Luis Carlos Coto Mederos
Ricardo del Monte
En una eficaz comparación entre Domingo del Monte y su sobrino Ricardo nos dice Mariano Brull:
“… si era el pensamiento de Ricardo del Monte, como afirmaba (Enrique José) Varona en una elegantísima semblanza, ‘el de un hombre moderno, completamente moderno’, el espíritu liberal, el abolicionista convencido que alentaron en el protector de Milanés, no le permitieron tolerar los moldes estrechos de una política colonial, muy deprimente y recelosa. La comparación no puede extenderse sino a la obra en prosa, al espíritu general de la correcta y depurada producción de ambos escritores. La labor poética es muy distinta; Domingo del Monte no llevó el clasicismo a sus versos sino en recuerdos inoportunos; Ricardo fue clásico en el verso –clásicamente académico, si se quiere, en varias ocasiones– y tuvo su poesía indiscutibles virtudes formales, y algún momento, en los días de su castigada ancianidad, emoción vívida, alentada por vigoroso, por casi ardiente entusiasmo artístico”.
1108
Mi barquera I
Lleva en la enano un arpa laureada
y cíngulo de estrellas en la frente;
vaga en el éter y su huella ardiente
deja inmortales formas en la nada.
Tiende el velo de Maya, y hechizada
la Realidad transfigurar se siente.
Bebe del alma, un vino fervescente
la escancia que sus penas anonada.
¡Ah! vuelve a mí tus ojos, Poesía,
y el jugo suave de la flor del loto
vierte en el cáliz que me diste un día,
ahora de acíbar rebosante y roto.
¡Sirena, ven; y la barquilla mía
lleva cantando, a su ancladero ignoto!
1109
Mi barquera II
Serenamente la barquilla mía
surca en el mar su fijo derrotero.
boga al Ocaso el lánguido remero,
y ya le alumbra Véspero la vía.
Siento acercarse tenebrosa y fría
la noche sin mañana y sin lucero.
¡Oh, tú la maga de mi amor primero
baja a mi barca para ser su guía!
¡Adiós, cielos sin sol, campos sin rosas
y adiós también, infieles compañeras
Razón y Fe, Sibilas engañosas!
Barquera, ven. Tus notas plañideras
me lleven por escalas melodiosas
al concierto de amor de las esferas.
1110
Don Quijote
¡Sí! vive aún; y escuálido campea
erguido sobre el magro Rocinante;
y al malandrín, al mago y al gigante,
provoca lanza en ristre a la pelea.
Virtud y honor aún bullen en la idea
que el brazo armó del caballero andante;
casta ilusión sonríele distante:
pura, invisible, intacta Dulcinea.
¡No morirá! La humana carnadura
tierra es no más; pero el viviente emblema,
forma sin cuerpo, de la mente hechura,
escultura ideal, plástico esquema,
sueño del genio, incorruptible dura
si acude el Arte con la unción suprema.
1111
Sancho
¿Tú también vivo, Sancho, el escudero
panzudo y comilón, chusco y ladino?
¿Y de la gloria el elixir divino
tus venas hinche y tu magín grosero?
Juntos los dos: delante el caballero,
tú a la zaga montado en tu pollino;
él, absorto en su heroico desatino,
tú riendo zumbón y majadero.
Así van juntas, la trivial Cordura
siempre discorde, y la ideal Quimera
de su importuna sombra perseguida.
¡Emblema triste es, Sancho, tu figura!
del alma pura la Materia asida,
de la Ilusión, la Realidad rastrera.
1112
El habla de Cervantes
¡Pueblos, en ambos mundos moradores,
que la fue de América señora
con su genio y su sangre bullidora
crió, de inquietos padres sucesores;
guardad su lengua henchida de primores,
como el diamante límpida y sonora
como clarín de oro y que atesora
fuerza, esplendor, esmaltes y colores!
Roto el yugo que esclavos nos uncía,
Sea –libres ya y hermanos como antes–
la habla materna el lazo que nos una;
dulce su acento al alma y su armonía;
y el homérico libro de Cervantes
joya de honor, blasón de nuestra cuna.
José Ramón Betancourt
Nace en Puerto Príncipe, Camagüey, el 6 de julio de 1823.
Escritor cubano que se destacó por su labor en la prosa.
Estudió Derecho en la Universidad de La Habana. Estuvo vinculado a los primeros movimientos revolucionarios y publicó sus artículos en la Gaceta de Puerto Príncipe. Era director del Liceo Artístico y Literario de La Habana cuando fue coronada la Avellaneda en 1861.
Tomó parte en la política, siendo Diputado a Cortes en 1870. Se distinguió como orador. Colaboró en revistas y periódicos, publicó versos, pero su labor mayor está en la prosa.
Murió en La Habana en 1890.
1113
La que debo amar
No quiero un ángel, no: que en ilusiones
así miraba a una mujer divina,
mas busqué el alma y la encontré mezquina,
juguete vil de necias impresiones:
no quiero la mujer cuyas pasiones,
ardientes como el sol que me ilumina,
en el lecho de infame Mesalina
me haga olvidar mis castas afecciones.
quiero un alma sencilla, tierna y pura,
que la virtud anime con su llama,
que en su fiel corazón guarde el tesoro
de mi honor, mi consuelo y mi ventura:
Así es la virgen bella que me ama,
así la debo amar, así la adoro.