Cultura

Eloísa Carreras Varona

Correo desde la Isla de la Dignidad

Este 13 de junio se cumplen 90 años del natalicio del revolucionario cubano Armando Hart Dávalos y las circunstancias de aislamiento social en la que aún nos encontramos por causa de la COVID-19, nos obligó a posponer el entrañable programa de homenaje que teníamos organizado en la Oficina del Programa Martiano y la Biblioteca Nacional José Martí para la significativa fecha. Sin embargo, desde estas páginas de los diarios POR ESTO! y en las redes sociales lo recordaremos como merece; por eso con este texto damos inicio a la serie de trabajos con los que a lo largo de este mes evocaremos cada día su vida, obra y pensamiento.

De sus abuelos, los padres y la familia Hart Dávalos hasta 1930

Para un hombre como Armando Hart, fiel apasionado de la historia, conversar sobre sus diversos orígenes y el destino de cada uno de sus parientes, llegó a convertirse en algo placentero y recurrente. Cada vez que comenzábamos la interminable tertulia me recordaba que su amigo, el escritor Alejo Carpentier le decía: “Armando los cubanos descendemos de todas partes, pero todos descendemos de los barcos”. Para nosotros, aquella no era una exageración de Alejo, porque en nuestras familias, esa norma se cumplía invariablemente. Los recuerdos de esos “quijotes” buscando nuevos horizontes, siempre conmovieron su imaginación, al punto que era capaz de describir al detalle toda su genealogía y recordaba cada fecha importante de la familia.

Cuando advertimos el entorno en el que creció y se educó, encontramos los componentes esenciales que contribuyeron a la formación de su exquisita personalidad, por eso en este trabajo también rindo honor a sus padres Marina y Enrique.1

No olvidemos que cuando Armando evocaba a sus padres, su primera asociación era el pleno rigor y la exigencia, mezclados con el amor, la bondad y la justicia, sentimientos y valores que relacionaba con el estricto cumplimiento de las normas y la Ley. Siempre les agradeció la educación que le brindaron, la cual empezó con la prédica de su intachable ejemplo.

De Marina y Enrique conservó vivencias entrañables, de ellos aprendió los estrechos vínculos entre el derecho y la moral, principios esenciales que sustentaron la educación que le brindaron a sus hijos; por ello a él le gustaba recordar que en su hogar, cuando querían distinguir a alguien por sus cualidades, decían: “esa es una persona decente y honesta”. Sobre ellos afirmaba con gran cariño: “Es a mis padres a quienes debo la sensibilidad jurídica y ética que tengo [...] Mi madre poseía una inmensa generosidad y a ella debo los ejemplos de solidaridad humana con que siempre he aspirado a actuar en la vida. [...]. Cuando trato de encontrar el momento en que nació en mí esa sensibilidad jurídica, el recuerdo se me pierde en la infancia porque la viví intensamente desde el hogar. Después pude aprender que la justicia era, al decir de Luz y Caballero, ese sol del mundo moral. Mi padre se hizo revolucionario porque era un hombre de Derecho y de Ética; y nosotros hemos intentado siempre seguir el camino que él nos enseñó”.

Mary Ballot, a quien llamaban también Meme o la Americana, fue su bisabuela paterna y su madrina; vino a residir a Cuba cuando quedó sola y a cargo de dos niños pequeños, procedente de Georgia, Estados Unidos, formando parte de las emigraciones que desde aquel territorio empezaron a recalar en nuestra patria a finales de la década de 1860. Ella logró describirle todas sus vivencias de la esclavitud, la Guerra de Secesión y otras historias de aquella trágica existencia que conoció en el sur norteamericano. Su abuelo paterno, Frank Hart Ballot, fue uno de esos dos niños que se integró a la vida de nuestro país y se hizo cubano.

