Cultura

Ermilio Espinosa Torre habla sobre ser parte de una dinastía artistas, hacerse su lugar en el  mundo del arte y su más reciente retrato a Andrés Manuel López Obrador, en entrevista con José Miguel Rosado Pat

Ermilo Espinosa Torre (1983) es heredero de una dinastía pictórica que abarca tres siglos. En el siglo XIX el mayor pintor yucateco fue su tío tatarabuelo Juan Gamboa Guzmán, cuyo nombre lleva la Pinacoteca del estado. En el XX destacó entre muchos Ermilo Torre Gamboa, su abuelo, y en este siglo, Ermilo Espinosa Torre.

En palabras del escritor y crítico de arte Jorge Cortés Ancona, Ermilo Espinosa es autor de cuadros hiperrealistas en los cuales “expresa una condición hermética y angustiante respecto al mundo contemporáneo”. Y en el texto introductorio del libro catálogo Tres Tiempos el escritor sintetiza la historia familiar y artística que envuelve a nuestro entrevistado:

“Salto generacional de una generación en cada caso. Son tres como pintores y cinco en la mera genealogía. A los tres los enlaza un apellido que pasa de paterno a materno en cada generación: Gamboa, Torre. (…) También los une la mujer, en una secuencia de concepciones acorde con los respectivos tiempos que les ha tocado vivir. La idealizada visión difuminada, la soñada imposible que encarna ante la barrera del placer y la rebosante de realidad que dialoga con la mirada hecha cuerpo”.

Tiene razón al afirmar que a los tres pintores los une el agradecimiento, al que se une el mío hacia Ermilo y la obra que ha dado a Yucatán y a México.

Nuestro protagonista nació en Mérida, Yucatán, el terru- ño que lo formó y dio cimiento a su identidad para luego lanzarlo al mundo impetuosamente, lo cual enriquecería su cosmovisión y entendimiento de la naturaleza humana.

El pintor ha presentado exposiciones en diversas regiones del territorio nacional, principalmente en Guadalajara, Ciudad de México, Zacatecas, Puebla, Guanajuato, Aguascalientes y su natal Mérida. En el extranjero, en La Habana, São Paulo, Miami, Montreal, Toronto, Dubái, Lisboa, París, Barcelona, Zaragoza y Les Baux de Provence.

Ermilo, formas parte de un legado artístico que conlleva, me atrevo a decir, una gran responsabilidad, y pudiendo dedicarte a otra profesión u oficio, elegiste el de la pintura. ¿Cuál consideras que fue el punto de inflexión por el que decidiste dedicarte a ella en cuerpo y alma?

La presencia de mi abuelo Ermilo era muy fuerte en la familia y, por ende, en mi vida. Cuando nací él ya era uno de los pintores más reconocidos de Yucatán, muy querido por la comunidad cultural y artística local. Y no solamente porque era un pintor de enorme talento y técnica, sino por ser un hombre de carácter alegre, jovial, cariñoso con su familia y amigos, y muy empático con los demás. Era agradable convivir con él.

Su residencia era amplia y su estudio se encontraba en el segundo piso. Sus nietos, que éramos unos ni- ños, en especial mis primos Aida, Manuel, mi hermano Ricardo y yo, estudiábamos en el Rogers, ubicado a un costado de donde vivía, por lo que al salir nos íbamos corriendo a visitarlo. Ahí pasábamos la tarde, disfrutando de su cariño, su alegría y también de su silencio y, en lo personal, de sus momentos de creación.

Las reuniones familiares eran en su casa-estudio. Su hogar se convirtió en el espacio central de nuestra infancia y también él junto con ese espacio. Mi abuelita era una maravilla y ambos eran un par de estrellas para nosotros.

Era natural que en su casa siempre hubiera obras de arte, tanto las que estaba produciendo como muchos otras ya terminadas, colgadas en las paredes o donde encontraran un espacio dispuesto.

Lo visitaban coleccionistas, artistas de todas las áreas clientes y periodistas por igual. El ambiente era frecuentemente dinámico. Me sentía en casa. Era mi hogar.

Eran muy naturales en nuestra vida tanto el arte como la presencia del artista, mi abuelo. Las obras colgadas en todas las paredes de la casa originaron un efecto en mí que influyó en mi persona. Entendí lo fundamental que es crecer entre objetos de arte. Era un privilegio que en esos años no dimensionábamos como se debiera.

