Cultura

Ahí está Jimmy Cobb

Pedro de la Hoz

El 17 de agosto de 1959 comenzó a circular Kind of blue. Durante más de medio siglo se han dicho muchas cosas del disco, desde que es la mejor producción del trompetista Miles Davis –y miren que la lista resulta copiosa– hasta que si el mito Davis existe se debe a las cinco piezas contenidas en el álbum.

En un país tan dado a las calificaciones y las encuestas, fue una de las cincuenta grabaciones elegidas en 2002 por la Biblioteca del Congreso para incorporarse al Registro Nacional de Grabación. En 2003 ocupó el puesto número 12 en la lista de la revista Rolling Stone de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos, y el número 14 en los álbumes Top 1000, de Colin Larkin del año 2000. A menudo se cita como el disco de jazz más vendido de la historia y el año pasado mereció el certificado Quíntuple Platinum por la Recording Industry Association of America (RIAA) para ventas de más de cinco millones de copias.

Sean o no rigurosamente ciertas las estadísticas, Kind of blue es tremendo disco y la influencia de su contenido se halla fuera de toda discusión. Miles en la trompeta, los saxofonistas John Coltrane y Cannoball Adderley, el pianista Bill Evans (en un corte entró Wynton Kelly) y el contrabajista Paul Chambers. Todos inscritos con letras doradas en la historia del jazz. ¿Y en la batería? Jimmy Cobb. No rutila como Davis y Coltrane, ni tiene pasajes como algunos que Evans se reservó justamente para sí, pero ahí está, con su base, su profesionalismo, su seguridad, su buen gusto, su sello personal. Si no era Cobb, difícilmente otro podía haber sido el adecuado para las sesiones del 2 de marzo y el 22 de abril de 1959 en el estudio neoyorquino de la Columbia.

Hasta su muerte el pasado lunes 25 de mayo a los 91 años de edad, Cobb sintió orgullo de que consideraran su aporte a Kind of blue. Cada vez que se referían en tiempos recientes a él en los medios de comunicación, le colgaban el cartel de ser el último sobreviviente de la mítica grabación.

Pero Cobb sabía que era mucho más que eso. Nacido en Washington en 1929, comenzó su carrera con el saxofonista Earl Bostic, y más tarde acompañó a la vocalista Dinah Washington, al pianista Wynton Kelly y al saxofonista Cannonball Adderley. También fue llamado para conciertos y grabaciones con Billie Holiday, Pearl Bailey y Dizzy Gillespie, antes de que Davis lo fichara en 1957.

Un día le preguntaron por su escuela y respondió que estar al servicio de cantantes de jazz había aguzado su sentido de la escucha, que para él venía a ser la mejor manera de aprender. “Creo que la sensibilidad proviene de tener que trabajar con cantantes, porque realmente hay que ser sensible allí”, dijo en un testimonio de vida atesorado por la Smithsonian Institution. “Tienes que escuchar y ser parte de lo que está sucediendo”.

A Cobb no le motivó encabezar elencos. Apenas a mediados de los 80 grabó su primer registro como líder de banda hasta principios de la década de 1990. En los años 90, apadrinó a jóvenes músicos: Roy Hargrove, Christian McBride, Wallace Roney y particularmente Brad Mehldau, quien tocó en la primera versión de su banda Cobb’s Mob.

“Como baterista, te hace sentir muy cómodo”, dijo el guitarrista Peter Bernstein, un antiguo alumno de Cobb, en las notas del disco This I dig of you, publicado el año pasado. Los estudiantes nunca dejaron de preguntar cómo dominar ese platillo ligero e insistente, algo que parecía fácil pero que exigía un trabajo intensivo. Cobb reía: “No hay misterio; lo primero es amar la música, entenderla y saber que perteneces a un equipo salvo que seas de esos que sólo se miran a sí mismos”.

Puso en práctica ese principio a lo largo de su carrera. “Cuando las personas que deciden comenzar a escuchar jazz hoy, entre las primeras personas que escuchan es a Jimmy Cobb”, declaró el crítico Nate Chinen a la radio pública estadounidense NPR, a raíz de la muerte del baterista. “Lo hacen para indagar cómo el ritmo fluye constante, como acariciando los oídos. La voluntad de Cobb de desempeñar un papel secundario, así como su capacidad inigualable para encontrar belleza en el fondo y no en primer plano, significaron valores que nunca abandonó”.

Volviendo a Kind of blue, Cobb recordó más de una vez lo que le dijo Miles Davis en el estudio de la Columbia: “Jimmy, sabes qué hacer. Sólo haz que suene como si estuviéramos flotando”. Y lo hizo: la tensión perfecta entre el característico ritmo de platillo conductor de Cobb y la línea de bajo relajada de Paul Chambers hace que las intervenciones de Davis y Coltrane cobren mayor sentido. El papel de Cobb ha sido a veces subestimado; no recibió los mismos elogios y atención que algunos de sus compañeros. Pero la fecunda simplicidad y la genialidad intuitiva del baterista, para quienes entendemos el jazz como un sistema expresivo complejo, se agradece, pues sabemos que sin un baterista de la talla de Cobb un registro como Kind of blue estaría incompleto.

Miles Davis lo supo siempre, Por algo llevó a Cobb para tocar en otros álbumes canónicos como Sketches of Spain e In Person Friday and Saturday Nights at the Blackhawk. En la efervescencia del hard bop, está Cobb.