Pedro de la Hoz
No soy el único que ve en el rostro de Ofelia Medina la encarnación de Frida Kahlo. Ella no ha sido la única en meterse bajo la piel de la notable pintora mexicana. Si tomamos en consideración el impacto mediático, la Frida de Salma Hayek circuló con mayor profusión; qué no consigue una distribuidora estadounidense que defiende a capa y espada sus mercados. Mas sucede que la imagen y la estirpe de la autora de La columna rota alcanzó en la película Frida, naturaleza viva (1983), de Paul Leduc, una intensidad nunca alcanzada antes ni después.
De ello puede blasonar la actriz nacida en Mérida hace 70 años, exactamente el 4 de marzo de 1950. Una Ofelia que trasciende sus méritos en la actuación para destacar como defensora de los derechos humanos y activista a favor de las etnias marginadas.
Vale la pena revisitar una película que apostó por el arte y desafió los limitados recursos financieros disponibles, como para probar que la autenticidad en el cine poco tiene que ver con el poderío económico de la producción. Leduc narró poéticamente varios momentos de la vida de la artista, la mayoría filmados en el interior de la Casa Azul, donde las acciones cotidianas, a veces claustrofóbicas, génesis de sus creaciones, son las que engrandecen el filme, al acercarnos al universo simbólico de la creadora. No olvidamos la impronta de Ofelia Medina, en secuencias decisivas, como en las que se mira ante el espejo.
El año pasado, la periodista Nancy Méndez indagó acerca de su identificación con el personaje: “Desde niña estoy fascinada con Frida Kahlo, por su pensamiento, sus ideas, su amor por los indios de México, por su entrega total a una causa, porque era una artista pobre, una mujer que vivió llena de deudas y que murió así; que pagaba con pinturas a sus doctores, medicinas y enfermedades. Una mujer que siempre estuvo del lado del pueblo, de la revolución”.
Su relación con el legado intelectual y emocional de la pintora la llevó a emprender en la escena la obra Cada quien con su Frida, que luego de una primera versión en la primera década del presente siglo, representó renovada en 2019. El público respondió favorablemente al espectáculo dirigido y actuado por ella en el teatro Wilberto Cantón, de la Ciudad de México, en el que contó con la compañía de la cantautora y actriz Cecilia Toussaint.
Al referirse al montaje, Medina resumió la acción con las siguientes palabras: “Es la última noche en la vida de Frida Kahlo. Ella fue a una manifestación que se llamó Manos fuera de Guatemala y después de ésa, murió. Nosotros hacemos que ella llega a su casa con Concha Michel, que es ese personaje maravilloso, compositora y cantante. También del grupo de Frida, comunista. Y también vienen llegando los músicos y ella se encuentra consigo misma pero muerta que le dice: “Vámonos”. Pero contesta: “¡Espérame tantito, todavía no!” Y es esa noche que Frida muere cantando como toda buena mexicana”.
Los primeros ocho años de vida de Ofelia Medina transcurrieron en Mérida. Luego se trasladó con su familia a la capital. A los once años hizo sus pininos artísticos con el grupo de pantomima infantil de Alejandro Jodorowsky. En 1977 viajó a Los Angeles para recibir clases con Lee Strassberg y más tarde se entrenó con el Odin Teatret de Dinamarca. Es decir, tomó muy en serio su formación.
Debutó en el cine en 1968 con Pax, de Wolf Rilla, pero su primer protagónico llegó con Patsy, mi amor, de Manuel Michel. En 1977 encabezó el elenco de Rina, lo cual la acercó de manera definitiva al vasto público telenovelero. Personalmente prefiero su paso por el cine; en el teatro también es muy apreciada.
Para no ser menos, de la actuación ha pasado recientemente a dirigir sus propios filmes. En el terreno documental, se propuso dejar testimonio de los valores patrimoniales que rodean a la Virgen de Zapopan en la película La llevada y la traída.
En cuanto a su activismo, hay que recordar su papel en la fundación del Comité de Solidaridad con Grupos Etnicos Marginados, organización para la defensa de los Derechos Humanos de los Indios de México, que empezó con un seminario sobre el hambre en México y, posteriormente, por la defensa de presos indígenas en las cárceles mexicanas y las actividades culturales con comunidades indias. Arte y denuncia social se articulan en su ejercicio profesional y actitud humana; ahí está, por ejemplo, su participación en el documental Juárez, ciudad donde las mujeres son desechables.
Ofelia Medina sigue en pie. En reciente entrevista dijo: “Yo vivo el presente. Lo que estoy haciendo me tiene completamente satisfecha y sí, planeo a futuro, pero no me falta nada. Al contrario. Estoy muy agradecida con todo el privilegio que tengo y que he tenido”.