Te comparto una anécdota. Cuando mi padre adquirió su primera cámara de video lo primero que hice con ella fue enfocar un cuadro y narrar una historia hecha conforme a lo que imaginaba en ese momento.

El estudio de mi abuelo, en el segundo piso de la casa, era inaccesible para nosotros, lo cual me causó mayor curiosidad por saber lo que había adentro y conocer la razón de que mi abuelo lo guardara con tanto celo. Cuando logré acceder se me abrió un universo que generó una tendencia en mí hacia el dibujo.

Mi abuelo lo notó y comenzó a involucrarme en su día a día en el taller-estudio. Ese lugar era para mí una especie de vientre materno, un lugar de generación y creación. Desde que entré me cautivó el olor a aceite de linaza, a óleo, a madera; ver los cuadros en proceso resultaba enigmático para mí. Estaba acostumbrado a mirar las obras colgadas en las paredes y no como las veía en el estudio; ver los lienzos en proceso de ser algo, en tiempo real, y fijarme en el avance diario que iban teniendo y recordar cómo cada figura iba tomando detalle me absorbía el pensamiento. Era un lugar místico que me inmergió en el mundo de la pintura.

Pérdidas familiares y mudanza

Un hecho que marcó mi vida fue la muerte de mi hermana, a los cuatro meses de haber nacido, lo que trajo como consecuencia que mi madre cayera en una grave depresión que deterioró mucho su salud. Con el fallecimiento de mi madre, tiempo después, mi padre optó por rehacer su vida con otra mujer, pero eso no logró llenarel vacío que le había quedado; él sentía que había perdido a la familia, nuestra familia. En ese contexto, mi abuelo Ermilo se mantuvo como un pilar para mi hermano y yo.

Tiempo después, por razones económicas y laborales de mi papá, nos mudamos a Cholula, Puebla. Mi proceso de duelo continuaba. Al haber perdido a mi hermana recién nacida y a mi madre, junto con el hecho de que nuestra economía era muy limitada, yo sentí que con el traslado había perdido a toda mi familia, incluyendo a mi abuelo, mis tías y amigos.

Rendía poco en la escuela y me volví una persona muy introvertida. Lo que me salvó de hundirme fueron el dibujo, la pintura y el arte en general. Me la pasaba dibujando y pintando, y eso me hacía sentir conectado con parte de la realidad que deseaba y que había tenido que dejar atrás. Mantenía comunicación con mi abuelo, porque contarle sobre el cuadro que estaba haciendo me mantenía a flote.

Poco antes de cambiar nuestra residencia a Cholula había conocido a una muchacha de la que me enamoré profundamente. Tal vez influyó la vulnerabilidad que me envolvía por la muerte de mi madre. Le pedí que fuera mi novia, pero me dijo que no, aunque mantuvimos la amistad. Nos enviábamos cartas, fotos y dibujos. Esa relación epistolar fue muy importante también en esos momentos. Las vacaciones las pasábamos en Mérida y para llegar mi hermano Ricardo y yo tomábamos un autobús que hacía 18 horas de trayecto.

La pintura me salvó la vida. Ella me escogió a mí, no yo a ella. Esa misma vocación me abrió camino para interactuar mejor con las personas del nuevo entorno que vivíamos en Puebla.

Después de casi cinco años de vivir en Puebla, volvimos a Mérida. Para ese momento, me sentía una persona diferente. Me di cuenta de que mi visión se había transformado y gozaba de un horizonte mucho más lejano. Fue al volver cuando comencé a trabajar con mi abuelo Ermilo, porque si bien lo observaba pintando, no me había dado clases, pues yo comencé a pintar de forma autodidacta. Me llené de emoción cuando me dijo: “Ahora sí te daré clases”. Convivir con mi abuelo me elevó mi autoestima. Tengo muy presente el tiempo en que dimensioné la figura de mi abuelo y mentor y de cómo eso influía en la apreciación que tenían los demás de mi pintura que, debo decir, era bien apreciada, pero que tomaba otra dimensión cuando sabían que era el nieto de don Ermilo Torre Gamboa. Me comenzaban a mirar de forma distinta y esa sensación me llenaba de orgullo.

