Luis Carlos Coto Mederos
José María Heredia
También conocido como el Cantor del Niágara, nació el 31 de diciembre de 1803 en Santiago de Cuba, Cuba.
Fue iniciado en las primeras letras por su padre y aprendió con tal interés que a los tres años sabía leer y escribir. A los siete años ya era apto para estudiar facultades mayores y a lo ocho años traducía a Horacio.
Las luchas de Caracas lanzaron en 1819 a Heredia hasta México, en cuya Audiencia ocupó el cargo de Alcalde del Crimen (juez de instrucción) cuando su hijo terminaba el segundo año de la carrera de leyes. En la universidad de esta ciudad matricula nuevamente el primer curso de leyes. Por esta época comienza a colaborar en publicaciones periódicas y reúne sus composiciones poéticas iniciales en dos cuadernos manuscritos.
Se traslada más tarde a Nueva York y visita distintos lugares de los Estados Unidos, entre ellos las Cataratas del Niágara donde escribió su popular “Oda al Niágara”, y allí supo algún tiempo más tarde que había sido condenado al destierro, lo que impedía su regreso a Cuba
En el año 1825 se traslada a México invitado por el presidente de esa nación, Guadalupe Victoria, y es designado funcionario de la Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores en 1826.
El 7 de mayo de 1839 muere, víctima de la tuberculosis, en la ciudad de México, en la casa número 15 de la calle de Hospicios, a la edad de 35 años.
1879Recuerdo
Despunta apenas la rosada aurora,
plácida brisa nuestras velas llena;
callan el mar y el viento, y sólo suena
el rudo hendir de la cortante prora.
Yo separado ¡ayme! de mi señora,
gimo no más en noche tan serena:
dulce airecillo, mi profunda pena
lleva al objeto que mi pecho adora.
¡Oh! ¡cuántas veces, al rayar el día,
ledo y feliz de su amoroso lado
salir la luna pálida me vía!
¡Huye, memoria de mi bien pasado!
¿Qué sirves ya? Separación impía
a brillante ilusión ha disipado.
1880Renunciando a la poesía
Fue tiempo en que la dulce poesía
el eco de mi voz hermoseaba,
y amor, virtud y libertad cantaba
entre los brazos de la amada mía.
Ella mi canto con placer oía,
caricias y placer me prodigaba,
y al puro beso que mi frente hollaba
muy más fogosa inspiración seguía.
¡Vano recuerdo! En mi destierro triste
me deja Apolo, y de mi mustia frente
su sacro fuego y esplendor retira.
Adiós, ¡oh Musa! que mi gloria fuiste:
adiós, amiga de mi edad ardiente:
el insano dolor quebró mi lira.
1881La mañana
Ya se va de los astros apagando
el trémulo esplendor. Feliz aurora
en las aves despierta voz canora
y en oriente sereno va rayando.
Con purpúreos colores anunciando
al ya próximo sol, las nubes dora,
que en rocío disueltas, van ahora
las yerbas y las flores argentando.
Ven, mañana gentil, la sombra fría
disipa en tus albores, y de Elpino
el triste pecho colma de alegría.
Pues a pesar de bárbaro destino
más bello sol darále aqueste día
de dos ojuelos el fulgor divino.
1882Voto de amor
Ven, suspirada noche, y dirigiendo
tu denegrido carro por la esfera,
a la ciudad, el monte y la pradera
ve con rápidas sombras envolviendo.
Ven, y sopor balsámico vertiendo,
tus pasos tenebrosos aligera,
pues anhelante Flérida me espera,
a mi pasión mil glorias prometiendo.
Si a mi súplica das fácil oído,
y misteriosa velas con tu manto
los goces y delirios de amor ciego,
inmolarte prometo agradecido
un gallo rojo y negro, cuyo canto
importuno perturba tu sosiego.
1883Soneto
Si la pálida muerte aplacara
con que yo mis riquezas le ofreciera,
si el oro y plata para sí quisiera,
y a mí la dulce vida me dejara;
¡con cuánto ardor entonces me afanara
por adquirir el oro, y si viniera
a terminar mis días la parca fiera,
cuán ufano mi vida rescatara!
Pero ¡ah! no se liberta de su saña
el sabio, el poderoso ni el valiente:
en todos ejercita su guadaña.
Quien se afana en ser rico no es prudente,
¿si en que debe morir nadie se engaña,
para qué trabajar inútilmente?
1884Inmortalidad
Cuando en el éter fúlgido y sereno
arden los astros por la noche umbría,
el pecho de feliz melancolía
y confuso pavor siéntese lleno.
¡Ay! ¡así girarán cuando en el seno
duerma yo inmóvil de la tumba fría!...
entre el orgullo y la flaqueza mía
con ansia inútil suspirando peno.
Pero ¿qué digo? –Irrevocable suerte
también los astros a morir destina,
y verán por la edad su luz nublada.
Mas superior al tiempo y a la muerte
mi alma, verá del mundo la ruina,
a la futura eternidad ligada.