El abuelo Frank se casó con Leopoldina Ramírez, una criolla a quien Armando recordaba como una auténtica dama, muy cariñosa y amable. De ese matrimonio nació su padre Enrique Hart Ramírez, el 13 de diciembre de 1900, en La Habana. El fue un ferviente admirador de la Revolución Francesa; no era creyente y mantenía en su cultura un pensamiento racional y de sólida formación científica. Luego de sus estudios de derecho se convirtió en un jurista honorable y consecuente. Desempeñó sus funciones preservando su honestidad profesional, respeto y prestigio.

El científico cubano Juan Nicolás Dávalos y Betancourt fue su abuelo materno. Nacido el 6 de noviembre de 1857, en Sabanilla del Encomendador, en el actual municipio Juan Gualberto Gómez, en la provincia de Matanzas. El se casó con Serafina de los Santos Rodríguez Torices y Jenckes, en la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, en La Habana, el 10 de diciembre de 1891. Ella tenía 22 años de edad y él, 35. Ese matrimonio, tuvo una descendencia de ocho hijos. De ellos siete eran varones y la única hembra fue la madre de Armando. Pero ella era el centro de toda la familia. Fue una delicada mujer a quien todos recuerdan como un ser inolvidable, muy agradable y simpática.

Su entrañable abuela materna le contaba que su esposo había sido un trabajador infatigable y consagrado a la ciencia; pero Armando no llegó a conocerlo porque el abuelo murió el 4 de diciembre de 1910, en la plenitud de sus posibilidades científicas y profesionales, a causa de una bronconeumonía, cuyo origen fue la gripe y su abnegado trabajo como médico. Fue sepultado en el panteón que acababa de construir en aquella época la Academia de Ciencias en el Cementerio de Colón.

Con profundo respeto y admiración Armando evocó siempre a sus abuelos y se sentía muy orgulloso de su abuela, porque aunque ella provenía de una familia aristocrática, él recordaba que “todo el dinero y la fortuna que tenía su familia, no le hicieron caer jamás en frivolidad alguna y logró convertirse en una compañera ejemplar para su abnegado esposo”.

El abuelo Juan Nicolás es considerado y reconocido no sólo como un eminente médico, sino como el primer médico bacteriólogo y precursor de la bacteriología en nuestro país, rama en la que logró descubrimientos notables. En los testimonios existentes sobre su figura, se advierte que no sólo fue su talento para la investigación científica, lo que dejó una huella imperecedera en el contacto con su persona, sino sobre todo su ética y contextura moral, así como su disciplina integral. Porque fue un hombre de acrisolada honestidad intelectual y científica, y de gran audacia investigativa en un campo tan complejo como el de las ciencias bacteriológicas. Se consagró por completo a su labor investigativa y sobre él dijo el periodista Víctor Muñoz en la prensa de la época: “Es el sabio que sueña con las bacterias”.2

Sus padres se conocieron mientras ambos estudiaban en la Universidad de La Habana y se casaron en la Iglesia del Angel el 23 de enero de 1926. De ese matrimonio nacieron siete hijos a lo largo de quince años. Marina, su hermana mayor, nació en La Habana, el 26 de noviembre de 1926; luego Enrique, el 4 de julio de 1929; Armando, el 13 de junio de 1930; Martha, el 23 de mayo de 1932; los mellizos Gustavo y Alberto, el 13 de mayo de 1935 y, por último, Jorge, el 21 de octubre de 1941.

Desde muy joven su madre, concluyó sus estudios de doctora en Farmacia, pero sólo vino a ejercer a principios de la década de 1950, pues con anterioridad la familia Hart Dávalos viajaba constantemente por varias ciudades de Cuba, a propósito del trabajo de su esposo, quien fue juez y magistrado en diversos lugares del país. Cuando Marina instaló su farmacia en la calle 2, entre 35 y 37, en El Vedado, La Habana; ésta se convirtió en un verdadero centro de conspiración contra la tiranía de Batista. Entonces la dulce Marina añadió, a sus muchas virtudes, la de ayudar a los pobres y entregarles gratuitamente las medicinas, como muestra de su generosidad.

