Cultura

Chaikovski, fenómeno popular

Por Pedro de la Hoz

El espíritu romántico de Piotr Ilich Chaikovski permanece imbatible como para llevarse las palmas de la popularidad entre los compositores rusos de música de concierto. Una conquista únicamente disputada por Serguei Rachmaninov, con la diferencia de que la producción de Chaikovski que enerva a públicos expandidos le excede en abundancia. El Rachmaninov que ha roto barreras es el del Concierto no. 2 para piano y orquesta. El no. 1 de Chaikovski para ese instrumento le hace sombra en la escala del gusto, y ni hablar de las obras para ballet (El lago de los cisnes, Cascanueces, La bella durmiente del bosque), o su Romeo y Julieta, o la sinfonía Patética, ola obertura 1812, con sus cañonazos festivos.

En un país que ha dado autores de tanta densidad expresiva como Prokofiev, Scriabin y Shostakovich, y de tanta fibra identitaria como Rimski-Kórsakov, Glinka y Glazunov, nadie se atreverá a tirar piedras por uno u otro si de calidades se trata, pero el gusto se mueve en otra dirección y ahí Chaikovski adelanta. ¿Que si efectista y desenfrenado por momentos? ¿Qué si melifluo y pegadizo a veces? ¿Qué si por el uso que se ha dado a su música circule en la órbita kitsch, como ha dicho el crítico y curador de arte cubano aplatanado en Mérida, José Luis Rodríguez de Armas? Hay razones y sinrazones para repartir a partes iguales.

El hecho es que sus partituras se cuentan entre las más frecuentadas por organismos sinfónicos, conjuntos de cámara, cantantes y solistas en la geografía mundial. Aún en el año en que todos vuelven los ojos a Beethoven, cita obligatoria en 2020; aún en medio de la pandemia de la enfermedad de la Covid 19. Los 180 años del nacimiento de Chaikovski el 7 de mayo de 1840 comenzaron a celebrarse a finales del año pasado y no han parado en medio del confinamiento de medio mundo.

En diciembre la Sociedad Rusa de Arte de Cámara de Estados Unidos se anotó cien puntos con la velada efectuada en La Maison Francaise, de Washington, y en febrero el acontecimiento del mes en Minsk fue el concierto monográfico a su memoria ofrecido por la Orquesta Estatal de Cámara, conducida por Evgueni Bushkov, en el que sobresalió la cellista Antonina Zharova en las Variaciones sobre un tema rococó.

Si bien el teatro Mariinsky, de San Petersburgo, el Bolshoi y el conservatorio que lleva su nombre en Moscú y la Opera Nacional de Estonia se vieron en la necesidad de cancelar las presentaciones previstas para estos días, los recursos digitales en línea han compensado la ausencia de espectáculos en vivo.

El canal de televisión Rusia-K desarrolla una programación especial desde el 26 de abril con registros audiovisuales recientes, que incluye una transmisión diaria que se repite en otros horarios, Por ella han pasado el laureado y veterano pianista Mijail Pletnev, ganador del concurso Chakovski en 1978; la mezzo soprano Irina Arjípova, la Sinfónica del Mariinsky bajo la dirección de Valery Gergiev con el pianista Daniil Trifónov, y la orquesta árabe-israelí West-Eastern Divan, dirigida por Daniel Barenboim en un concierto acaecido en el Festival de Salzburgo en noviembre de 2018. Esta misma grabación debió salir anoche en el programa conjunto que promueve la emisora digital Médici-TV en coordinación con el Carnegie Hall, de Nueva York.

También está al alcance la revisitación de grabaciones icónicas del repertorio de Chaikovski. El último fin de semana me detuve particularmente en la Sinfonía no. 4, ejecutada por la Filarmónica de Nueva York en 1978 con Leonard Bernstein en el podio. Pude haber elegido grabaciones de Karajan, Mehta, Sir George Solti y Gergiev, pero me incliné por la versión de Bernstein por parecer absolutamente pertinente para confirmar cómo una batuta conscientemente imbuida en la letra y el espíritu de la partitura extrae de ésta las cualidades más sobresalientes del compositor ruso, y de paso, echa por tierra la leyenda que el propio Chaikovski propaló sobre dicha obra.

Compuesta entre 1877 y 1878, la sinfonía nació en medio de circunstancias tormentosas. En su afán por desterrar rumores en torno a su tendencia homosexual, el músico casó el 18 de julio de 1877 con Antonina Miliukova y se dio a la fuga el 7 de agosto, pues no soportaba tener que cumplir los deberes conyugales. Refugiado en casa de su hermana completó la obra. El sustento material estaba asegurado; una dama de la nobleza, Nadezhda von Meck, con quien sostuvo una intensa relación epistolar y efusivos intercambios platónicos, pagaba encargos y dejaba que el compositor le diera rienda suelta a su imaginación. Se sospecha que viera a Antonina como un estorbo, del cual su protegido se había desembarazado.

Para satisfacer a la Meck, o quizá creyendo a pie juntillas en lo que expresaba, Chaikovski explicó el plan de la obra. Así dijo del primer movimiento: “La introducción constituye el germen de la sinfonía toda, la idea de la que depende todo lo demás –el Destino inalcanzable, ineludible–. La desesperación y el desencanto se agigantan… la vida es una alternancia persistente de la dura realidad con sueños que se desvanecen, y un aferrarse a la felicidad. Sobre el segundo: “A pesar de los momentos felices, uno se lamenta del ayer y se siente demasiado cansado para empezar a vivir otra vez; es más fácil permanecer pasivo y mirar hacia atrás; es triste y dulce hundirse en el pasado”.

Calificó el tercero como “una sucesión de arabescos caprichosos que se suceden cuando la mente está vacía y la imaginación empieza a crear ideas intangibles”, y justificó el movimiento final: “Ante la alegría de los demás se olvida uno de sí mismo, pero el Destino inmisericorde reaparece para recordarnos quiénes somos. Los otros permanecen indiferentes a nuestra soledad y tristeza. La vida será soportable participando de estas hondas y sencillas alegrías”.

Pura literatura. La sinfonía es una construcción dinámica, estructural y discursiva perfecta, heredera del legado de los maestros del género en la etapa temprana del Romanticismo, y paralela a los hallazgos wagnerianos. En realidad, pura música, vigente y propositiva. El que quiera ver el destino que lo vea. Yo sólo escucho a un compositor maduro e inspirado que comunica un estado de gracia insumergible al paso de los años.