La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide fue galardonada con el Premio William Klein, que otorga cada dos años la Academia de Bellas Artes francesa, informó un comunicado de esa entidad ayer.
El premio, dotado con 120 mil euros (unos 132 mil dólares), será entregado a la artista el próximo 18 de octubre.
Creado en 2019 en colaboración con el museo de Chengdu (China), el premio ha sido entregado anteriormente al fotógrafo indio Raghu Rai en 2019 y a la estadounidense Annie Leibovitz en 2021.
“Graciela Iturbide es un ícono de la fotografía, particularmente famosa por sus retratos de los indios seri del Desierto de Sonora, las mujeres de Juchitán, así como por sus proyectos fotográficos dedicados a las comunidades y tradiciones ancestrales de México”, recuerda el comunicado.
“Desde los años 70 crea imágenes que navegan entre un enfoque documental y una sensibilidad poética, prestando especial atención a los paisajes y los objetos”, añade.
Graciela Iturbide (81 años) fue objeto de una gran retrospectiva, la primera en Francia, en febrero de 2022 en la Fundación Cartier de París.
“Para ser buen fotógrafo hay que tener pasión y disciplina, nada más. Y puede ser a la vuelta de tu casa si quieres. Pero claro, si quieres conocer el mundo y tienes una cámara, es maravilloso”, declaraba la fotógrafa a la AFP en esa ocasión.
“Me falta mucho”
Reconocida a lo largo de su vida con los más importantes premios fotográficos, como el Hasselblad, Graciela, no obstante, se mantiene centrada y con los pies en la tierra. “Me falta mucho”, estima la fotógrafa, que en mayo pasado cumplió 81 años, lo cual parece abrumarla. “Ay, ay, no me recuerdes, no me digas eso”.
“Siento que la foto, el trabajo de un fotógrafo, como la rueda de la fortuna: también es de suerte. Te reconocen y te siguen reconociendo, y hasta cierto punto qué bueno para mí. Pero no creas que me siento: ‘¡Ay, qué bien que lo estoy haciendo!’. No, para nada.
“El día que yo deje de fotografiar y que pierda la sorpresa de encontrar en el mundo lo que encuentro, me muero”, afirma, segura, mientras toca madera.
Son ya, tal como suele contarse casi a la manera de una epopeya, más de 50 años desde que Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) llegara a la UNAM, no precisamente con la idea de convertirse en fotógrafa, sino con la mirada puesta en el cine.
“No sabía qué quería hacer: si dirección, si guion o fotografía”, recuerda quién originalmente, en realidad, quería ser escritora. Su ingreso al Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), en 1969, ocurrió tras enterarse en la radio de las clases de cine.
Álvarez Bravo, su maestro
Casi siempre se dice que la figura de Manuel Álvarez Bravo, quien enseñaba en la Universidad, apareció de inmediato en la vida de la joven Graciela, inspirándola a dejar la imagen en movimiento por la fija. Pero la creadora, de hecho, llegó a realizar un par de películas, entre ellas un reportaje a José Luis Cuevas.
“Me gusta mucho ser fotógrafa porque es un pretexto para conocer todo lo que pasa”, comparte la fotógrafa criada en el seno de una familia católica y conservadora; “burguesona”, como ella la define.
Como asistente de Álvarez Bravo, con quien fuera “muy feliz desde el primer día” salía a captar imágenes a principios de la década de los 70.
“Porque Álvarez Bravo, más que enseñarme fotografía, que me la enseñó, me enseñó a encontrarme a mí misma. Con todo lo que él me hablaba de literatura, de música, escuchábamos a Bach, yo lo veía cómo revelaba. Salíamos al campo a tomar fotos, yo respetando siempre lo que él tomaba.
“Él me enseñó todo en la vida, la verdad”, remarca la creadora sobre su amigo y mentor, de quien no solo aprendiera esa mirada documental y humanista con la cual capturar los ritos populares, sino el uso indiscutible del blanco y negro. “El gris, el blanco y el negro es una abstracción que yo desde que la tomo la estoy viendo. Mis sueños a veces son en blanco y negro”, añadió.
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NM