Cultura

Los libros en la cuarentena

Joed Amílcar Peña Alcocer*

I

Encerrarnos para poder leer

Llegó la contingencia sanitaria y con ella los libros. Las recomendaciones para leer están por doquier, en las redes sociales de los Ayuntamientos, en los comentarios de nuestros estetas nacionales o locales. Hasta ahora no sabemos cuántos se han volcado a la lectura haciendo caso a esta sugerencia de entretenimiento.

¿Leeremos más en medio de una contingencia sanitaria que en la tranquila cotidianidad de hace unas semanas? No tenemos idea más allá de nuestra experiencia personal.

Tanta recomendación lectora, en este contexto, parece decirnos: “ahora que no podemos dedicarnos a una actividad productiva y tenemos tiempo para la contemplación, leamos”. Gracias al cielo que sólo es una idea mía, ¿no? El libro como medio de distracción en esta cuarentena es como un regreso al claustro, al encierro contemplativo.

Hacemos muy mal si creemos que los libros son únicamente objetos que cobran sentido en contextos de desocupación, lo mismo sucede si consideramos que las actividades de reflexión no deben “robar” parte del tiempo productivo. La lectura de libros es una actividad productiva que conduce al aprendizaje y al desarrollo de habilidades de pensamiento que son muy apreciadas en el mercado laboral, esta es una verdad de Perogrullo para los que leen, no es así para los que no leen. Entonces, ¿encerrados estamos leyendo más? No lo creo. ¿Está mal que no lean? En lo mínimo. ¿Qué está mal entonces? Que sólo bajo condición de encierro se recomiende ampliamente “viajar a otro mundo a través de un libro”. Como diría un amigo: el problema no son los no lectores, es el sistema.

II

¿Vamos a leer tanto?

Para que mentir, he descargado más de 35 libros electrónicos en las últimas dos semanas. Varios de ellos fueron obsequios de las editoriales a sus consumidores, tiempos de pandemia exigen solidaridad lectora.

¿Qué bicho le pica al lector que da “clic” a cada enlace para descarga gratuita de libros? Se acumulan en la computadora, en la tableta y en el celular. La cuarentena llegó con una generosa oferta de libros electrónicos para jóvenes, amantes de la literatura y académicos.

Veía mi carpeta con los libros digitales que descargué. No tengo que decirlo, pero saben que no los leeré todos, pero tengo las justificaciones perfectas: los de la computadora son caros en físico y mejor prevenir por si los necesito en el futuro, estos del celular son para pasarle al amigo que trabaja sobre esos temas, los de literatura que bajé en la tableta son para pasar el rato y los que tengo en Drive son por presunción, para decir que los tengo y los leeré. Por internet circula un meme que muestra la imagen de una gran biblioteca junto a una colección de documentos en PDF, la imagen se acompaña de un texto que dice “la biblioteca que quiero /la biblioteca que tengo”. Así andamos.

Hace un par de días leía El bibliómano ignorante, de Luciano,** y recibí una elegante bofetada: “Tú crees que por comprar compulsivamente los mejores libros vas a parecer una persona con cultura, pero el asunto se te escapa de las manos y, en cierto modo, se convierte en una prueba de tu incultura”. Sólo cambie comprar por descargar.

Debemos hacer una pausa en la sesión de descarga e iniciar la sesión de lectura. Les aseguro que la segunda tiene sus beneficios.

*Integrante del Colectivo Disyuntivas

**La editorial Errata Naturae liberó una versión digital para libre descarga