Su padre inició una extensa carrera judicial, mediante las oposiciones convocadas para cubrir plazas de jueces municipales. Ingresó en la Judicatura el 27 de enero de 1926, como Juez Municipal de Trinidad, en la antigua provincia de Santa Clara, en donde la familia Hart Dávalos residió por cuatro años. Luego se desempeñó como juez en la ciudad de Sancti Spíritus; un año después ejerció en el pueblo de Colón y por espacio de nueve años prestó esos servicios en la ciudad de Matanzas. Con posterioridad, fue nombrado Magistrado de la Audiencia en la antigua provincia de Oriente, con residencia en la ciudad de Santiago de Cuba, de donde volvió a Matanzas a realizar esa misma función hasta que finalmente pudo comenzar a trabajar en la Audiencia de La Habana, cuando su hijo Armando ya cursaba estudios universitarios.

Durante la tiranía de Fulgencio Batista, su familia fue objeto permanente de persecuciones, órdenes de allanamientos y detención, a los que Marina y Enrique siempre respondieron con gallarda conducta. En ese sentido es significativo destacar la separación de Enrique de su cargo, en el mes de junio de 1958, como resultado de las maniobras del régimen espurio contra él y varios funcionarios de larga y honesta carrera profesional, los cuales, en el mes de abril de ese año, presentaron una denuncia ante el Tribunal Supremo en la que exigieron el cese de los asesinatos que la dictadura cometía en el país. Por estas razones, y debido a las terribles presiones, tensiones y persecuciones a las que por esa misma fecha está sometida toda la familia por la dictadura –tengamos presente que su hermano Enrique murió trágicamente en el mes de abril de 1958 a consecuencia de la insurrección contra el dictador y Armando estaba preso desde principios de ese año– la mayor parte fue obligada a exiliarse y sólo pudieron regresar al país después del triunfo de la Revolución.

El padre de Armando supo unir a su competencia y sabiduría la conducta intachable de honestidad profesional y personal. Su talento y cualidades los puso siempre al servicio de nuestro pueblo. Tras el triunfo de enero participó en la administración de la justicia; no olvidemos que nuestro país tuvo siempre en este destacado jurista un valioso apoyo, porque él fue uno de los jueces y magistrados que formado en la primera mitad del siglo XX, entregó a su patria todo su saber y esfuerzo a lo largo de toda la vida. Al jubilarse, en 1980, se le otorgó la Orden José Martí, dando cumplimiento a la propuesta realizada por el Comandante en Jefe Fidel Castro.

El ambiente hogareño de la numerosa familia de Hart fue afectuoso y acogedor; allí aprendió el significado y el alcance de las palabras: respeto, decencia, verdad, bien, ética, sacrificio, honor, humildad, valentía, felicidad, vergüenza, bondad, gratitud, tolerancia, diálogo, armonía versus radicalidad, virtud, dignidad, honestidad, justicia, libertad, fraternidad, amor, entre otros valores, que guiaron siempre su actuación en la vida. Este es un detalle clave para entender el origen de sus ideas, porque como bien el propio Hart aseguró siempre: “si entendí la Revolución Cubana, el socialismo, y tomé partido por las causas justas, fue porque he aspirado siempre a ser una persona decente y honesta”.

Acerca de sus padres con gran cariño expresaba: “Es a mis padres a quienes debo la sensibilidad jurídica y ética que tengo [...]. Mi madre poseía una inmensa generosidad, y a ella debo los ejemplos de solidaridad humana con que siempre he aspirado a actuar en la vida. [...]. Cuando trato de encontrar el momento en que nació en mí esa sensibilidad jurídica, el recuerdo se me pierde en la infancia porque la viví intensamente desde el hogar. Después pude aprender que la justicia era, al decir de Luz y Caballero, ese sol del mundo moral. Mi padre se hizo revolucionario porque era un hombre de derecho y de ética; y nosotros hemos intentado siempre seguir el camino que él nos enseñó”.