Descubriendo la responsabilidad del legado

Cuando descubrí la Pinacoteca Juan Gamboa Guzmán comencé a frecuentarla y me percaté de que había un retrato del propio Gamboa, hecho por mi abuelo.

En una de mis muchas visitas, en las que pasaba horas contemplando las pinturas, salió a buscarme el director de la pinacoteca, Indalecio Cardeña, quien de modo chusco me preguntó: “¿Ya escogiste qué pintura te vas a robar?”. Y yo le respondí: “¿Cómo…?”. “Es que nadie visita la pinacoteca tanto como tú”, me contestó. Por supuesto que hubiera tomado —y con mucha felicidad [sonríe]— el cuadro Música celestial.

Cuando supo mi nombre y le dije quién era mi abuelo me miró con extrañeza y me preguntó si sabía del parentesco que guardaba con Juan Gamboa Guzmán. “Era tío abuelo de tu abuelo”, me dijo. Me sentí extasiado porque ese pintor al que admiraba y con el que había sentido una conexión inexplicable resultaba ser mi tío tatarabuelo.

Ese mismo día, durante la clase vespertina con mi abuelo, le reclamé el no haberme compartido que éramos parientes de Juan Gamboa Guzmán, a lo que me respondió con cierta sorpresa: “¿No te había hablado del tío Juan?”.

Era mi tío tatarabuelo. Ese hecho generó en mí una mayor identificación con su legado. Fue cuando comencé a mirarme como parte de algo mucho más grande, algo que me rebasaba, incluso como parte de la historia del arte y la pintura. Ese descubrimiento confirmó mi convicción para dedicarme de tiempo completo al arte.

Apoyo paterno, autodescubrimiento y mentores

Algo muy importante que también influyó de manera determinante en esa decisión fue el apoyo incondicional de mi padre. Yo había sido testigo de los muchos sacrificios que hizo por nosotros, sus hijos. Un día me llamó para manifestarme que tendría todo su apoyo para que yo pudiera dedicarme a la pintura totalmente. Eso me dio la fuerza para convencerme y enfocarme. Me motivó como nunca. Deseché cualquier otro plan y me dediqué de tiempo completo al arte, a la pintura. A partir de eso decidí irme a Guadalajara a estudiar la carrera de Artes Visuales.

Recuerdo la ocasión en que una vecina llegó al estudio y llevó consigo un cuadro para que mi abuelo restaurara. En ese momento mi abuelo me encargó el trabajo, lo cual me dio un poco de nervios porque era intervenir un cuadro ya terminado. Lo hice y, sin modificarle nada mi abuelo, se lo entregó a la dueña. Me dio íntegramente el dinero que le pagaron. Me emocioné mucho, pues sentí que era una forma de avalar mi trabajo.

Una anécdota muy significativa para mí fue cuando un grupo de estudiantes de Artes Visuales de la Universidad de Guadalajara acudimos a la exposición internacional El espejo simbolista en el Museo Nacional de Arte en la Ciudad de México. En una de las salas me encontré de frente con el cuadro Música celestial, de Gamboa Guzmán. Me emocioné muchísimo. Fue inevitable presumirles a mis compañeros que el autor de esa obra era mi tío tatarabuelo.

Otro momento importante de mi vida es una charla que sostuve con mi abuelo Ermilo. Él me compartió que se iría de este mundo muy tranquilo, sabiendo que dejaba a un gran pintor, refiriéndose a mí. Me llené de ilusión en ese instante, en todos los sentidos.

Por último, quiero mencionar la vez que fue admitido un cuadro mío en una exposición colectiva en el Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán Fernando García Ponce, el MACAY, siendo apenas un pintor en ciernes.

Mi principal mentor y maestro fue mi abuelo Ermilo Torre Gamboa, pero también Rafael Pinto Aranda en el Centro Estatal de Bellas Artes. En la licenciatura recuerdo mucho al maestro Sergio Murillo.

Un maestro de vida que me impulsó y estuvo para mí cuando lo necesitaba fue Eduardo Menache Varela, quien fungió como agregado cultural en la embajada de México en Cuba. Menache fue un maestro que me motivó a descubrir los diversos mundos que habitan dentro de mí. Era un tremendo conocedor de la filosofía, de la mística y de las culturas prehispánicas. Platicar con él amplió mis horizontes.

