Cultura

El arte y la cultura, ¿cosas de ricos?

José Miguel Rosado Pat

Esperen, esperen… ¿Que una diputada más, en una legislatura más, de un grupo parlamentario más (el mayoritario), de un partido más (el que ocupa el Ejecutivo), ha dicho que la comunidad artística “no es la comunidad más necesitada, [pues] el sector cultural ha tenido [dinero] tradicionalmente, porque nadie del sector cultural hoy se está muriendo de hambre ni es pobre a un grado…” ¡Vaya, vaya! ¿Alguna noticia nueva?

Cada periodo gubernamental hay uno o más individuos, ya sea un legislador o un funcionario público, que se lanza contra la comunidad artística y cultural de forma desafiante y soberbia, como si hacerlo fuese “un acto revolucionario”, “una cruzada que se emprende en contra del establishment, del estatus quo”, como si el arte y la cultura fuesen patrimonio exclusivo de las clases altas y medias acomodadas. Lo verdaderamente grave no es la permanente presencia de individuos cuya comprensión está limitada por sus sesgos y prejuicios, tan diversos y distantes unos de otros, sino que cada tres o seis años, a estos mismos personajes se les tenga que recordar, una y otra vez, y cada que ocupen una responsabilidad pública, la relevancia y el significado del arte, la cultura y todo aquello que es fruto del intelecto e ingenio humanos. En ello reside la gravedad del asunto, en el constante riesgo e indefensión en que nos encontramos los gobernados cuando personas así ocupan cargos de poder, donde sus decisiones causan daños que, en ocasiones, son irreversibles.

Hace un par de días vimos un ejemplo «muy ejemplar» de lo anterior; la diputada por el Movimiento de Regeneración Nacional, María de los Ángeles Huerta, integrante (tristemente) de la Comisión de Cultura y Cinematografía de la (aún) Honorable Cámara de Diputados dijo, mediante teleconferencia, en sesión de dicho cuerpo colegiado que, “nadie del sector cultural hoy se está muriendo de hambre, ni es pobre”. ¡Oh! ¡Otra conocedora! Una legisladora que, por tan sólo pertenecer a la Comisión de Cultura, es ya una experta y que, sin lugar a duda, “siente y palpa” la realidad, ahí en la calle, con las masas, con los votantes, con el pueblo bueno que sufre todos los días los abusos de los despiadados poderosos y de los artistas también… ¿de los que? ¡Los artistas! No, no, no, no… esos que siempre se han beneficiado del presupuesto, siempre han “mamado de la teta del erario”. ¿A poco no nos es familiar este «irrefutable argumento»? Y podemos decir que no es la primera ni será la última “brillante” diputada que, haciendo gala de un espíritu primitivo, desdeña y repudia a la comunidad artística y cultural de México, ¡claro!

Y si bien es tarea de todos los interesados refrescarles la memoria, o bien, enseñarles a los políticos (los pasajeros, pues los hay muy capaces y de amplia trayectoria) lo necesario que es el arte y las expresiones culturales en toda sociedad que ha comprendido su función social y práctica; por supuesto, no deja de ser desgastante esta lucha que, cada tres o seis años, revive en esta clase política de tan bajo perfil intelectual y poca sensibilidad social que padecemos los mexicanos, la cual no debe confundirse con ese carácter populachero del “grillo” que a todos hace feliz para fines electoreros, eso que nos han vendido por décadas como “sentir al pueblo”.

La honorable legisladora por el distrito 24 de Naucalpan, Estado de México, María de los Ángeles Huerta del Río, la cual es miembro de las comisiones de Ciencia, Tecnología e Innovación, Cultura y Cinematografía y de Radio y Televisión, y que, según el Sistema de Información Legislativa, es licenciada en periodismo y comunicación colectiva, maestra en Política Pública y doctorante en Comunicación Política, quien además cuenta con una trayectoria como asesora en comunicación política dentro de su propio partido, como subgerente XEB en el Instituto Mexicano de la Radio IMER, productora, conductora, colaboradora y articulista Freelance en El Financiero, La Jornada, Novedades y Televisa. En la misma ficha curricular se ostenta como autora de dos libros: Del poder social al poder de los medios y Policy Process and Medic Models y [sic].

Si no hubiésemos tenido la oportunidad –única e inigualable– de escuchar a la diputada, diríamos que está más que calificada para ocupar cada lugar que se le brinde en la mesa de las comisiones a las que pertenece, es más ¿cómo es que no las preside? ¡La están desperdiciando! Me recuerda muchos casos conocidos; los grillos que, hábiles y poco talentosos, van de un lado a otro ocupando posiciones sin aportar nunca algo, agregándose adornos al currículo, leyendo discursos y adjudicándose la autoría de libros que encargan a terceros y presentan como si de una genialidad se tratara, aunque no engañen a alguien. Esto es algo de lo que sé, he pasado poco menos de diez años colaborando y trabajando con políticos y líderes de diversos partidos, gobiernos e instituciones públicas y sé muy bien cuando un político saluda con sombrero ajeno, por cierto, un trabajo que hasta hoy no es bien pagado, ¿adivinen por qué? Porque siempre resulta que “escribir lo hace cualquiera”.

Y aquí está otro de los serios problemas que enfrentamos, la valoración de lo que hace un artista o un intelectual se reduce a decir cosas como “pintar lo hace cualquiera”, “el Teatro lo hace cualquiera que se aprenda diálogos y se pare en un escenario a repetirlos”, “cine lo hace cualquiera que sepa usar una cámara”, ¿poesía? ¡No vengan con mamadas, esas cosas les salen fáciles porque saben hacerlo! Nunca olvidaré cuando compararon mi trabajo con el de un mecánico automotriz, lo que mereció la aclaración de que la clave está en ser consciente de que todo oficio que bien se domina, conlleva un esfuerzo intelectual, una preparación y experiencia previas que permiten lograr un resultado ejemplar, eficiente, óptimo.

En países como el nuestro, el trabajo intelectual no es valorado en su debida dimensión, por ello el arte y la cultura (en su acepción más amplia), no ocupan un lugar preponderante en la agenda pública, lo mismo que la educación o la salud misma. En México llevamos muchos sexenios con secretarios de Cultura federales agachados, eternas “víctimas” del vaivén de los vientos políticos y que, muchas veces, no forman parte de la camarilla más cercana de complicidades o que, simplemente, se acomodan al segmento más orgánico.

Honrosísimas excepciones las ha habido siempre, he conocido a funcionarios culturales destacados por su profesionalismo y comportamiento ético. Como funcionario cultural no es nada sencillo mediar entre el exceso de pragmatismo que caracteriza a las cúpulas económicas y políticas y las necesidades del gremio cultural y artístico, a la vez de impulsar una agenda de políticas culturales que hagan frente a los retos y escenarios de la gestión cultural, sin embargo, el buen funcionario, el que posee la vocación del servicio público, sabe mediar entre ambos y, por lo general, logra salir avante con propuestas y proyectos que benefician a la colectividad. Por ello cabe preguntarse, ante la insensibilidad y desconocimiento de esta legisladora, ¿dónde queda la Secretaría de Cultural federal? ¿Qué papel jugará?