Segunda infancia, adolescencia y primera juventud

Aunque Armando Hart nació en la casa de sus abuelos maternos, en la calle Porvenir, en el reparto capitalino de Lawton, en la Víbora, el 13 de junio de 1930; su infancia más remota está ligada a la ciudad de Trinidad, pues allí vivió hasta los cuatro años de edad. En aquel periodo, una de sus distracciones preferidas era subir la Loma de la Popa para visitar a su tío Frank Hart, quien descansaba en tan sugestivo sitio. Su abuela materna vivía con la familia y siempre le brindó todo su amor, cariño y comprensión.

En 1934 los Hart Dávalos se trasladaron a la ciudad de Sancti Spíritus; pero como él todavía era pequeño y fue breve el tiempo que residieron allí, conservó de ese lugar muy pocas vivencias. De su primera infancia lo que más recordaba, fueron los días que pasaron en la calle Diago no. 36 en el pueblo de Colón, porque en ese lugar por primera vez asistió a la escuela y aprendió a leer y escribir a la edad de cinco años con “Pepa”, su inolvidable maestra.

Debido a un cambio de la plaza de trabajo que su padre hizo con Manuel Urrutia Lleó,3 se mudaron para la ciudad de Matanzas el 2 de agosto de 1936. En esa ciudad cursó el primer grado en el Colegio de los Catedráticos;4 estudió del segundo al cuarto grado en el Colegio Presbiteriano Irene Toland y posteriormente ingresó en el Colegio La Luz5 para hacer el quinto grado.

El ambiente en que comenzó a desarrollar su formación, desde el hogar y en esta primera etapa escolar, tuvo la decisiva impronta patriótica de profunda raíz martiana, que viene de los orígenes de la cubanía. Sobre lo cual el mismo Hart afirmó siempre, que su pasión martiana y su vocación latinoamericana y revolucionaria, unido a todo aquello que signifique justicia, se le pierden en los recuerdos más remotos de la familia, la primera infancia y sobre todo en las enseñanzas éticas y patrióticas que recibió de sus padres y de los maestros cubanos desde la primera escuela a la que asistió.

Sin haber cursado el sexto grado y después de una preparación intensiva en el verano logró pasar con éxito los exámenes de escolaridad de ese curso, por lo que fue matriculado directamente en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas en 1942.6 En este prestigioso plantel estudio hasta que culminó sus estudios de Bachiller en Letras con resultados notables y se graduó en 1947.7

Su hermana Martha siempre subrayó sus capacidades y las dotes de orador que tuvo desde muy niño, así como sus notables conocimientos sobre la vida y la obra de José Martí, al punto que, habitualmente recordaba que en todas las escuelas donde su hermano estudió, sus maestros y compañeros de clase lo proponían para que fuera el alumno que en los actos escolares les hablara sobre el Apóstol cubano. Ella también contaba que cuando Armando tenía nueve años de edad, sus hermanos observaban con asombro que él se quedara varias horas meditando sobre la necesidad futura de una revolución martiana en nuestra patria. Y con orgullo describía que en esas circunstancias, mientras su él hablaba, hacía complicadas piruetas con un lápiz entre sus dedos, como hizo toda la vida, cuando soñaba despierto con sus innumerables y cercanas utopías.

Armando fue de un temperamento rebelde y explosivo, de tal manera que era capaz de comenzar una tremenda discusión con sus hermanos por cualquier asunto y no toleró la injusticia jamás.

Nunca le gustó bailar y la lectura fue su principal distracción, seguida de otros entretenimientos como los deportes, específicamente le gustaba nadar, montar bicicleta, jugar al tenis de mesa y el béisbol. Como en Matanzas vivieron frente al mar, allí pasaron sus mejores momentos, pues la playa fue siempre el lugar preferido por su familia.