Cuando estaba por terminar la licenciatura, ya había yo expuesto en diversos estados de la república, tanto en exposiciones colectivas como individuales y, a través de Eduardo Menache, la embajada mexicana en Cuba me invitó a realizar una exposición individual en la Casa Oswaldo Guayasamín en La Habana.

Esa exposición marcó el inicio de la siguiente etapa de mi trayectoria. A partir de ese evento se dio un cambio en la relación que mantenía con mi abuelo, a quien comencé a sentir como un verdadero amigo y él me honraba al tratarme como a un colega. Eso me hizo decidir que, al terminar la licenciatura, volviera a Mérida a trabajar junto a mi abuelo para disfrutarlo a él y a sus cuadros.

JMRP: ¿Cuáles han sido tus principales influencias tanto artísticas como filosóficas?

Puedo decirte que escritores como Jorge Luis Borges, Mario Benedetti, Edgar Allan Poe, José Saramago, Leopoldo María Panero, Fernando Pessoa. Artistas visuales como Rafael Cauduro, Arturo Rivera, William-Adolphe Bouguereau, Caravaggio, Rembrandt, Gabriel Orozco, Rafael Coronel, Carlos Larracilla, Guillermo Lorca, Yuqi Wang, David Lynch, Floria Sigismondi, Guillermo del Toro, la banda tapatía Radaid, Björk, Christopher Nolan y muchos otros de diversas corrientes simbolistas o cuyo trabajo contenga elementos de lo alquímico y lo místico. Esas formas de entender el mundo son una influencia para mí y lo que hago.

¿Has encontrado posturas filosóficas que se hayan contrapuesto con tus creencias? ¿O concepciones acerca del arte que te hayan hecho modificar tu pensamiento?

No exactamente. Mi idea del arte es muy flexible, de gran apertura. No me limito a entender el arte con una definición objetiva y estricta. Yo creo que el arte puede tener resonancia en cualquier cosmovisión, en cualquier forma de entender el mundo, sea dogmática o racional. En todas se encuentra la esencia humana y la inquietud de querer entender el mundo o de darle una explicación o de construir caminos para tener paz en el ser. Creo que el arte es parte de ese motor de búsqueda, como una forma de interpretar ese diálogo entre pregunta y respuesta, reflejado de formas más intuitivas, más universales, más simbólicas, por lo que no puede ser leído sólo de forma literal. El arte le habla al alma y no solamente a la razón.

He encontrado más cosas que han enriquecido mi amor por el arte y el ser humano bajo la idea de que se pueden crear cosas increíbles conociéndose a sí mismo. En algún momento pensé que si lograba la ejecución perfecta en mis cuadros evitaría la crítica, el cuestionamiento o la duda misma; sin embargo, comprendí que eso significaría hacer una obra artificial, algo inerte.

La forma de interpretar una obra de arte está vinculada a la concepción que tenemos de nosotros. En esa búsqueda de comprenderme a mí, a mi esencia, entendí que es mucho más sabio aceptarnos como los seres imperfectos que somos, y que es humano permitirnos cometer errores, pero que también es humano ponerse en el camino de la virtud. Eso se reflejará en nuestra obra, no me cabe duda.

Aceptar la imperfección de una obra como parte de un estilo propio hace que la crítica se vuelva reflexión y se genere una identificación en quien la mira. La obra no debe ser falsa, sino muy honesta. Para mí, una obra honesta es aquella que se genera desde el amor y no desde el miedo a la crítica o la desaprobación. Eso fue lo que modificó mi relación con el arte y la volvió más íntima. Entendí que el mayor valor de una pintura no está en la superficie, sino en reflejar la parte más profunda de lo que nos rodea y de uno mismo.

¿Cómo defines tu obra?

Defino mi obra como un intento por crear una pieza visual que cumpla con ciertos requisitos que para mí son fundamentales: uno es la técnica, que es un proceso de aprendizaje muy largo y de esfuerzo; otro es poder controlar lo que haga el pincel y que no sean mis límites lo que plasme en el lienzo, sino que pueda llevar a cabo lo que tenga en la mente. En lo personal, creo que el artista debe dominar la técnica, el talento y, como un elemento que le daría universalidad a su creación, la virtud.

Por eso defino mi obra como honesta, una obra que aspira a tocar las fibras de cualquier persona en cualquier lugar del mundo. Aspiro a que mi obra sea una puerta al alma del ser humano. También anhelo la inmortalidad de los valores que reflejo en mis obras, aunque sean temporales como mi existencia en el mundo, pero trascendente a otros tiempos. Creo que me encuentro en ese camino.

