro vaso de su ficha, siempre bebido con desgana, quizá por ser un té instantáneo muy aguado.
–¿Qué pasaría si me quedo sin los dos? Nada. Ya estoy trabajando aquí y puedo sostenerme. Hoy es mi primer día…. Sí, es verdad que ya había trabajado aquí antes, pero me tuve que salir. Empecé a llegar tarde y a faltar porque caí en el alcoholismo, me mamaba mucho. Y también le di duro a la piedra. Ahora ya me siento bien.
Se levantaba por momentos para atender sus cuatro mesas. Por haber llegado temprano le habían asignado las más cercanas a la barra.
–No, no me afecta trabajar en un bar. Puedo ver que todos estén bebiendo pero yo no siento que me haga falta. Jamás volveré a beber. Yo soy muy poderosa en mi interior.
Al acercarse a la barra, dos parroquianos trataron de manosearla, pero los esquivó. Con sus miradas, el barman y un mesero demostraron estar atentos y los dos tipos retiraron las manos. Ella se dirigió a entregar una cuenta y luego regresó a la mesa.
–Tengo dos hijos. Cada uno está con su propio papá. Un varón de 8 y una niña de 4 años. Al varón lo tuve a los 16 años. Solamente los veo cuando puedo. Cuando llamo a sus papás y me dejan verlos… También soy artesana. Bordo y dibujo. No lo hago para vender, en realidad. Sólo doy el patrón del bordado y que otras lo aprovechen.
El hombre le acarició el rostro. Le parecía suave, liso.
–Me cuido mucho el cutis. Por eso está perfecto.
Sin embargo, eran notorias dos cicatrices tal vez de varicela. Una de ellas un círculo perfecto justo en el vértice superior de la nariz.
–Desde que entraste sentí tu buena vibra. Mis poderes me dijeron que eres una buena persona. Que me puedo entender contigo. Anota mi WhatsApp. Es sólo WhatsApp porque el número de teléfono se lo regalé a otra persona. Sólo me puedes mandar mensajes. Espero verte pronto de nuevo.