Cultura

¿Qué les pasó a las abejas? estrena banda sonora: Aquí los detalles

Alberto Palomo Torres, creador de la música que acompaña al multipremiado documental, pone a disposición su obra de forma gratuita a través de las plataformas digitales
Descubre a través de una entrevista exclusiva los secretos tras la producción sonora del célebre documental / Cortesía

¿Qué les pasó a las abejas? ha destacado en distintas nominaciones y premiaciones nacionales e internacional. Con este largometraje documental de una lucha que los apicultores mayas de Campeche sostienen contra la siembra de transgénicos y el uso de agrotóxicos, la meridana Adriana Otero, su directora artística, ha recibido el Premio al Mejor Documental Ambiental del Festival Internacional de Cine de Puerto Madryn 2020, Argentina y Premio al Mejor Documental de Divulgación Científica / Biodiversidad en el Festival Pantalla de Cristal 2020.

Ahora, es la música compuesta para el largometraje la que puede escucharse gratuitamente en distintas plataformas digitales. Creada por Alberto Palomo Torres, la banda sonora es el tema de conversación en entrevista con POR ESTO!

Alberto cursó una maestría en música para cine en la Universidad Lumière, en Lyon, Francia. Entró directamente al segundo año del programa tras ser seleccionado por su trabajo musical para la única plaza disponible en esta modalidad. Desde Lyon, empezó a pensar en la música y el diseño sonoro para la película.

Los sonidos de lo que se ve en el documental, dice Alberto, fueron capturados en la naturaleza. En salas habilitadas con audio multicanal, puede escucharse el vuelo de las abejas en todo el lugar. Luego, empieza la música, con los sintetizadores y los caracoles. “Tuve la oportunidad de hacer toda la parte del sonido en la visión que tuvo Adriana Otero, directora artística del proyecto”, comenta.

“Hay libros de texto que hablan de la música. Dicen que siempre ha sido dramática, o que tendía a dramatizar de lo que las canciones hablaban”, responde el compositor a la cuestión acerca de cómo se crea una atmósfera sólo con música. “Probablemente, desde el teatro clásico griego, la música tendría la tarea de ayudar al contexto de las palabras”.

“En algún momento”, opina, “se perdió el cuidado de hacer eso, quizá por los nuevos estilos o porque los compositores estaban más interesados en copiar los ritmos que están de moda. Pero hay todavía compositores que, aun-que no hagan la banda sonora de películas, sí tienen ese cuidado de leer la letra de una canción y hacer una música que exprese, de alguna manera, de lo que se trata”.

“Desde que comienzo a trabajar con Adriana, en el primer momento en que se decide el tema, mi rol inicial era hacerme cargo del sonido directo. Éramos un equipo muy pequeño: Adriana, viendo la dirección artística y de investigación; Robin Canul, periodista que ya conocía la cuestión en Hopelchén; Maricarmen Sordo, como fotógrafa, y yo. Sólo nosotros íbamos a las manifestaciones y las asambleas de apicultores y agrónomos. Desde el micrófono, grababa todo lo que sucedía al interior y en las afueras, porque debíamos archivar todo el sonido que pudiese formar parte de una historia”.

El rodaje duró más de medio año y viajó por distintos municipios de Campeche, a la Ciudad de México y a otros países de América. “Fue un rodaje que parecía interminable porque la temática no se resolvía, y de alguna manera no se resuelve todavía”, comenta Alberto.

“Entendí muy bien el problema desde el principio. Te das cuenta que había personajes de distintas culturas. Te cuento algo que vi en los rodajes: el lado izquierdo de la carretera, cuando íbamos a Campeche, era un paraíso verde, con tractores, con casas de doble piso y tecnología. En el derecho, parecía un sitio después del fin del mundo. El contraste era total. Un lado correspondía a los menonitas, y el otro a los indígenas mayas. Te preguntas por la razón de esta diferencia tan fuerte, cuando son originarios de aquí”, sopesa el entrevistado.