¿Por qué elegiste el hiperrealismo? Pareciera que muchos hubieran esperado encontrar en tu obra una mayor similitud con el estilo de tu abuelo.

Fíjate que a veces soy víctima del síndrome del impostor, lo que me llevó a pensar que necesitaba hacer algo para que mi obra fuera inmune a la crítica. Como si fuera necesario cimentarla en algo incuestionable, por eso me acerqué al hiperrealismo. Fue una forma de decirle a todos: “soy tan bueno que no pueden cuestionar lo que hago”, pero esa es una vanidad ya superada.

Para serte sincero, nunca quise adecuar mi trabajo al hiperrealismo. Mi abuelo tenía mucha obra figurativa y yo seguí ese camino, pero con mayor detalle. Siempre he estado obsesionado por el detalle. Me acerqué al hiperrealismo, pero jamás lo busqué, nunca ha sido mi objetivo.

¿Te descubriste o te descubrieron, Ermilo?

Un momento muy importante fue cuando la reconocida galerista Lourdes Sosa vino a Mérida para acudir a la exposición de Arnaldo Coen. En esa ocasión visitó mi estudio y adquirió un par de piezas, lo que dio pie al inicio de una relación que cambiaría mi proyección en el mundo del mercado del arte. Lourdes comenzó a representarme y ha promovido mi obra junto a la de grandes artistas mexicanos, por lo que siempre le estaré agradecido. Eso me dio mucha seguridad, el hecho de saber que mi trabajo podía estar junto al de grandes maestros que admiraba.

Haber hecho el retrato oficial del presidente Andrés Manuel me llena de orgullo y aún me cuesta asimilar que una obra mía forme parte de una colección histórica. Aún no sé hasta dónde puedo llegar, pero me mantendré activo siempre con humildad y enfocado en trabajar, pues siempre hay cosas por hacer.

La inspiración llega mientras trabajas, decía Picasso. ¿Es así?

Conforme la experiencia propia considero que es necesario profesionalizar el trabajo artístico. ¿Cómo? Teniendo, de preferencia, un espacio de trabajo apropiado, establecerse metas, objetivos, tiempos específicos. No es muy diferente a cualquier otra profesión. Sucede lo mismo, uno no puede estar motivado o inspirado todo el tiempo, hay que aprender a ser disciplinado.

Ocurre que lo técnico del arte nos suele dar mucha flojera y eso, a veces, puede ser muy aburrido, pero es muy necesario. En lo personal, la inspiración llega cuando no estoy pintando. Aunque yo pueda estar parado horas frente a un lienzo, estoy trabajando de alguna forma. Siempre estoy conectado con el tiempo, con la obra, con la pintura. Estoy pensando todo el tiempo en las obras, incluso, cuando estoy con mis hijos. La pintura esta en mi mente todo el tiempo y mi mente en ella.

Se ha escrito que tus pinturas son la creación de una realidad palpable, ¿lo consideras cierto?

No creo que sea una realidad palpable, sino que emana de esa realidad. La observo, la asimilo y la plasmo. Incluso mis pinturas que podrían considerarse más cercanas a la “realidad” son una apariencia. Lo que subyace detrás de esa apariencia no es la realidad común sino una realidad traducida, filtrada y vuelta al mundo en forma de cuadro, combinada con lo que llevo dentro, perfectamente entendible para quien mira mi obra, pero no desde la superficie.

Lo palpable está afuera, pero mi obra está en lo profundo de cada cuadro; me interesa lo que dicen las miradas, una emoción, un sentimiento, y tratar de generar un diálogo con quien la mire.

Los ojos son muy expresivos, estamos diseñados para interpretar las miradas. La realidad que me interesa es lo que dicen las manos, las miradas, no lo que se mira en la superficie. Y si no he logrado que las personas perciban más allá de la superficie de mis cuadros, entonces algo me falta, algo no estoy haciendo para conseguirlo.

JMRP: ¿Te catalogas en un estilo definido?

