Cultura

El cisne no muere

Por una vez el ave no murió sobre la escena. La muerte del cisne, en la versión que el cubano Carlos Acosta y el Royal Ballet de Birmingham difundieron a mediados de abril por el canal digital de la BBC, no terminó con el aleteo final de la bailarina. Fue el aporte del artista y la compañía inglesa al festival Cultura en Cuarentena, que auspicia el emporio mediático británico en aras de aportar una opción de entretenimiento culto a los compatriotas confinados para evitar el contagio del nuevo coronavirus.

Acosta, bailarín atrevido y director aventurado del colectivo desde el último enero, se atrevió y aventuró sin que le temblara el pulso. No puede calificarse de otra manera la relectura de un clásico del ballet de todos los tiempos luego de su estreno en 1907.

La muerte del cisne fue uno de los emblemas de Anna Pávlova (1881 - 1931). La legendaria bailarina rusa le pidió a otra leyenda, su compatriota Mijail Fokin (1880 - 1942), que le coreografiara un solo para una gala de beneficencia que tendría lugar en el Teatro del Círculo de la Nobleza de San Petersburgo.

Fokin acababa de escuchar en un concierto el ciclo completo de El carnaval de los animales, del francés Camille Saint Saens, y quedó impresionado por el carácter melancólico de una de sus partes, Le cygne, en tanto le recordaba la reciente lectura de la traducción de un poema del inglés Alfred Tennyson (1809 - 1992) titulado The dying swan, o sea, El cisne moribundo.

De acuerdo con la estudiosa Isis Armenteros, Pávlova le presenta una serie de movimientos propios; quiere modificar los port de bras que le propone el coreógrafo: “Fokine piensa que el pas de bourré es lo más indicado para indicar cómo el cisne se desliza; los brazos son asunto de la Pávlova: deben expresar resignación, pero también los postreros aleteos de un ser que ha conocido la libertad absoluta. Esta posibilidad de escoger los port de bras diferenciará luego a las sucesivas intérpretes. Este pasaje metafísico casi imperceptible, esta línea que divide la vida de la muerte, es lo que previó el genio de Fokine. Y Pávlova fue esta blanca agonía, que diría Mallarmé”.

La música también tiene su historia. Saint Saens compuso El carnaval de los animales como un mero divertimento, durante una estancia vacacional en Austria en 1886. De las estampas escritas para el piano pasó a estructurar una suite musical en catorce movimientos para un grupo de cámara compuesto por flauta, clarinete, dos pianos, armónica de cristal, xilófono, dos violines, viola, violonchello y contrabajo. Le cygne es la décimo tercera parte de la serie y en la partitura original aparece pautada para chelo y dos pianos, precedida por la indicación andantino grazioso. Con los años, al ser interpretada en conciertos, se prescinde del segundo piano.

De la Pávlova la coreografía pasó a otras muchas bailarinas, todas aquellas que han probado suerte con esta miniatura que exige virtuosismo y sensibilidad en un brevísimo plazo. La más célebre intérprete de la obra en la segunda mitad del siglo pasado fue la rusa Maya Plisétskaya.

Mas no debe ignorarse el valor simbólico que le impregnó Alicia Alonso al interpretarla en la noche del 15 de septiembre de 1956 en el estadio universitario de La Habana. Con anterioridad ella había interiorizado la creación de Fokin. Alejo Carpentier, en una de sus deliciosas crónicas para el diario El Nacional, de Caracas, testimonió cómo Alicia había conseguido en 1951 cosechar nueve salidas a proscenio aclamada por el público tras apenas tres minutos de baile.

Pero en la función ante los universitarios se trataba de mucho más que una entrega artística. La dictadura de Fulgencio Batista había condicionado la subvención al Ballet Alicia Alonso a un gesto de respaldo al régimen. La eximia bailarina se negó de plano y se despidió del público cubano con aquella memorable función, pues afirmó no pisaría nuevamente un escenario en la isla hasta el fin de la tiranía. Bailó entonces La muerte del cisne y se marchó hasta que los rebeldes encabezados por Fidel Castro entraron triunfantes a la capital cubana.

Volvamos a la experiencia de Carlos Acosta. Con la BBC pactó una colaboración que comprende transmitir a la audiencia en cuarentena cómo transitan los bailarines del Royal Ballet de Birmingham (RBB) por la cuarentena. La primera clase fue dirigida por el reconocido maestro Dominic Antonucci, y mostró las rutinas diarias de estos artistas de categoría mundial. Entre sus participantes online estuvo el propio Acosta. Según él “todo bailarín necesita mantenerse en forma y flexible, y mantener un estilo de vida activo y saludable; durante este período de autoaislamiento es de vital importancia que nuestra compañía, con sede en sus hogares en todo el mundo, continúe reuniéndose en línea y entrenando”.

De inmediato propuso ofrecer íntegramente una obra y La muerte del cisne resultaba la opción ideal. Tres minutos, una sola intérprete. La canadiense de origen trinitario Celine Gittens ante la cámara, en su casa. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera con el RBB. En 2012 fue la primera bailarina negra en interpretar en Inglaterra el doble papel de Odile-Odette en El lago de los cisnes, durante una función al aire libre en el hipódromo local. Para la ejecución en línea, Acosta llamó al pianista Jonathan Higgins y al chelista Antonio Novais, cada cual haciendo la música desde sus estudios domésticos.

“He cambiado el final a propósito; así que este es un baile sobre la vida, sobre la esperanza. Este es un baile de promesas, representa el final de algo y el comienzo de otra cosa”, afirmó Acosta al presentar la obra.

La crítica Lyndsey Winship escribió en The Guardian: “La intervención coreográfica del director de BRB, Carlos Acosta, significa que ya no es un cisne moribundo sino uno que, en los momentos finales, levanta la cabeza, la mano y el corazón con esperanza. Suena cursi, pero es encantador. Cuando una bailarina es transportada, nosotros también podemos serlo. Hay algo agradablemente discordante en la combinación de arte sublime y detalles domésticos prosaicos: radiador, interruptor de luz, la planta de maceta que Gittens pasa mientras baila en el marco. Esta colisión de lo ordinario y lo excepcional, lo mágico y lo mundano, trae conexión humana y escapismo fantástico, todo en el espacio de 165 segundos”.