Estudió fecundamente en la vasta biblioteca de su padre, cuyo acervo contenía diversas temáticas literarias; sin embargo, él buscaba en especial, los textos de la Historia de Cuba, la Revolución Francesa, los Enciclopedistas, la Ilustración y Napoleón... También escuchó mucho la radio y leyó profusamente la prensa de la época.

Luego de vivir nueve años en Matanzas, en 1947 la familia se trasladó a Santiago de Cuba, ciudad donde su padre ocupó el cargo de magistrado. En ese mismo año, Armando se instaló en la casa de sus abuelos paternos, en la calle Heredia, en el reparto capitalino de la Víbora, para poner iniciar sus estudios universitarios.

La Historia, la Filosofía, la Sociología y la Cívica fueron invariablemente sus asignaturas y materias favoritas. Tuvo la pretensión de ejercer una Cátedra como Profesor universitario de Derecho Constitucional o de Teoría General del Estado, pero no lo llegó a concretar porque su espíritu rebelde y su sed de justicia lo llevaron directamente al servicio a la patria en la primera trinchera de la lucha insurreccional contra la dictadura de Fulgencio Batista, desde el mismo momento del golpe de Estado en marzo de 1952, cuando él aún se encontraba cursando el quinto año de su carrera.

Notas

1 Los nombres completos de sus padres son: Enrique Armando Hart Ramírez y Marina Serafina Dávalos Rodríguez Torices.

2 Se trata del texto de César Rodríguez Expósito, “El Dr. Juan N. Dávalos: el sabio que sueña con las bacterias”, Cuadernos de Historia de la Salud Pública no. 35, Editorial de Ciencias Médicas, La Habana, 1967.

3 Manuel Urrutia Lleó (1901–1981). Juez en el proceso celebrado en Santiago de Cuba contra los expedicionarios del Granma que resultaron capturados, públicamente criticó al régimen de Batista. Por iniciativa del Movimiento 26 de Julio, devino presidente de Cuba el 5 de enero de 1959. Renunció el 17 de julio de 1959 ante una creciente oposición popular. Posteriormente partió hacia Estados Unidos.

4 Colegio que pertenecía a Manuel Labra, tío de la poetisa cubana Carilda Oliver Labra, Premio Nacional de Literatura, 1997.

5 Esta escuela estaba dirigida por la catedrática Delia Díaz.

6 Valiosa institución pública educacional, que realizó una loable labor educativa desde su inauguración en la época de la colonia en 1864. En sus aulas impartieron clases ilustres personalidades de la ciencia y las letras cubanas. El centro estaba dotado, entre otros importantes espacios, de una biblioteca, un laboratorio de Química, un Aula Magna y fue sede del prestigioso Museo de Historia Natural de Matanzas, considerado uno de los mejores del país.

7 En el año 1939, se puso punto final en el país a los planes de estudio de acento positivista que, desde el año 1900, había elaborado y puesto en práctica el eminente y célebre humanista Enrique José Varona. El vasto programa fue conocido como el “Plan Varona”; y en este se puso gran acento en la instrucción de las Ciencias, lo que abarcó en lo fundamental a la reorganización de la enseñanza secundaria y universitaria. Aunque el Plan Varona fue muy novedoso para su época fue sustituido por el Plan Remos, el cual se implantó en 1941, un año antes de que el joven Hart comenzara la decisiva etapa del bachillerato. Este Plan, dio preponderancia a las Humanidades, porque en él se añadieron los estudios de Sociología, Sicología, Historia de Cuba, e, incluso, elementos de Filosofía, entre otros. Asimismo, aumentó los estudios a cinco años, los cuales se dividieron entre el Bachillerato Elemental por cuatro años y el Bachillerato Preuniversitario en Ciencias o en Letras en el quinto y último año.