No puedo hablar de un estilo único, pero sí definido. Estoy en ese proceso, pero hay colores, contrastes, características como el interés por el detalle, la búsqueda de diálogos a través de elementos como gestos, miradas, posiciones de manos, la composición, todo lo cual puede considerarse el sello de mi trabajo. Sabes, no es algo que controle del todo. A veces reflexiono y miro hacia atrás y me percato de que hace 20 años ya existían esos elementos; son aspectos que me controlan más a mí que yo a ellos, pero se han ido desarrollando y con el tiempo esos elementos han conformado un lenguaje personal.

En tu obra aparece mucho el agua, ¿hay alguna razón de ello?

El agua forma parte de mi obra antes de que yo supiera el porqué. No es un elemento decorativo que incluyo de forma caprichosa. Una de las primeras pinturas que hice era un cuadro en el que se observa a una persona de rodillas y se refleja en un charco de agua.

El agua para mí es una puerta a otra realidad. El agua es un símbolo de vida y muerte, de resurgimiento, de renacimiento, de metamorfosis. Lo que entra al agua y emerge, lo hace transformado. Es un elemento muy atractivo para mí. El agua en mis obras siempre está vinculada con lo simbólico, lo filosófico, metafísico y esotérico. La principal razón de estar en mi obra es ese valor simbólico de reconstrucción, de renacimiento.

¿Consideras que estás en la etapa madura de tu obra?

Sí, pero no por mi edad, sino porque me siento listo para iniciar la etapa en que me dedicaré a crear obra más íntima, reflexiva y honesta. Quiero ir hacia lo más profundo de mí, de mi interior. Mi obra todavía está en un proceso de maduración. Quiero saber hacia dónde me llevará ese camino; tal vez no sea lo que espero, pero no lo sabré si no lo exploro.

¿Contra quién compites?

No creo que la palabra competir sea la correcta, pero podría decir que llevo una competencia silenciosa contra mis grandes referentes, pero como dije antes, desde el amor, no desde la envidia o la vanidad. Todos competimos contra el tiempo. Es implacable. Las responsabilidades, los compromisos, la salud, cosas que, inexorablemente, el tiempo determina y están fuera de nuestro control.

Compito también contra el abismo de la ausencia de recursos económicos. Son muy pocos los verdaderos artistas que logran una holgura en ese sentido. Siempre nos vemos obligados a buscar otras fuentes de ingreso. Y, claro, compito contra mis miedos, mis temores y mis demonios. Me atrevo a decir que compito contra el miedo de que mi legado no esté al nivel de lo que pretendía, y no por el reconocimiento que pueda obtener de los demás, sino como artista, como creador.

De tus inicios a lo que hoy eres, ¿qué cambiarías?

Hay algo que debí haber hecho desde hace mucho, dedicarme a la creación de mi obra más íntima, más personal. Me dediqué demasiado tiempo al retrato y, aunque exploré diversas formas de hacer retrato, debí explorar caminos más libres y más profundos.

Otro aspecto que modificaría es el de apostarle más a la autogestión de mi obra. Siempre he dejado todo en manos de los galeristas, cuando pude haber hecho mucho más por cuenta propia. Sin embargo, es muy importante la labor de los intermediarios en el arte, pues ellos te ayudan a posicionarte en el mercado y es parte de poder vivir del arte, algo por lo que me siento sumamente afortunado.

También debí construir puentes con los medios de comunicación para difundir mi trabajo y las exposiciones en las que participé. Por último, me arrepiento de haber participado poco en bienales, concursos y en proyectos colectivos. He sido muy solitario. Espero que con la develación del cuadro del Presidente de la República me vincule más con colegas de todo el país y eso me permita conocer y viajar, porque también me reprocho el no haber viajado mucho para encontrarme con visiones completamente diferentes en todo sentido, de mayor nivel y novedosas en cuanto a la forma de ver la vida, el arte y el mundo.

¿Te motiva el ego?

Sí, pero no de una forma egoísta. Me motiva cuando las personas aprecian lo que hago, o cuando alguien a quien respeto y admiro se refiere a mis cuadros de la forma que sea, ¡por supuesto que me mueve!

No pretendo recibir reconocimientos, ni que mi nombre esté en placas o libros sólo porque sí. Eso no me motiva, me motiva crear y, sí, contribuir con lo que hago. Tú me conoces, y sabes que soy poco afecto a ser el centro de atención. Me gusta que sea la obra la que destaque. El tema del ego no me afecta y lo digo con toda sinceridad.