Palomo empezó a pensar en la música: “debía representar los ancestros de la cultura indígena maya. Es difícil, porque no tenemos registro de cómo era realmente la música maya. A raíz de la conquista, se perdió gran parte de lo que era real en la cultura. Lo que se presenta ahora como música maya es realmente un imaginario de lo que pudo haber sido”, piensa.

Alberto tiene réplicas de instrumentos mayas, basados en algunos hallados por arqueólogos. “Aún hay artesanos, como en Ticul y Motul, que intentan hacer réplicas. Fui a pueblos buscando tambores, tunkul, caracoles. La introducción del disco, a pesar de que tiene unos sintetizadores al inicio, introduciendo a una atmósfera de suspenso, deja escuchar caracoles en el intento de representar un contexto de espacio abierto. A distancias lejanas, alguien intenta comunicarse. Así podría haber sido antes la comunicación. Ese es el inicio de la película, tratando de advertir que viene algo malo”.

Por otro lado, están los menonitas, “que pareciera, por momentos, que son los antagonistas en el rodaje porque utilizan agrotóxicos. Llegamos a verlos como extraños, aunque ya son mexicanos y habitan aquí. Ellos, por otra parte, siguen hablando otra lengua. Cuando pasábamos al área donde viven los menonitas, una comunidad grandísima, en la radio suena una estación en alemán, en la que están predicando su religión”, cuenta, asombrado. “Son culturas totalmente distintas las de los menonitas y los indígenas que habitan ahí”, concluye.

Otro “choque cultural” del que el equipo de grabación dio cuenta es cuando, en una asamblea que se ve en la película, “para protegerse, los menonitas empiezan a hablar en alemán para que nadie más los entienda. Los indígenas, entonces, empiezan a hablar en maya. Todos los abogados que estaban ahí, tratando de ayudar, quedaron y quedamos en la ignorancia. Hablábamos español. Nadie sabía qué estaba ocurriendo. Ves entonces que el lenguaje es una herramienta poderosísima en el contexto en que se defienden unos de otros”.

Mayas y menonitas son los grupos culturales más representados en la película. Para musicalizar la visión de unos, Alberto usó “instrumentos ajenos a los que podrían haber usado los prehispánicos. Tomé un instrumento de Estambul, Turquía: la baglamá, una especie de laúd o de mandolina muy larga. Hice un tema para que, cada vez que los menonitas aparecieran en pantalla, representara una cultura que podríamos ver como ajena. Los instrumentos prehispánicos, por su parte, se escuchan casi de manera subliminal. No trato de representar a los indígenas de ahora, sino los espíritus de los ancestros, un eco de una cultura que ya no está. El resto de la música, que son sintetizadores, tiene la intención de representar el aire contaminado de agrotóxicos. Los sintetizadores hacen ruidos extraños, como si estuvieran en el aire”.

“Ese es el verdadero antagonista de toda la película”, apunta. “Aunque pareciera que otras culturas, como la de los menonitas, son antagonistas, el verdadero enemigo son los agrotóxicos, la tecnología hecha por el hombre que no entendemos cómo funciona. Eso representan los instrumentos electrónicos, ajenos tanto a nosotros como a los menonitas”.

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La guitarra acústica aporta “algo subliminal. Sale en el momento en que salen todas las abejas muertas. Lo que traté de hacer con la guitarra fue evocar una cierta cultura que llega y extermina a otra”.

Con réplicas de instrumentos mayas, Alberto ha creado 10 canciones que, en sí mismas, son historias. Algunas de ellas son “Abejas por el futuro”, “La devastación de la selva” y “El camino hacia los apiarios”. Están disponibles gratuitamente en plataformas como YouTube o Spotify, en el canal de Alberto Palomo (https://www.youtube.com/channel/UCz_NzPF51N7kc5w_0E5uOGA).