¿Cuáles son tus motivaciones más profundas?

El legado que recae sobre mis hombros, la historia familiar, y sin duda ser un digno sucesor de mis antepasados. Mis hijos son una enorme motivación. Deseo que el día de mañana puedan sentirse orgullosos de su padre, de la misma forma en que yo me sentía orgulloso de ser nieto de mi abuelo.

Un anhelo y motivación es alcanzar la virtud en la expresión de mis pinturas. Y, te confieso, no pienso negarlo, me encantaría que exista un espacio en Yucatán donde esté expuesta mi obra y que, por supuesto, logre ser digna de tenerlo, donde estén ante el público mi obra y la de mi abuelo. Es una ilusión, un deseo y espero llegar a ser digno de algo así.

Ahora que me preguntas, me entusiasma mucho la idea de apoyar a pintores y artistas más jóvenes, pero no a cualquier joven sino a los que tienen talento y, por supuesto, a colegas también, para que puedan dedicarse al arte de tiempo completo.

El arte es un camino a la plenitud y alimenta el alma. Yo creo que el trabajo que hacemos los artistas procura una sociedad más hermanada, armónica, digna y feliz. ¿Qué mayor motivación puede haber que la posibilidad de trascender? Y no sólo por la obra, sino por la solidaridad y la fraternidad de las que den fe nuestras acciones.

¿Cómo han influido tus hijos en tu obra?

Han influido muchísimo en el fondo de las pinturas que realizo, porque el fondo es en muy buena parte emocional. Cuando tuve la oportunidad de ser padre y comencé a enamorarme profundamente de mis hijos, comencé a vivir la vida con mayor intensidad. A través de mis hijos, de su óptica inocente y sin prejuicios acerca de nada ni nadie, he podido acercarme al entendimiento del ser humano y eso impacta en mis obras. Para mí, observarlos y adoptar parte de su forma de ver el mundo me hace reflexionar sobre cómo los juicios de valor que vamos generando al paso de los años pueden llegar a ser un obstáculo para que los artistas logremos creaciones más sinceras. El amor que tengo por mis hijos es una motivación infinita. Ocupan un espacio en mi alma que termina influyendo en lo que transmito con el pincel.

¿Anhelabas ocupar un lugar en la Historia a través de tu obra?

Como ser humano tengo la necesidad de sentir que tendré trascendencia. Y no me refiero a la fama, sino a la trascendencia que me lleve a perder el miedo a la muerte. ¿Que si me interesa que me mencionen en los libros de historia del arte mexicano? No es algo que busque y, aunque puede seducirme la idea o causar cierta ilusión, no es algo que pretenda. Me interesa ser reconocido como un yucateco que aportó a su estado y con ello honrar a mis antecesores Juan Gamboa Guzmán y Ermilo Torre Gamboa.

¿Cuáles han sido tus mayores satisfacciones como artista y como ser humano?

Mi mayor satisfacción como artista es el hecho de poder vivir del arte. Eso significa mucho. Porque es algo que pocos colegas logran, incluso después de muchos años. Estoy consciente de que soy muy afortunado por eso.

Otra de mis mayores satisfacciones es que la pintura me ha permitido mantener el contacto con lo que es más importante para mí. Como te dije antes, el arte y la pintura me sostuvieron para no caer en un agujero sin salida, en las situaciones más difíciles de mi vida. La pintura ha sido una bendición para mí.

Debo agregar el suceso más reciente: ser el autor del cuadro del presidente Andrés Manuel López Obrador es una gran satisfacción. Es un cuadro que trascenderá mucho más que yo. Yo ya no estaré y esa obra estará ahí.

Tengo el placer de disfrutar del arte como tal vez muchas personas no lo logren. Creo que es la capacidad que me ha dado la creación. El tiempo de trabajo y estudio me ha permitido dejarme llevar por todos los elementos que conforman una obra de arte, y no sólo de artes plásticas, sino de otras expresiones artísticas.

El arte también me da el privilegio de ser una persona honesta. No tengo que pisar, engañar o traicionar a alguien para desarrollarme en la vida o en mi profesión. Soy quien soy frente al lienzo, no tengo dobles caras, no necesito ni deseo tenerlas. Dedicarme al arte me ha dado ese privilegio, porque entiendo que pocos lo pueden hacer en este mundo, y no es poca cosa